No es de extrañarse que alguien llore en un aeropuerto. Posiblemente, las salas de arribo han atestiguado infinitas lágrimas nacidas de las despedidas, de los viajes sin retorno…
Lo que es inusual es pensar en alguien llorando en las zonas verdes de un aeropuerto, junto a un perro, con el uniforme de policía y la soledad abrasadora de la madrugada inclemente.
Pero cuando se conoce la historia detrás de las irremediables lágrimas, la lógica aparece con fuerza.
“Ya no daba”, recuerda el oficial Gino Solorzáno de aquel día del 2015. “Estaba pasando un mal momento. Me sentía muy mal. Era mi segundo día de guardia en el aeropuerto de Liberia, eran las 4:30 a. m. y me llevé a Jack afuera de las salas para que hiciera sus necesidades y se desestresara”, rememora el policía, sin aún tener noción de que el estrés más bien se había acogido entre sus brazos y no entre las patas del animal.
“Yo me puse a peinarlo. Después, me hinqué, lo rasqué y… Y tuve que contarle todo. Le conté lo que me pasaba, lo que me tenía triste. Entonces abracé a Jack y se me quebró la voz, hubo lágrimas y seguí contándole todo. Jack era con quien estaba en ese momento y, sorprendentemente, puso su pata delantera sobre mi nombro izquierdo y me vio a la cara como para decirme que todo iba a estar bien”; confiesa el oficial.
“Fue algo muy fuerte. Entendí que él y yo seríamos un buen equipo de trabajo a pesar de las falencias mías y las de él. Él tenía razón de que todo iba a estar bien… Aquello ocurrió como a los dos meses de haber comenzado a trabajar juntos, casualmente en el lugar en que fuimos a trabajar los dos como compañeros por primera vez”.
El policía Gino riega sus memorias en un parque que se encuentra al costado del estadio de San Ramón, ciudad en la que reside. El oficial tiene en sus brazos a su pequeña hija Gina y, mientras recapitula sus memorias de Jack, el perro espera con paciencia desde el carro gris que está parqueado en la acera.
Hace dos años que Jack dejó sus labores como perro de la unidad de detección de drogas del Ministerio de Seguridad Pública (MSP). Tras seis años de servicio, Jack fue jubilado, al igual que otros 16 canes que este año dejaron de ser parte de distintas unidades policiales.
En setiembre pasado, la casa de Gino se hizo sonrisas y puros globos con el recibimiento de Jack. Los aplausos y los gritos sacudieron sus paredes con razón: la historia de dos inseparables compañeros de patrullaje merecía tener un desenlace digno de sus expectativas.
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El inicio de todo
Hace poco más de cuatro años Gino era oficial de la Fuerza Pública en el casco central josefino.
Ya había trabajado cuatro años en ese puesto cuando las ganas de convertirse en guía de la unidad canina del MSP aparecieron.
“Tuvimos que hacer un curso en Alajuela, y en esa unidad están muchos de los perros que se utilizan. Nos llegaron y nos mostraron a los nuevos perros. Ahí estaba Jack… Nos pusieron a enseñarle a los perros a buscar en personas, sobre todo drogas, y ahí me dije que eso era lo que yo quería ser: un guía”, recuerda.
De esa camada de perros Jack fue el que se implantó en la cabeza de Gino. Este pastor belga malinois, de nariz pronunciada, piel dorada y altura imponente le quedó dando vueltas al oficial en su cabeza.
Jack para ese instante, literalmente, daba sus primeros pasos.
Pasado su primer año de vida, el can nacido en Costa Rica estaba siendo examinado para encontrar su perfil policiaco.
“Lo que se pensaba era que Jack era más bien un perro para la unidad de detección de explosivos, porque él es muy tranquilo. Los perros de explosivos son calmados porque deben ser muy cautelosos; en cambio, los de detección de drogas tocan, rasgan, muerden y botan cosas con tal de encontrar algo. Pero bueno, se dieron cuenta que él tenía algo especial”, afirma Gino.
Sin duda, la raza de Jack propiciaba que el can entrara a la unidad: los pastores belgas malinois son perros resistentes a las enfermedades, toleran ambientes con temperaturas hostiles, no padecen de displasia de cadera y son dóciles.
“Son otro nivel”, dice entre risas el policía. “Yo estaba asombrado por esta raza y bueno, como que con Jack yo sentía algo particular”.
Para el 2014, el oficial Zamora –antiguo guía de Jack– fue traslado a la unidad de rastreo y el perro quedó a espera de un nuevo oficial a cargo.
“Entonces a mí me preguntan si estoy capacitado”, rememora Gino, “porque Jack es un perro diferente. Él tenía impulsos para la labor, pero no tan altos como los otros perros. Además, él era escapista y a Zamora en una ocasión se le salió de la caja de transporte de la frontera y se fue a Nicaragua. Él solo había tenido a Zamora como guía así que había que acomodarse a él para trabajar”.
Los nervios que brotaron en Gino no eran en vano: no paraba de pensar en estar con Jack frente a la Policía de Control de Drogas o frente a un juez y no poder descifrar las conductas del can.
Gino debía comenzar desde cero a conocer cada marca y pestañeo de Jack. Debían fundirse, debían entenderse…
“Y me fui dando cuenta cómo trabajaba, cómo era su comportamiento, cómo cambia la postura y la respiración cuando va a detectar drogas. Él me terminó recibiendo en la unidad y yo quería estar para él. Fue algo que surgió de manera muy espontánea”, confiesa.
