Cumpliendo con lo prometido, volvemos con don Ramón. En enero de 1969, la Dirección General de Artes y Letras del MEP, con los auspicios de la Embajada de España presentó en el Teatro Nacional a la Compañía Titular del Teatro María Guerrero, dirigida por José Luis Alonso. El programa incluía, entre otras joyitas, dos de Valle-Inclán: La rosa de papel y La enamorada del rey. Como adelantó Alberto Cañas Escalante, el cartel era un acierto y más aún porque se cerraba con “el más grande dramaturgo español del siglo XX”.
La revista española ADE-Teatro recuperó, en 2011, un escrito de Alonso, el director, quien afirmó: “Poner en pie, materializar sobre un tablado cualquier obra de Valle-Inclán, es la labor más arriesgada con la que jamás puedan enfrentarse unos actores y un director”. Para el montaje de La rosa de papel había intentado escaparse hacia un “violento expresionismo” y en cuanto a La enamorada del rey, utilizó un tratamiento completamente distinto: “Ligereza, juego y ritmo aéreo fueron las consignas”. No en vano Guido Fernández Saborío calificó la primera como un “tremendo aguafuerte de espeluznante vigor” y la segunda, de “sofisticada y arlequinesca farsa”, un ballet en manos de Manuel Gallardo (Maese Lotario), con el respaldo del resto del elenco.

Una embajada cultural aderezada con dos exposiciones en el vestíbulo del Teatro Nacional: una fotográfica: “30 años de teatro en España”; otra de libros: “30 años de publicaciones teatrales españolas”; más dos conferencias de Enrique Llovet (diplomático y crítico teatral); y en los jardines del Teatro, un homenaje a Calderón de la Barca, a cargo Llovet y de Rafael Arcos, actor, quien recitó pasajes de La vida es sueño.

Las sinopsis hechas por Cañas Escalante y Fernández Saborío fueron, del primero: “Esta noche valleinclanesca del domingo, pide que nos pongamos en pie y gritemos vivas y hurras a la Compañía del María Guerrero, a su director, a don Ramón el de las barbas de chivo. Con ellas se ha cerrado una temporada brillante, cuyo balance es totalmente favorable a la compañía y a cada uno de sus integrantes. Porque de ahora en adelante la Compañía del María Guerrero será un punto de referencia… Es decir, que se convierte en un hito de nuestra historia teatral”. Y del segundo: “Un remate brillante para una esclarecida experiencia teatral”.
Nueve años después (mediados de agosto de 1978) se unieron los esfuerzos de la empresa privada y la pública con la Embajada de España, para llevar al Nacional a la Compañía de María José Goyanes (del María Guerrero), dirigida por Manuel Collado. Venía del Festival de Teatro de Caracas y, de paso hacia México y Cuba, recaló en Costa Rica, para fortuna nuestra. Un programa solo de Valle-Inclán: Las galas del difunto y La hija del capitán.
Pocas veces, hemos contado con un programa de mano de tan espléndida factura,16 folios con frente y vuelto rebosantes de referencias utilísimas, en un papel para soportar los avatares del tiempo, de lo cual da fe el ejemplar de mi archivo. Tanto en los aspectos gráficos, como en su contenido, no se podía pedir más: abundantes fotografías en sepia, páginas facsímiles de periódicos de 1898 y 1923 (que dan cuenta de sucesos que apuntalan estas obras de Valle-Inclán), créditos al mínimo detalle, historial de la compañía, perfil académico y laboral de las principales figuras, comentarios sobre la producción literaria y dramática del gran dramaturgo villanovense, con la firma de nombres con resonancias: Gómez de la Serna, Vicente Aleixandre, Haro Tecglén, Blanco-Amor, Ruiz Ramón, Ricardo Doménech, Antonio Risco, J. A. Hormigón, Benavente, Unamuno, Machado…
El resumen hecho por Carlos Morales como antesala a la puesta, daba en lo medular: La hija del capitán, como “ventana abierta a la historia de España”, desde la cual un Valle-Inclán agrio y despiadado se dispone a llegar hasta “la quintaesencia de la miseria nacional, el conjunto de cuentos con el que se adormece a toda una comunidad”. Por su parte, Las galas del difunto, como síntesis del “rabioso rechazo de un orden de valores que mandaba a los pobres a las guerras coloniales y condenaba a las ‘hijas rebeldes’ a los prostíbulos”.
En un extenso escrito posterior, Morales se refirió a la escenificación espectacular, a su juicio, y que sintetizó en el título “Trascendental y radiante en odres nuevos”. Como era de rigor en el caso, aludió al conjunto de los más de 30 maravillosos telones, elaborados en el Centro Telecinematografico Culturale de Milán, que le permitió al director darle preeminencia a la ambientación dentro de la gala. Esos telones, de acabadísima confección, como lo había advertido otro comentarista, “nos llevan al exacto clima de folletín que demandan las obras”.
Cañas Escalante, por su parte, indicó: “Todo lo que nos ha traído esta Compañía es espectacular y funcional. La puesta y la interpretación son una apoteosis del barroquismo teatral mejor entendido, que logra, enorme hazaña, un equivalente plástico y visual del barroquismo de lenguaje, que caracteriza el teatro, cada día nuevo, de Valle-Inclán… No hay duda de que don Ramón del Valle-Inclán reina glorioso, y se enseñoreó póstumamente del panorama teatral hablado en español, como su más grande figura del siglo XX.”
R. A. Herra, más contenido, dijo que la actuación había sido cuidadosa y profesional, pero que el “esfuerzo por diseñar un criterio general del esperpento” para las dos piezas, no se lograba cristalizar en un estilo homogéneo.
Cerramos con las palabras del filólogo Víctor Valembois: “Es una suerte inaudita para un país tan chico como el nuestro que, por lo menos en la capital, hayamos podido apreciar en menos de un año toda la gran trilogía [se refería a Martes de carnaval] que don Ramón del Valle-Inclán diera a la posteridad en 1930”, compuesta por Las galas del difunto, La hija del capitán y Los cuernos de don Friolera, vista en junio de 1977, en el Teatro del Ángel, como había comentado en el artículo anterior.
Nos resta el plato fuerte de 1981: Divinas palabras, la tragicomedia de aldea, que bien merece las dos paginitas completas.


