El libro de Francis Fukuyama titulado Los orígenes del orden político aporta una nueva visión a la ciencia social. Es una obra de una erudición imponente porque no se limita, como otros politólogos, a estudiar los sistemas de poder de Europa y el Oriente Medio. Sus conocimientos incorporan estudios antropológicos de diversas partes del mundo e incorporan a Asia, especialmente China y la India, a las que conoce magistralmente.
Este libro, no solo es erudito, sino, además, sabio porque no se limita a reproducir conocimiento, sino que construye con él nuevos enfoques e interpretaciones sobre el auge y la decadencia de las naciones muy útiles e innovadoras para el análisis de lo que pasa en el mundo y en nuestro país.
Al estudiar el auge y decadencia de los imperios y los sistemas de poder, encuentra la constancia de una lucha entre dos tendencias: las centralistas, tendientes a formar un Estado articulado, principalmente por los intereses generales y de defensa, y las corrientes patrimonialistas, definidas por los intereses particulares de quienes ejercen el poder para beneficio propio, subordinando a estos los intereses públicos.
Decadencia. Analizando los casos de decadencia de las dinastías en China, la India y varios imperios del Oriente Próximo encuentra una constante entre el patrimonialismo y el debilitamiento y la desintegración de las dinastías. En el estudio de los Estados europeos, documenta y destaca los mismos síntomas, entre otros, en España y Francia. Menciona también el caso de Polonia y Hungría, donde el rey era elegido por el Parlamento, donde las rivalidades internas descuidaron las amenazas externas, lo que las hizo colapsar.
El patrimonialismo es visto por Fukuyama como una tendencia subyacente que tiende a beneficiar a familiares y amigos de los dirigentes, que solo puede contrarrestarse con un Estado fuerte, apoderado de sentido de legalidad y de buen gobierno.
La libertad para Fukuyama “no se gana cuando el poder del Estado es limitado, sino cuando el poder del Estado es fuerte y se enfrenta a una sociedad igualmente fuerte. A su vez esta no se pierde cuando el Estado es demasiado fuerte, sino cuando es demasiado débil”.
El patrimonialismo español y portugués cruzó el Atlántico y se instauró en Latinoamérica mediante el traslado de la encomienda, que institucionalizó la servidumbre y la esclavitud que fortaleció el poder de los latifundistas, más allá de la independencia. De ahí que hoy “Latinoamérica presenta el mayor nivel de desigualdad económica del mundo, y en ella las diferencias de clase se corresponden a menudo con las diferencias raciales y étnicas”.
En Costa Rica, la encomienda, aunque existió, no floreció y tampoco la esclavitud en grandes plantaciones. Esto permitió que con la independencia, después de algunos zipizapes, se diera la construcción de un Estado que nos permitió de arranque enfrentar a los filibusteros y, posteriormente, construir la llamada República Liberal.
Gracias a la gestión estatal se construyeron los ferrocarriles al Caribe y al Pacífico, y el país tuvo durante el último tercio del siglo XIX una tasa de crecimiento superior a la de EE. UU., que convirtió a San José en la tercera ciudad con iluminación eléctrica del mundo.
Corrupción. Cuando en los años 30 se demandaron ajustes, no hubo capacidad de hacerlos oportunamente y se instauró en su lugar una creciente corrupción, que llevó a una etapa turbulenta que culminó con la guerra del 48. Los cambios que se habían iniciado a principios de los 40 se consolidaron en la llamada Segunda República y el país retomó, con una nueva visión inclusiva, el rumbo y articulación institucional hasta los años 70.
Una industrialización fallida promovida por grupos patrimonialistas y la crisis centroamericana llevaron al colapso en 1982. La crisis generó una revisión de la política económica, orientada a la apertura del comercio internacional. Se esperaba que la relación con el comercio internacional dinamizara la economía y enrumbara de nuevo al país, cosa que solo parcialmente se logró ya que, si bien creció el PIB, aumentó la desigualdad en la distribución del ingreso.
El 22% del sector moderno mejoró sus ingresos mientras el 78% del sector tradicional se estancó o retrocedió. La receta no resultó incluyente y se erosionó el tejido social, haciendo vulnerable a amplios sectores de población frente a los avances del narcotráfico regional y la delincuencia organizada en nuestro país.
El patrimonialismo se ha asentado en grupos corporativos que controlan instituciones importantes como el transporte público, la salud, el desarrollo urbano y demás, mientras crece la impunidad y el Estado de derecho se debilita cada vez más.
Existe un Poder Ejecutivo amarrado por la tramitomanía, un Poder Legislativo secuestrado por grupos de alquiler amparados a un reglamento antidemocrático y un Poder Judicial cada vez más dependiente de los políticos.
“Manos limpias”. Entre tanto, la política electoral compite por soluciones individuales a través de “manos limpias” y ubicar la causa de los problemas en las corporaciones sindicales y los empleados públicos. Se omite así el análisis global dentro del cual estos son apenas un engranaje del sistema.
La tarea de recuperar una visión incluyente y tener capacidad estratégica y táctica para realizar los cambios es en esencia la política: “La capacidad de los líderes de abrirse paso a través de una mezcla de autoridad, legitimidad, intimidación, negociación, carisma, ideas y organización”.
De otra forma se abre el camino a la violencia para desplazar a los sectores interesados y aposentados que bloquean las reformas institucionales.
El autor es sociólogo.