El lunes 21 de febrero de 1994, el Museo de Arte y Diseño Contemporáneo (MADC) abrió sus puertas, instalado en la Fábrica Nacional de Licores (Fanal), una de las edificaciones más antiguas de la capital (construcción 1851-1900) realizada en la administración del presidente Juan Rafael Mora Porras. La fábrica funcionó hasta 1981 y se restauró para ser reinaugurada como el Centro Nacional de la Cultura (Cenac), sede del Ministerio de Cultura y Juventud.
En 25 años “(…) hemos tenido 8 presidentes… ha llovido, sobre nuestros techos una cantidad de agua equivalente a 14 piscinas olímpicas. Hemos desarrollado un ‘cuero’ sobre nuestras paredes -producto de todas las capas de pintura de los montajes- de más de tres milímetros de espesor. Y nuestros visitantes, en todo este tiempo, han recorrido una distancia superior a dos veces la circunferencia de la Tierra”, comenta el museógrafo del MADC, Osvaldo López. Es por esto que, a finales de 2018 y principios de 2019, el MADC se vio sometido a una remodelación que incluyó cambios en el techo, piso e instalaciones eléctricas, así como remodelación de oficinas, acopio de colecciones, videoteca y espacios expositivos, con el fin de continuar conservando el inmueble.
¿Cómo hacer evidente lo invisible?
El Museo pretendió redireccionar la mirada de sus públicos, habituados a enfocarse en los objetos que componen la exposición y no en los demás contenidos. Después de casi cinco meses de remodelación y de una inversión económica y humana importante resultaba vital evidenciar otros componentes que normalmente pasan desapercibidos. Se ideó un programa curatorial que comenzó con sus salas totalmente despojadas de dispositivos museográficos, obras de arte y objetos de diseño; con el edificio como protagonista y solamente unos cuantos textos que fueron la clave para poder navegar por este nuevo reto.
Después de 25 años de dinamismo, el MADC logró el balance entre su propia identidad y la carga simbólica de quien lo alberga, el edificio de la antigua Fanal (Fábrica Nacional de Licores). Si bien es cierto el inmueble patrimonial no es parte de su colección permanente, sí conforma parte de sus contenidos y significantes.
El nunca cubo blanco
Nunca fuimos un cubo blanco fue el marco para lograr este cometido: una exhibición que hacía referencia a la museografía desarrollada a finales de los años 70, sobre todo de los museos de arte moderno, donde el concepto de cubo blanco pretendía construir un espacio neutral, diáfano, sereno y sin expresión; que comunicara una sensación de vacío en procura de suprimir cualquier elemento que pudiera interferir con la apreciación de la obra de arte y con el único objetivo de aislarla para que el espectador pudiera disfrutar de ella sin interferencias.
El MADC nunca fue un cubo blanco ni pretendió serlo. Hoy es todo lo contrario. Desde sus inicios supo convivir con su inevitable pasado, pero siempre con la mirada puesta en el futuro. El objetivo de impactar a los visitantes con una sala 1 “vacía”, forzó a los mismos a cuestionarse qué tenían que entender; para encontrarse con un espacio de dimensiones monumentales cubierto de un artesonado de cedro amargo impresionante y unas paredes revestidas con un cuero repleto de historia.
Conforme avanzaban, se iban encontrando en las salas con información “íntima” del Museo, datos estadísticos que siempre quedan archivados y ahora se mostraron de manera digerida y amigable. Fue la oportunidad de conocer las entrañas de una institución que se desnuda para ser redescubierta; un ejercicio de exponerse, literalmente, de evidenciar esa información que nunca se enfrenta a sus públicos.
Nunca fuimos un cubo blanco fue la sombrilla que acogió tres muestras simultáneas: Una obra en sus manos, Modernos & Universales y Este paisaje sí lo puedo entender. Otra vez, el Museo se desgranó y propuso una agenda expositiva intertextual; un marco de referencia que sostuvo tres curadurías que conversaron entre ellas, pero que se fueron articulando paulatinamente.
