Igual que Poeta en Nueva York, de Federico García Lorca, Lo que me dijo Joan Didion, libro de crónicas de Pedro Plaza Salvati, arranca con alguien “asesinado por el cielo”; pero, en este caso, se trata de un pájaro (y luego dos) que cae víctima de los cristales-espejismo de una biblioteca cercana al Washington Square Park, que, de por sí, posee una arquitectura que invita al suicidio.
Esa primera crónica, Cementerio vertical, deja lista la atmósfera y los temas de los demás textos que conforman este libro: el viaje como ejercicio de libertad y también como promesa de llegada, llegada que es siempre amenazante porque siempre puede ser definitiva y, algunas veces, hasta puede confundirse con la muerte.
Siempre a la necesidad de irse le corresponde la urgencia de llegar y asentarse de nuevo, y el temor de que asentarse sea morir de algún modo.
La forma de asentarse y ser libre que elige el hablante de estas crónicas es los libros, las lecturas, un programa de escritura creativa en NYU que le permite, además, conocer de primera mano a múltiples escritores que pasan por la ciudad en ese tiempo y van dejando tras de sí lecturas, impresiones, anécdotas y obsesiones.
Pedro Plaza Salvati redibuja el skyline de Nueva York (esa “ciudad sin patria”, como él la describe), y sustituye el Empire State o el edificio Chrysler con los tomos leídos, manoseados y autografiados de Paul Auster o Don DeLillo; apaga el ruido de las calles con el ruido de sus pensamientos y conversaciones ‒imaginarias o no‒ con sus autoras predilectas; y añade a la soledad de vivir en una ciudad la soledad de leer, o al menos de intentar hacerlo.
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La crónica siempre ha sido un género para tomar distancia, a menudo geográfica, pero ante todo personal.
Es un género urbano también: no solo en el sentido de que nace justo en el momento en que las ficciones pastorales empiezan a ser sustituidas por el periodismo citadino, sino también por lo que tiene de gentil, de reservado, de modal literario para hablar de mí pretendiendo que hablo de otra cosa.
En esa tradición de la crónica se insertan autoras como Joan Didion, a quien tan necesariamente Plaza Salvati le dedica un texto que luego rescata en el título, y quien lo mismo ha escrito sobre la escena hippie de los sesenta o la guerra en El Salvador para hablar de su propio país, Estados Unidos, como sobre la muerte de su esposo y su hija para hablar de su propia vida y trabajo.
“Toda literatura es de autoayuda: mental, espiritual o monetaria”, confiesa el autor en un paréntesis.
Para alguien que llega a una ciudad nueva y a unas lecturas reincidentes como modo de salir de su país y de sí mismo, la literatura es también la posibilidad de relacionarse en igualdad de condiciones con un mundo exterior en continuo flujo y que, por eso, parece siempre indiferente, predispuesto a subrayar nuestra pasajera pequeñez.
Un escritor amigo del autor le decía que eso de andar pidiendo firmas de libros a los autores era algo de campesinos. “Pero bueno”, se justifica él, “campesino o no, lo que más me interesaba era observar el alma del escritor. Ver qué me podía dejar esa mirada de segundos…”.
Mientras persigue autores y espacios silenciosos donde escribir, la mirada de Pedro Plaza Salvati se detiene en los signos externos de la ciudad, sus trenes subterráneos, los perros que pasean en sus parques, la luz específica que cae sobre ella en cada estación, los hábitos alimenticios de sus habitantes, sus personajes célebres y callejeros: “Escoger ventana en escoger ciudades”.
Detrás de estos signos externos, sin embargo, afloran siempre vivencias personales y recuerdos escindidos: las mascotas de la infancia, la banda de rock alemana que convoca a unos extraños y los convierte por un rato en un culto, la forma en que las ratas de un edificio profetizan una crisis más del capitalismo, o el desentumecimiento colectivo por medio de concursos de perros calientes el Día de la Independencia.
De lo anodino a lo vertiginoso
Cada una de las historias de este libro abunda en lo que mejor sabe hacer la crónica: narrar una historia para contar diez, cada una más punzante e increíble que la anterior. Pedro Plaza Salvati da la impresión de escribir crónicas del mismo modo en que Borges escribía cuentos: empezando en lo anodino para llegar a lo vertiginoso.
Así, por ejemplo, con la crónica que da nombre al conjunto. Joan Didion presenta su libro Noches azules, sobre el proceso de superar la muerte de su hija Quintana, y Pedro Plaza Salvati recorre 40 calles de melancólica luz poniental tratando de reconstruir las palabras que la escritora le dijo, a cinco metros de distancia, mientras le firmaba la copia de su libro.
¿Algo sobre el cumpleaños de la autora, el cual comparte con el autor de la crónica? ¿Algo que nivele la jerarquía autor-lector que conlleva pedir un autógrafo, como que ella se entere de que también él es escritor? ¿Algo sobre compartir la frustración de que la gente los obligue constantemente a escoger un lugar como identidad (ella: ¿neoyorquina o californiana?, él: ¿futuro costarricense o pasado venezolano?)?
Las respuestas se vuelven intercambiables en la mente de Pedro Plaza Salvati; tanto que, al final, el autor decide regalarle su copia con dedicatoria personalizada de Noches azules a una fan de Didion que viaja con él en el tren, huyendo ambos de sí mismos.
“Por encima de todas las reflexiones”, escribe el autor, “sentía una rara sensación de vacío al no haber entendido las palabras de Didion, muy similar al vacío que se siente en la ciudad en medio de la multitud (…). Nunca en mi vida podría averiguar con certeza lo que me había dicho”.
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Como los de Joseph Mitchell, quien recorría calles y tabernas en busca de historias y personajes para The New Yorker y terminaba confesando sus obsesiones, este libro de Pedro Plaza Salvati revela una ciudad cuyo único sentido es su constante movimiento porque, a poco de estar ahí, Nueva York va dejando claro que, más que en una ciudad, su intención es convertirse en mapa de uno mismo.
Y como en los relatos Los emigrados del alemán W. G. Sebald, hay en este libro una serie de fotografías que el autor incluye como guiño de veracidad, como si fuera necesaria la evidencia visual para hacer creíble la mirada proliferante del escritor.
A diferencia del ensayo, cuya linealidad narrativa va formando una tesis, un argumento, la crónica (como su nombre lo indica) solo da cuenta del paso del tiempo, sin pretensiones de redimirlo o justificarlo.
Plaza Salvati entiende esto y, aunque a menudo cede a la necesidad de darle sentido al tiempo, al final, con sus crónicas, logra algo más elemental y más útil: darles espacio a los sentidos y ensanchar el mundo desde las coordenadas particulares de una ciudad que es siempre otra.
En la Feria del Libro
Este texto cuesta ¢7.000 y se puede conseguir, durante la Feria Internacional del Libro, en el puesto de la Libros Duluoz, que está ubicado en el segundo piso de la Casa del Cuño.
Lo que me dijo Joan Didion se presentará este sábado 1.° de setiembre, a la 1 p. m., en el Teatro de la Aduana, como parte de las actividades de la Feria del Libro. Plaza Salvati y G. A. Chaves hablarán acerca de estas crónicas. La entrada es gratuita.