Esta amada patria no merece la inequidad que vive. Jamás ha sido tanta. La desigualdad campea por sus fueros y, con ella, los contrastes de vida. La holgura convive con la desesperanza y la angustiosa necesidad de empleo lleva hasta aceptar golpizas de patronos. Esta dicotomía a unos los conduce al crimen y a otros, en alturas de lujo, los agobia la insoportable levedad del ser.
El ciudadano está atrapado entre las dos categorías de sus vivencias. Unos, en goce siempre insuficiente de mieles de privilegio y, otros, en agobio de hieles de apurada supervivencia. En algún lugar de la historia, todavía sin día ni hora, un amargo ajuste de cuentas espera. Entonces será el llanto y crujir de dientes.
La prevención sigue estando en la política, primer lugar donde se colisionan los callejones sin salida. Ese espacio se alimenta de votos que se mueven de un lado a otro buscando asidero a esperanzas furtivas y promesas insatisfechas. Ahí ya terminó el menuet bipartidista de dos tiempos, iguales en su esencia, diferentes solo para generar sensación de alternativa. El cambio ya se busca afuera. En actores nuevos que compiten con ensueños que también se agotan. ¿Y entonces?
¿Pura vida? ¡Qué desatino! Deberíamos comenzar a recapacitar en la crueldad de esa hermosa expresión a la que ya no somos fieles. El dicho aún refleja el confort de los que ya viven en condominios protegidos, separados por agresivas murallas que resisten el contacto contaminante del olor a pueblo. El resto lo dicen como forma mecánica de consuelo en la llanura, todavía en barrios cada vez más inseguros, desempleados la mayoría, y con precaria cobertura de salud y pensión.
Pero, entonces, la Asamblea Legislativa nos regala una perla. Entre tanto embrollo de un país cada vez más disfuncional, surge un acuerdo legislativo de probada irrelevancia: la celebración del Thanksgiving Day, apropiadamente traducido. ¿Así de agringaditos somos? No es por nada, pero se les salió el maicero.
Si en Escazú se agotaron los pavos, Hatillo aún espera que baje el precio del arroz. En unos hogares, agota la veleidad de preocupaciones vanas. En otros, jamás tampoco fue más pesado el fardo. De regreso al país, me siento agobiada. ¡Qué enfermos estamos de nimiedades y qué necesitados de un choque de “ubicatex”!
Velia Govaere, exviceministra de Economía, es catedrática de la UNED y especialista en Comercio Internacional con amplia experiencia en Centroamérica y el Caribe. Ha escrito tres libros sobre derecho comercial internacional y tratados de libre comercio. El más reciente se titula “Hegemonía de un modelo contradictorio en Costa Rica: procesos e impactos discordantes de los TLC”.