Soy hijo de la Segunda Guerra Mundial. Nací en 1940. En la posguerra, crecí y viví viendo a mi familia y a mi país progresar.
De niño, recuerdo a muchas personas descalzas por la avenida central de San José. De joven, están en mi memoria los nombres de los pocos colegios existentes en Costa Rica. De mis años de trabajo empresarial, me acuerdo de las chozas de piso de tierra donde vivían, muy pobremente, la mayor parte de las familias en la zona rural. Claro que todavía hoy es posible encontrar algún campesino descalzo, que para algunos estudiantes el colegio esté muy lejano —casi siempre con transporte gratuito y demasiados no terminan su bachillerato— y claro que algunas familias habitan aún en viviendas inadecuadas a pesar del ejemplar esfuerzo de construcción de vivienda popular, más intenso en la última década del siglo pasado, efectuado por nuestra nación.
Por eso, me golpea muy duro el pesimismo que siento hoy imperar en Costa Rica, sentimiento cuyo agravamiento se nota en las expectativas empresariales medidas por encuestas especializadas de la Uccaep y el Instituto de Investigaciones en Ciencias Económicas de la Universidad de Costa Rica.
Se refleja en las mediciones de opinión pública de los últimos años. De dichas encuestas, hace un tiempo me llamaba la atención que, aunque se diese una visión negativa del futuro del país, considerado en general, los encuestados tenían respecto a sí mismos una visión optimista. Ahora, la idea sobre el futuro propio también es pesimista.
Causa de disgusto. Ciertamente, ha disminuido el crecimiento de la producción nacional, y aunque su aumento anual aún sea mayor al de la población, una buena proporción de las familias sufren al ver disminuir su ingreso real y otras padecen adicionalmente por el desempleo o por solo conseguir un trabajo informal con ingresos muy reducidos.
De 1960 al 2008, nuestro producto interno bruto (PIB), en términos constantes en dólares, creció a un promedio del 4,8. Del 2010 al año pasado, solo al 3,7. De 1960 al 2009, generalmente, nuestro PIB per cápita era mayor al de Panamá. Pero note usted: desde el 2009, Panamá, cada año, tiene un mayor ingreso por habitante que nosotros.
Producto interno bruto per cápita
FUENTE: BANCO MUNDIAL || INFOGRAFÍA / LA NACIÓN.
Algunos analistas achacan la disconformidad y el disgusto, imperantes en buena parte de los países de Europa y América, a la disminución del crecimiento económico y al incremento de la desigualdad, la cual deja a una muy buena parte de la población frustrada frente a la expectativa de aumentar su nivel de vida.
Uno de los mayores problemas que tal sentimiento puede ocasionar es que se distraiga la atención y se desvíen las políticas públicas de la necesidad de acelerar el crecimiento económico, recurriendo a dividir la población en asuntos que polarizan y ofuscan a la gente. La disminución del crecimiento en una sociedad de ingresos medios debe ser encarada, y aunque no es fácil, ni se obtienen resultados inmediatos, debe ser resuelta.
Además, lo peor que podría suceder es que, por la frustración, las personas caigan en los engaños del populismo estatista, que solo consigue convertir un lento crecimiento en una caída vertiginosa de la producción y del consumo de las familias.
El ejemplo de Argentina. Lo anterior lo demuestra la historia, y lo estamos viviendo de manera muy cercana en Nicaragua y por la catástrofe de Venezuela, que ha visto desplomarse su producción. El propio Banco Central de Venezuela admitió hace pocos días —después de no proporcionar cifras desde el 2015— que la producción de ese país se derrumbó: cayó desde el 2013 a menos de la mitad, con una pérdida de un 52 %.
Los costarricenses debemos impedir una tragedia. Debemos recordar que siempre se puede estar peor. Argentina, en 1895, era uno de los países con ingreso por habitante más alto del mundo, después del Reino Unido, pero por delante de Estados Unidos.
En 1926, su PIB per cápita era igual a un 70 % del de Estados Unidos, estaba por debajo de ese país y del Reino Unido. En 1939, aún mantenía una relación de un 70 % respecto a los estadounidenses. En 1960, esa relación ya era de solo un 54 %, y en el 2005 la producción por habitante de Argentina era de únicamente un 32 % de la de Estados Unidos.
En los datos más recientes comparables, hay 60 naciones con mayor PIB per cápita (datos de Maddison Project Database 2018).
Si no tomamos medidas serias para volver a crecer rápido, corremos el riesgo de seguir ese triste camino. Las medidas implican cambios estructurales de verdad.
El autor es expresidente de la República.