En la ruta para estabilizar las finanzas públicas, hay dos rubros de gasto que es fundamental controlar: remuneraciones e intereses.
Dentro de las remuneraciones, la nueva Ley Marco de Empleo Público en mucho puede ayudar. Si bien no es perfecta, como todas las leyes, va en la dirección correcta. Intenta eliminar los aumentos automáticos de salarios y corregir las enormes diferencias salariales entre instituciones y entre empleados con las mismas funciones dentro del sector público. Con el tiempo, se limitará el crecimiento del gasto y a la vez que se promovería una mayor eficiencia y calidad del servicio público.
Aunque el presidente, Rodrigo Chaves, dice que la ley es un mamotreto, bien hace en impulsar su ejecución al publicar su reglamento. Luego se corregirán los portillos que hayan quedado abiertos, como el que tratan de utilizar varias instituciones al declarar que todos sus empleados ocupan puestos “exclusivos y excluyentes”, y así no tener que someterse a la nueva escala salarial global y seguir con las gollerías del esquema de pluses salariales.
Esperemos que el presidente y su ministra de Planificación no aflojen ante las presiones de quienes quieren evitar esta ley.
Por el lado del gasto en intereses, en mucho ayuda el superávit primario del gobierno, gracias a la disciplina fiscal. Eso, junto con el acuerdo con el FMI, permite un mejor acceso a financiamiento externo, a tasas de interés más bajas que hace un tiempo.
El gasto en intereses también bajó por la fuerte apreciación del colón. Tanto así que el ministro de Hacienda se engolosina y declara que si el tipo de cambio llega a ¢500 las finanzas del gobierno se verían muy favorecidas.
Cuidado con la trampa. Ese análisis no toma en cuenta una menor recaudación de impuestos que un tipo de cambio puede provocar, al reducir el valor de las importaciones, causar pérdidas en muchas empresas y el despido de empleados en otras.
El Banco Central ha advertido sobre los riesgos de endeudarse en dólares a los que no son generadores de divisas. En el caso del gobierno, el peligro es aún mayor, ya que existe la tentación de forzar un tipo de cambio artificialmente bajo para que sus números se vean mejor a corto plazo, pero que finalmente podría estallarle en la cara a otro gobierno cuando se produzca la corrección.
El autor es economista.