Una obra en sus manos fue la propuesta de Adriana Collado Chaves para exhibir la producción de más de un centenar de publicaciones. Una cornisa flotante sostenía un resumen de la cronología de impresos del MADC, guiaba a los visitantes por un paseo de 25 años de trabajo, que se ha convertido en un valioso archivo para investigadores en la historia del arte contemporáneo y el diseño en Costa Rica y Centroamérica. Todo el material visibilizado pertenece al Centro Regional de Documentación e Investigación en Artes (CRDIA), más la colección institucional de brochures y afiches.
Modernos & Universales partió de la premisa que la pintura es una de las técnicas más exploradas por los artistas, lo que hace, a su vez, sea una de las disciplinas más consumidas por museos, galerías, ferias de arte y coleccionistas. Si se puede, es hasta irónico que, en la contemporaneidad, un medio tradicional como la pintura sea el que todavía impere en nuestro país. La exposición, curada por Daniel Soto Morúa, trató de evidenciar esta dualidad con una selección de pintores contemporáneos, algunos de larga trayectoria y otros de nuevas generaciones que continúan explorando las infinitas posibilidades de este campo.
Este paisaje sí lo puedo entender derivó de las representaciones rurales y semirrurales idealizadas del siempre verde, soleado, pacífico y próspero país; y cómo desde los asentamientos en Cartago, Heredia y San José, los artistas pocas veces vieron más hacia las costas. A diferencia de la muestra anterior, enfocada en la técnica, Soto Morúa dirigió la mirada a una temática; sin embargo, ambas compartieron un elemento sustancial: su protagonismo en la historia del arte y en el quehacer artístico local.
La fórmula química
Un museo que se entienda como un museo foro funciona casi como un taller de alquimista: un laboratorio de experimentos que combina varias disciplinas con la ayuda de herramientas y procesos para investigar. (A+D)*25=Ag es decir, arte y diseño en el aniversario de plata, una revisión de la Colección permanente del MADC desde sus inicios; la cual comenzó con un lote de 196 obras bajo la dirección de Virginia Pérez-Ratton (aunque las primeras muestras fueron selecciones pequeñas que se exhibieron en repetidas ocasiones). A partir de 2001, bajo la dirección de Rolando Barahona Sotela, la visión curatorial dio un giro y se empezaron a integrar otros artistas y lenguajes a estas propuestas. Posteriormente, Ernesto Calvo logró que la Colección creciera exponencialmente en cantidad y lenguajes, y la riqueza de posibilidades para comunicar fuera más amplia.
Daniel Soto Morúa y Margarita Sequeira Cabrera trabajaron en una investigación sobre estas visiones curatoriales anteriores, y decidieron narrar una historia a partir de aquellas obras que se han enfrentado más veces a los públicos. Partiendo de una revisión de la memoria institucional, esta muestra se enfrenta a las exposiciones pasadas, en un intento por conocer aquellas obras que han sido más significativas dentro de la Colección, pero también, en un ejercicio crítico por encontrar los discursos que el Museo ha legitimado a través de estos años.
¿Qué contiene la memoria de un museo? ¿Qué historia nos cuenta una selección de obras frente a otra? ¿Qué discursos se mantienen vigentes a través de las distintas propuestas curatoriales? ¿Cómo se ha transformado el discurso curatorial? ¿Por qué hay obras que dialogan de manera constante pero diferente a través del tiempo y los contextos? ¿Cuáles son las características que reconocemos en el arte costarricense a partir del diálogo que incitamos con otros países centroamericanos? Para tratar de responder a esos cuestionamientos, se realizó un ejercicio curatorial que se basó en la información estadística numérica. A partir de una selección de las 24 piezas más vistas dentro revisiones de la Colección permanente, se elaboró un discurso que establece diálogos con otras obras adquiridas bajo la dirección de Fiorella Resenterra, en la cual, su práctica de coleccionismo se define por un crecimiento pausado, enfocado en la pertinencia dentro de la Colección y el diálogo con las demás obras y trayectoria de los artistas; ejercicio solamente posible dentro de una colección madura.
