Nuestro país fue galardonado el mes pasado con el prestigioso Premio Earthshot, auspiciado por la Royal Foundation. Costa Rica ganó esta distinción, de forma merecida, gracias a los frutos del programa de pago por servicios ambientales y el sistema de áreas silvestres protegidas. Mediante estas intervenciones, fue posible restaurar un porcentaje significativo de la masa forestal.
A partir de este reconocimiento se pueden extraer muchas lecciones, dos de las cuales son centrales. La primera: para atender los retos internos, es necesario que los países diseñen y pongan en práctica políticas públicas claras en su propósito, constantes en el tiempo y financieramente sostenibles.
La segunda: la administración pública necesita contar con indicadores de desempeño y datos confiables para tomar decisiones, de la misma manera que las empresas requieren métricas para determinar la productividad y eficacia de una estrategia de negocio. Solo así será posible invertir en políticas públicas rentables, en términos de retorno e impacto social.
En diversas entrevistas, la ministra de Ambiente y Energía, Andrea Meza, ha indicado que el Premio Earthshot evidencia que, en Costa Rica, “la naturaleza está en el centro del modelo de desarrollo” y que el pago por servicios ecosistémicos es sin duda alguna “la economía del futuro”. Pero esta aseveración, sobre el modelo de desarrollo costarricense, ¿puede ser confirmada sin ambigüedad?
Consolidar un modelo de desarrollo en donde la naturaleza gravite en el centro es un desafío formidable para todo país, porque implica mantener un equilibrio casi perfecto entre seguridad, competitividad y sostenibilidad. Para explicar mejor estos conceptos, tomemos como referencia uno de los servicios ecosistémicos en donde Costa Rica tiene deudas pendientes: la fertilidad del suelo.
El suelo está constituido por minerales, aire, agua, materia orgánica y microbiota, los cuales, en simbiosis, desempeñan procesos fundamentales para la vida y salud del planeta. Comencemos por el criterio de seguridad, que a grandes rasgos tiene que ver con la disponibilidad de ecosistemas y servicios saludables.
Costa Rica es mundialmente conocida como uno de los países que consumen más agroquímicos por hectárea cultivada. El informe más reciente del Servicio Fitosanitario del Estado (SFE) señala que “el 80 % de las muestras de vegetales frescos para consumo nacional, en el año 2020, cumplió los límites máximos de residuos de plaguicidas”, y aunque esa institución califica este porcentaje de positivo, ¿qué sucede con el 20 % de las muestras que no cumplen esos límites? ¿Se destruyen, se continúan comercializando en el mercado nacional, a sabiendas de sus efectos nocivos para la salud humana, o se exportan?
Aunque el SFE asegura que, para disminuir el porcentaje de incumplimiento es necesario atajar el lado de la demanda y llevar adelante una “tarea de educación y formación al agricultor”, algunos de los agroquímicos que se ofertan en el mercado costarricense están prohibidos en los países desarrollados. Otros se aplican con base en criterios técnicos cuestionables, como los fertilizantes minerales convencionales.
La Cámara Nacional de Fomento de la Apicultura, por su parte, denuncia desde hace varios años la muerte masiva de abejas y otros polinizadores por intoxicación con insecticidas, situación que, además, compromete gravemente la reproducción y el rendimiento de plantas y cultivos. Esto nos lleva al segundo criterio, el de la competitividad, que está estrechamente vinculado a la productividad del suelo.
El video disponible en YouTube titulado “El suelo es un organismo viviente”, a cargo de la empresa holandesa Plant Health Cure, explica los beneficios derivados de la interacción entre plantas, por un lado, y hongos y bacterias, por el otro. Las primeras aportan azúcares en forma de glucosa y los segundos suministran agua y nutrientes difíciles de extraer, como el fosfato, además de ofrecer un sistema defensivo natural contra los agentes patógenos que las atacan.
Cuando esta interacción se rompe por el uso indiscriminado de sustancias químicas nocivas —que además son muy agresivas con la microbiota—, así como por la no reposición del carbono orgánico extraído del ecosistema, el humus o tejido orgánico del suelo desaparece. Esta situación provoca una disminución en la capacidad del suelo para producir plantas y frutos sanos, retener el agua y regenerarse de forma natural.
En este escenario, el criterio de sostenibilidad salta por los aires, ya que de la calidad de los suelos derivan otras funciones clave para el ecosistema, como el suministro de alimentos y materias primas, la regulación del clima a través de la captura de carbono, la purificación del agua, la regulación de nutrientes y el control de plagas, así como la prevención de inundaciones y sequías, entre otras.
Con esta lógica en mente, el 17 de noviembre la Comisión Europea propuso vetar las importaciones de madera, café, carne, soya, cacao y aceite de palma —y sus productos derivados— a la Unión Europea, si proceden de zonas deforestadas o degradadas, o si han sido obtenidos incumpliendo las leyes del país de origen.
Si bien esta propuesta será sometida a consideración del Parlamento y el Consejo, es posible que en un futuro cercano las empresas que produzcan estos bienes deban demostrar la procedencia a través de sistemas de diligencia debida, o due diligence.
Esto obligaría al sector cafetalero costarricense a atender varias problemáticas a la vez, como el uso, en ocasiones negligente, de fertilizantes sintéticos y otros químicos peligrosos que degradan los suelos; también, la deforestación asociada a la expansión de las plantaciones y a las tareas de tueste, que son intensivas en el consumo de leña.
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Antes de concluir, consideremos un instante la importancia simbólica del suelo. En la mitología escandinava, el universo se representa a través del árbol cósmico Yggdrasil. Aunque las ramas y el tronco desempeñan un rol primordial en el equilibrio del cosmos, la vida se sostiene gracias a tres poderosas raíces.
Una de ellas, llamada hvergelmir, está custodiada por el dios Heimdall, quien la protege de los constantes ataques del dragón Níðhöggr. Heimdall recibe la ayuda de las tres nornas o espíritus femeninos que riegan las raíces del Yggdrasil con las aguas del pozo de Urd o pozo de la sabiduría, para que este no pierda su verdor ni se pudra.
Quizá una interpretación más amplia de este mito nos ayude a dimensionar la importancia de que Costa Rica proteja con voluntad, políticas públicas, regulación y recursos las raíces que yacen bajo el suelo con el fin de garantizar nuestra propia existencia.
La autora es internacionalista.