
A inicios del mes de abril, durante el Congreso Centroamericano y del Caribe de Psiquiatría, nuestro grupo presentó un simposio titulado “Apego seguro vs. estrés temprano en la vida”. Creemos que el tema es de importancia pública, por lo que exponemos un resumen de lo discutido durante esa sesión.
El apego seguro, término propuesto por el psicoanalista inglés John Bowlby, se refiere al vínculo emocional que se desarrolla entre una niña o un niño y sus cuidadores principales, específicamente cuando estos se encuentran disponibles y responden sensible y consistentemente a sus necesidades físicas y emocionales.
La capacidad para vincularnos es, en realidad, una respuesta evolutiva que asegura la sobrevivencia de la especie desde el nacimiento. Según la teoría del cerebro social de Robin Dunbar, la necesidad humana de manejar vidas en comunidades cada vez más complejas ha hecho que nuestro cerebro tenga un gran volumen si se compara con otras especies. Esto tuvo un costo: para que la cabeza pueda pasar por la pelvis durante el parto, el bebé debe nacer más inmaduro, y, por ende, resulta más dependiente y con mayor necesidad de cuido. Los comportamientos de proximidad y el cuido sensible –eso que lleva a establecer el apego seguro– aumentan la posibilidad de desarrollarnos sanamente, y más adelante, moldearán nuestra capacidad para establecer relaciones interpersonales con otros, para la autorregulación y la respuesta al estrés.
Muchísimas investigaciones científicas respaldan que el apego está mediado por una serie de mecanismos fisiológicos integrados en nuestros cuerpos desde el nacimiento. Destaca particularmente la reacción ante una situación de amenaza, en donde, ante la percepción de peligro, se desencadenan una serie de procesos neurológicos y hormonales que activan funciones de defensa y protección. La relación segura entre un niño o niña y su cuidador modula este mecanismo; es decir, el apego es una especie de amortiguador ante la adversidad, protegiéndonos de sus efectos nocivos.
El estrés es la reacción que se desencadena en nuestro cuerpo ante una amenaza real o percibida. Existe aquel que nos lleva a desarrollar estrategias de adaptación positivas, pero también puede darse cuando se sobrepasa nuestra capacidad de afrontamiento. Este último se genera a partir de la exposición a las denominadas experiencias adversas en la infancia, como lo son la pobre vinculación entre la figura de cuido y el hijo o la hija, situaciones de violencia emocional, física, sexual, bullying y la exposición a agentes físicos, químicos o ambientales, como el alcohol o la marihuana durante el embarazo o en etapas tempranas del desarrollo.
También se reconocen los efectos perjudiciales del trauma relacional, comprendido como la exposición continuada a interacciones vinculares negativas durante esas etapas tempranas; surge como consecuencia de negligencia y descuido, violencia entre los cuidadores, separaciones conflictivas entre los progenitores, vivencias de humillación, crítica constante y comparación, invisibilidad o falta de sintonía emocional por parte de las personas encargadas.
Ante la ausencia de una relación de apego seguro, este mecanismo de respuesta al estrés se mantiene sobreactivado, generando una serie de alteraciones en el cerebro que se perpetúan a lo largo de toda la vida. En estos casos, por lo tanto, se desarrolla un mayor riesgo de depresión, trastornos de ansiedad, consumo de sustancias e incluso enfermedades físicas que predisponen a riesgo cardiovascular y otros efectos nocivos para la salud.
Es aquí donde adquiere mayor relevancia el rol del cuidador, en su función de regulador psicobiológico de la experiencia de los niños y las niñas. Benito plantea: “Las relaciones interpersonales afectan el desarrollo y funcionamiento del sistema nervioso más que cualquier otra experiencia, para lo bueno y para lo malo”. La presencia de un apego seguro en la vida de un infante va a mediar la respuesta fisiológica al estrés tóxico, mitigando sus efectos negativos y facilitando una trayectoria del desarrollo más sana y resiliente. Nosotros agregaríamos que ayuda a construir, además, una sociedad más segura para todos sus miembros.
Por todo lo anterior es que deseamos hacer énfasis en el valor de las acciones que conduzcan a una crianza respetuosa y de apego seguro: su aplicación no puede ser vista como un esfuerzo solitario. Es una tarea de amor, sí, pero también una responsabilidad colectiva; por tanto, es un asunto de política pública.
Algunas acciones concretas que defendemos son: programas de apoyo e inclusión social que mejoren las condiciones de vida digna para todas las familias; campañas nacionales de información y sensibilización que promuevan la crianza sin violencia; capacitación y acompañamiento con información, educación, apoyo y supervisión desde el embarazo para las familias y las personas con rol de cuido; políticas laborales que permitan la corresponsabilidad con quienes ejerzan estas funciones; fortalecimiento del sistema nacional de protección con protocolos en salud, educación y servicios sociales para promover vínculos positivos.
Creemos y apoyamos la necesidad de garantizar el ejercicio de los derechos de niñas, niños y personas adolescentes que prevengan los efectos negativos del estrés sostenido, potencien su salud y desarrollo, y fomenten un presente y un futuro plenos. No se trata un lujo: es una inversión estratégica en el desarrollo social y humano de un país, dependiente de la voluntad y liderazgo genuinos, visionarios y gestionados desde las políticas basadas en la evidencia.
Mónica Berrocal Kriebel, Dyalá Castro Cabezas y Óscar Valverde Cerros: son profesionales en Psicología.
Luis Diego Herrera Amighetti y Ricardo Millán González: son médicos psiquiatras.