Jack es el único de su camada que aún vive. Gino no vivió el proceso de entrenamiento del perro, pero finalmente se encargó de su desarrollo.
“Y ahí es cuando creo que es bueno aclarar que ellos no se hacen adictos a las drogas. Ellos nunca se drogan, sino que se les hace una introducción de olores en cajas de madera.. Eso es como cuando uno percibe el olor de la colonia de la mamá de uno y se acuerda de ella; eso no es ser adicto, es reconocer algo especial, y entonces se le premia con una bola o un tubo para morder”, explica el agente.
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Desde ese primer acercamiento a la acción en campo real la vida es otra. La expectativa crece y los nervios brotan como si vinieran de una represa agujereada.
La vida del agente con su compañero can es un vínculo de “confiar a ciegas”, como dice el oficial Gino.
Todos los nervios se desperdigaron el primer día de acción.
En el aeropuerto Daniel Oduber, en Liberia, Jack y Gino debutarían juntos en la revisión de equipajes.
Jack acató todas las órdenes sin problemas, y le ofrecía a Gino una mirada tranquila, a pesar del calor incesante y la atención precisa.
“Ahí me di cuenta que podía confiar en él. Luego, en el primer trabajo que hicimos juntos para detectar droga fue en San Carlos. Llegamos a un colegio y una chiquita tenía en el bulto bastante marihuana. Yo ni siquiera había comenzado a dar instrucciones y él se acercó al bulto de golpe. Si él va hacia un lugar decidido pensando que hay droga es porque la pegó. Nunca ha fallado. Tiene un olfato demasiado fino”.
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Su segunda vida
Tras tres años juntos, el oficial Gino tan siquiera llegó a pensar en la posibilidad de adoptar a Jack después de su retiro.
“Esos recuerdos son una parte muy sensible en mí”, dice con la garganta seca.
Su incertidumbre arrancó cuando Jack fue llevado a un nuevo edificio para la unidad canina en el aeropuerto Juan Santamaría.
Según recuerda el agente, los constructores del espacio no tomaron precauciones para perros escapistas como Jack.
En una ocasión, Jack rompió el techo de su encierro y provocó algunos desórdenes dentro de la unidad.
Tras el incidente, el jefe de la sección de drogas llamó a Gino para informarle de la situación.
–Solórzano, Jack está en una situación médica compleja. Lo vamos a tener que dormir–, le dijo el jefe.
“Yo en ese momento estaba de vacaciones. Tenía el carro malo así que justamente estaba en el taller del electricista. El mecánico se me quedó viendo mientras yo hablaba por teléfono… Sabía que me estaba pasando algo y se me comenzaron a salir las lágrimas”, recuerda Gino.
–Pero no, jefe. Usted no me puede hacer eso. No lo duerman… ¿Cómo va a dormir a mi perro?– rogó el agente.
–Pero tendríamos que trabajarlo, ver qué se hace, cómo se comporta…
–Lo que sea necesario, por favor. Lo que sea necesario– le contestó Gino.
Finalmente, Jack fue jubilado hace dos años y medio y permaneció en la unidad canina ubicada en el aeropuerto Juan Santamaría.
“Yo quería llevármelo, pero no podía. Siempre llegaba y me pedían mi nombre, apellidos, cédula, dirección y yo siempre me decía que ahora sí era mi hora, que sí me lo iba a poder llevar… Lo hice más de diez veces y cada vez perdía más la esperanza”, recuerda Gino.
Muchos de los otros animales que permanecían en ese recinto de animales pensionados fallecieron.
Gino, por su parte, tenía un nuevo perro guía en el campo, pero no podía olvidar a Jack.
“Yo traté de desvincularme de él, de no visitarlo tanto, de no darle de comer… Yo percibía que iba a morir ahí en el aeropuerto, que no nos íbamos a ir. Fue muy complejo”.
La Asociación Valientes por Siempre llegó hasta las oficinas caninas y se encargó de darles mayores cuidados a los canes retirados. Tal noticia le dio un poco de paz al oficial.
“Yo los veía jugar con Jack y me daban celos. Los veía a lo lejos, cómo acariciaban a Jack, cómo hablaban de Jack de arriba para abajo y yo quería decirles que era mi perro, pero no podía”, dice Gino con la mirada sufrida, “pero me alegraba que le dieran cariño, que no se sintiera solo”.
“Por fin me animé a decirles que Jack era mi perro y me dijeron que les dejara mis datos para que yo lo adoptara. Yo ya no podía creerlo, había perdido la esperanza y uff..”, recrea Gino y deja un espacio en blanco dentro de sus recuerdos. “Fue muy emotivo, fue muy emocionante cuando me dijeron que podía ser libre. Cuando estoy libre lo veo, cada vez que recuerdo todo lo que sufrimos lo abrazo. No es cosa sencilla”.
Tras su desahogo, Gino deja que Jack salga de su automóvil para jugar en el parque ramonense.
El porte del pastor belga se hace notar, juega con una bola, recibe caricias de Gino y su hija y ofrece una mirada bondadosa.
“Hoy podría decir que, cuando lo saqué, después de todo este tiempo, podría decirse que fue la primera vez que me acordé de cuando lo sacaba para que caminara cuando íbamos a trabajar”; dice finalmente Gino.
“Tuve esa sensación, increíble, emotiva.. Fue casi como un déjà vu. Un recordatorio de todo lo que ha sido para mí, de toda la felicidad que me ha dejado”.