El hecho que el Museo haga un alto y se dedique fría y objetivamente a examinarse es un ejercicio sano y valiente. Llegar a conclusiones desde datos crudos que se han almacenado durante todos estos años, permite tener una perspectiva distanciada, que, a su vez, detona una serie de cuestionamientos y diálogos transformadores que se ven reflejados en el guion curatorial. Es una puesta en escena que reta a los visitantes a cuestionarse el entramado de relaciones de la Colección; es un espacio vibrante, activo e inquietante, nunca indiferente.
A sus dos décadas y media, el Museo no deja de sorprender, sus posibilidades son infinitas. Esta muestra es la evidencia del potencial incalculable de su acervo y sus propuestas. Por ejemplo, la Colección inició en 1994 con 196 piezas, de las cuales solo el 23% eran de mujeres; actualmente, un 40% de obras son de mujeres, lo que nos encamina cada vez más a una equidad de género.
El MADC hoy
El MADC continúa más dinámico que nunca; con una agenda expositiva potente, con una visitación cada vez mayor y un acervo documental sistematizado. Con una colección que crece año con año (actualmente cuenta con 697 obras de artes visuales, 65 videos y 404 piezas de diseño, para un total de 1166) y con un programa editorial continuo. En 2011 se abrió la Sala 1.1 como espacio experimental, el cual ha albergado 54 muestras y desde 2016 se habilitó El Tanque, en donde se han llevado a cabo 9 proyectos procesuales y se perfila como un laboratorio de arte sonoro.
La visión vanguardista de inicio de los años 90, cuando el país decidió apostar y dedicar un espacio a ese binomio orgánico pero no siempre lógico (el arte y el diseño contemporáneos) y con una perspectiva generosa al incluir el resto de la región centroamericana, logró abrir una infinidad de posibilidades para el quehacer artístico, la investigación, interpretación y conservación del patrimonio.
El reto, después de 25 años de arduo trabajo colectivo, implica una continuidad balanceada desde la innovación, la consolidación de la institución como un espacio de referencia a nivel nacional de las prácticas contemporáneas, en diálogo con las demás instituciones culturales, como termómetro y radar en la región centroamericana y como promotor internacional; también como una plataforma para la investigación y la difusión de los lenguajes contemporáneos locales y globales; pero a su vez, un trabajo de acupuntura interna cotidiana para la optimización de la gestión museológica y museográfica; sin desatender su apertura hacia nuevos y más diversos públicos.
Las prácticas de innovación en los museos involucran la aplicación de prácticas interdisciplinarias para la concepción y el desarrollo de productos y servicios, el fortalecimiento de agrupaciones de múltiples capas en torno a la institución que incluye actores de otras industrias. Esta nueva perspectiva le permitirá al MADC atraer nuevas audiencias y explorar experiencias excepcionales, encontrando nuevas formas de preservar, restaurar, investigar y exhibir su valiosa colección.
25 años han pasado desde que, un lunes de febrero, abrió el MADC con las exposiciones Retrospectiva de José Luis Cuevas (Sala 1), Diseño de lo cotidiano (Sala 2), Cuerpos pintados. Cuarenta y cinco pintores chilenos (Salas 3, 4 y 5) y Pasión de Rafael Ottón Solís (Pila de la Melaza); en un contexto en donde el arte contemporáneo apenas despuntaba en la región. Ese lugar entrañable y versátil que, desde entonces ha sido desde una cancha de fútbol, hasta una capilla amarilla y una descomunal rampa para patinetas.
*Los autores son la exdirectora del MADC (2009-2019) y el curador en jefe de esa institución, respectivamente.