La vida no tiene nada de dolce. Esquizofrénico del arte, como un Dr. Jeckyll y Mr. Hyde. Sus cintas irradian humanidad, pero en la vida real, su bocota exuda hiel y mata con la rapidez del escorpión dorado.
Tal vez el lector vio Romeo y Julieta, Hermano Sol Hermana Luna, Campeón o Jesús de Nazareth –en las maratones televisivas de los días santos–. Si es un gourmet de la ópera habrá degustado sus adaptaciones de esa obras.
A todos había que asistir con una montaña de pañuelos desechables, para sufrir como un condenado a las galeras. Las películas de Franco Zeffirelli son un mercado de lágrimas gratuitas.
LEA MÁS: Página negra Elizabeth Taylor: Salvaje, peligrosa, indoma
En la gran pantalla no quebraba un plato; en la vida real blandía el mandoble contra fenicios y romanos; trituró honras ajenas como ramas de apio.
De Luchino Visconti –su mentor– dijo que era un liberal aristocrático y totalitario, un falso izquierdoso y un director decadente tan “reaccionario” como Federico Fellini.
Con la autoestima elevada a la potencia “n” suspiraba por su glorioso pasado y ser un puente entre dos generaciones: “una de oro y la otra –la suya– de mierda”.
Razones le sobraban para presumir porque trabajó con María Callas, Renata Tebaldi, Herbert von Karajan y una lista de luminarias, capaz de opacar el brillo de la realeza del Almanaque de Gotha.
Sus admiradores babean cuando ven Té con Mussolini, un filme autobiográfico donde repasó su triste infancia; los eunucos de la crítica la calificaron de acaramelada, narcisista y complaciente.
El innombrable
Si el poeta alemán, Heinrich Heine, hubiera conocido la niñez de Franco, jamás habría dicho que “la infancia es el paraíso de los adultos”.
LEA MÁS: Página Negra María Callas: La sacerdotisa del bel canto
Para empezar Zeffirelli fue un bastardo; fruto de la pasión extramatrimonial entre Ottorino Corsi, un hombre de negocios, que era “un hijo de puta simpatíquisimo”; y de la dueña de un taller de moda –Alaide Garosi–.
Recién nacido –el 23 de febrero de 1923– su madre lo llevó a inscribir en el registro civil; lo apuntaron entre los “nescio nomen”: hijo de desconocidos.
Como era un descastado le asignaron la letra Z para el apellido; su mamá tarareó una frase del aria de Idomeneo, de Wolfang Mozart y estrenada en 1781, donde la soprano canta “Zeffiretti lusinghieri, deh, volate al mio tesoro”; que en cristiano significa: susurrantes céfiros, volad junto a mi tesoro.
El aperezado burócrata arrugó la nariz ante semejante pedantería; trató al neonato como cualquier hijo de costurera y cambió la doble te, por doble ele, de ahí surgió el inédito Zeffirelli.
Al morir Alaide mandaron al pequeño –de seis años– a Florencia con unas tías solteronas. El papá tenía hijos ilegítimos desperdigados por media Italia y le estampó otro nombre: Gianfranco Corsi, pero Franco prefirió el materno, era más chic.
El futuro director creció entre mujeres que lo consintieron y lo llenaron de afecto, según reconoció en su biografía. Aún así llevó una “infancia profundamente dolorosa, pero el dolor siempre fue por dentro”.
Franco por siempre
Con paciencia construyó su propia leyenda. Peleó como guerrillero en la II Guerra Mundial, se unió a un regimiento escocés y en la posguerra estudió arte y arquitectura en la Universidad de Florencia.
Aprendió el oficio del celuloide con Vittorio De Sica, Roberto Rossellini y Luchino Visconti; debutó como realizador en la comedia Camping, protagonizada por un novel Nino Manfredi.
En los años 50 y 60 forjó una carrera con sus obras teatrales en Londres y Nueva York; por aquellos días trabó eterna amistad con María Callas. En 1967 dirigió a la pareja de oro, Richard Burton y Elizabeth Taylor, en la Fierecilla Domada y dio el salto al estrellato con su versión de Romeo y Julieta.
Su nombre comenzó a brillar y en 1977 produjo la obra más ambiciosa del cine y la televisión, Jesús de Nazareth, con un rutilante reparto. La serie de seis horas es considerada la mejor ambientada, la de mayor rigor histórico, la más desmitificada y la más ajustada al catolicismo y otros credos protestantes.
Aún sus enemigos de la izquierda trasnochada europea reconocen su talento; si bien él se empeña en levantar polvaredas de cotilleos.
Unas veces por sus radicales sentencias: muerte a los abortistas, los corruptos y a quienes maltratan animales. Otras por soltar la lengua con frases como: “Soy homosexual, pero no gay, es una palabra que odio, es ofensiva y obscena”.
Sobreviviente de la dolce vita italiana. Fue otro personaje de sus obras: exagerado, dramático y emotivo.
Contra todo y contra todos
Antiaborto. “Mi madre se negó a abortar y gracias a su empeño estoy aquí”.
Antisocial. "Esta es una época fea, gris. El mundo está lejos de la creatividad y somos víctimas de los medios de información”.
Antiizquierda. “Ni son revolucionarios, ni son creadores ni tienen una visión proletaria de la vida. Por dicha huyeron”.