La contaminación de los mares causada por residuos industriales y la extracción sin límite de los recursos marinos amenazan las principales formas de vida que abastecen de alimento a miles de millones de personas en el planeta.
El uso descontrolado de agroquímicos y la explotación extensiva de la agricultura, por una parte, contaminan y, por otra, estimulan la erosión y pérdida acelerada de los suelos fundamentales para proveer sustento a la humanidad.
En el proceso, se soslayan los grandes avances y éxitos de la agricultura regenerativa.
La extracción y quema de recursos fósiles, como amenaza para la estabilidad del medioambiente, ha puesto límites al desarrollo, hasta ahora considerado infinito, tal como fue consignado hace medio siglo por el informe del Club de Roma.
El documento, que data de 1972, fue considerado alarmista en aquella época por amplios sectores de la clase política, cuyas conclusiones fueron revisadas y ratificadas después por la Universidad de Melbourne, en el 2014.
Cambio global
Los expertos confirmaron el cumplimiento de la predicción con mucha exactitud. El informe 2052: una proyección para los próximos 40 años mantiene la misma línea, pero recrea escenarios nuevos y actualizados que activan las alarmas.
Frente a esta amenaza que toma fuerza contra la especie humana como un todo, en un plazo relativamente cercano, las guerras hegemónicas territoriales y por el control de los combustibles y otros recursos naturales estratégicos deben terminar.
Constituyen un desvarío al que es preciso ponerle coto. Hoy está más claro que nunca que si no restringimos el poder de los políticos ecocidas y su complejo militar e industrial, y tampoco promovemos la generalización de la agricultura regenerativa junto con el uso de fuentes de energía renovables y sanas para el planeta, la vida entera sufrirá destrozos irreparables.
Un cambio global tan trascendental requiere una nueva institucionalidad, con poder suficiente y consecuente con la dimensión de la amenaza.
Las decisiones y la actuación no deben seguir dependiendo de los vetos de las grandes potencias; más bien, tendrán que basar el cumplimiento en un derecho internacional para todos.
Un derecho que no sea casuístico sino respaldado en el principio de justicia del expresidente mexicano Benito Juárez, según el cual la paz se impone por el respeto al derecho ajeno.
Crecientes desastres
El nuevo ordenamiento no deberá depender de los intereses del capital financiero ni de los humores de los políticos. Debe ser uno capaz de garantizar la estabilidad de la vida y el bienestar de la naturaleza en el globo.
Si las naciones, actualmente espectadoras, no participan total y decididamente, no construimos tampoco con decisión. Por el contrario, estaremos cohonestando el desastre y la destrucción.
Ayer fueron Irak, Libia, Belgrado, Siria, Afganistán y Yemen. Hoy, a esos países se les suma Ucrania. Todos ellos, en su condición de países periféricos que han servido a las grandes potencias expoliadoras, como corderos expiatorios del juego sangriento por las posiciones de poder geopolítico y geoestratégico.
Ingentes recursos de todo orden son desviados de áreas estratégicamente vitales, como la salud y la educación de la gente. Lo peor de tal desastre, sin embargo, es que esos recursos son sacados del control del medioambiente y de la prevención frente a los peligros crecientes del cambio climático.
La organización internacional Hope ha venido alertando sobre el ritmo creciente de los desastres originados por el cambio climático.
Grandes y continuas sequías en algunos continentes y regiones se producen simultáneamente con inundaciones y deslaves en otros, lo cual perjudica a millones de personas y generan grandes pérdidas.
Resultado de las acciones de los seres humanos
Es muy grave el impacto de la contaminación sobre la vida marina y del nivel del mar en las poblaciones costeras. La organización Hope, al mismo tiempo que informa sobre la totalidad de estos males, propone soluciones viables y relativamente baratas, cuando se les compara con el gasto militar, para revertir oportunamente el desastre mundial en desarrollo.
Debemos construir, como tarea impostergable, una nueva organización de naciones unidas en la que todos tengamos voz y las leyes internacionales no sean impuestas únicamente cuando les conviene a los fusiles.
No hacerlo sin demora nos condenará a lamentar mañana la hecatombe impuesta por los ciegos ecocidas.
El autor es sociólogo.