El 15 de setiembre de 1886, muchos costarricenses usaron sus mejores galas; la ocasión no dejaba de ser especial pues, a la una de la tarde en San José, el señor presidente de la República, don Bernardo Soto, inauguraría por todo lo alto la Primera Exposición Nacional. El fin de dicha actividad era estimular las artes, la agricultura y la industria locales.
Según los orgullosos organizadores, a esta exposición asistieron 40.000 costarricenses durante los 18 días que estuvo abierta: número impactante, difícil de creer porque se calcula que había entonces un poco más de 200.000 habitantes en todo el territorio nacional.
Se consideró que el organizar esta Primera Exposición Nacional era la forma más eficaz de representar el país de una manera digna en la Exposición Universal de París de 1889, un escaparate mundial para el que se construyó la icónica Torre Eiffel, hoy símbolo de la capital francesa.
En esta primera exposición hubo de todo y para todos los gustos pues el objetivo era mostrar los productos de la “actividad, naturaleza y genio” nacionales, algunos provenientes de los más recónditos lugares del país.
Flora y fauna. En primer lugar –reflejo de la sociedad predominantemente agrícola–, no podían faltar muestras de los cultivos del diario vivir, como frijoles, maíz, café, tubérculos, frutas y cacao, entre otros.
También se exhibieron ejemplares de plantas medicinales, textiles y tintóreas, así como una apreciable cantidad de maderas para la construcción y la ebanistería. Dentro de esta rama de la exposición, las plantas ornamentales tampoco podían faltar, por lo que los costarricenses vieron hermosos ejemplares de orquídeas, helechos y flores.
Dentro de las categorías de animales, posiblemente las vacas y los caballos hayan sido los que más llamaron la atención; mas no por esto dejaron de estar presentes dos colecciones de insectos y una colección de aves. Estas últimas estuvieron mejor respaldadas en términos de identificación científica.
Junto a ejemplares de metales preciosos de las minas, se expusieron varios tipos de aguas minerales. Otras industrias también dijeron “presente” pues se exhibió una gran variedad de productos de la Fábrica Nacional de Licores, así como aceites, harinas, azúcar y chocolate nacional.
Como el ferrocarril era el máximo símbolo de la modernidad liberal, no podían faltar bienes del taller de la División Central del Ferrocarril, así como de la Fundición de San José, que exhibió desde simples tornillos hasta un complejo trapiche.
Los asistentes también pudieron apreciar manualidades estudiantiles, cueros, telas, hilos, sombreros, calzado e instrumentos musicales de manufactura local.
Las esferas. En esta vitrina nacional tuvieron espacio hasta escobas, jabones, mecates y cualquier otro objeto, por sencillo que fuera, que hubiese sido fabricado por manos nacionales.
Como puede verse, no se privilegió una clase de productos: privó la variedad, característica que se extendió al tipo de bienes nacionales enviados a las exposiciones internacionales de la época.
En esta exposición también estuvieron presentes el arte y la fotografía. Como reflejo de una sociedad cada vez más secular, el arte religioso casi no se expuso; más bien, se hizo gala de una gran cantidad de retratos, aunque hechos por pintores cuyos nombres quedaron en el olvido de la historia del arte costarricense.
Sin embargo, el conjunto más grande de objetos que se expusieron estuvo formado por unos 1.800 bienes precolombinos que comprendieron sobre todo piezas de cerámica, pero también las hubo de oro, jade y piedra.
Se incluyeron tres “bolas de piedra” grandes y varias pequeñas. Esta es la más antigua mención documentada de las esferas precolombinas del Pacífico sur, las que la UNESCO podría reconocer como patrimonio de la humanidad.
Esta exposición local se convirtió en la antesala de la creación del Museo Nacional, de 1887. Por esto, no es casual que varios de los organizadores de la exposición de 1886 pasaran a ser miembros de la primera junta directiva del Museo.
Hacia el Museo. Con el fin de presentar una imagen ante el mundo y de atraer la inversión extranjera, la participación del país en exposiciones internacionales fue muy intensa a finales del siglo XIX. Las participaciones anteriores a 1887 estuvieron en manos de la Oficina de Estadística; después, al Museo Nacional le tocó organizar las más grandes: en Madrid (España, 1892), Chicago (Estados Unidos, 1893) y Guatemala (1897). A inicios del siglo XX, el Instituto Físico Geográfico tuvo la responsabilidad de organizar la participación costarricense en San Luis (Estados Unidos, 1904).
Ligados a ese febril ritmo de exposiciones internacionales, se publicaron textos redactados para dar una imagen del país como la tierra cuya riqueza natural solo estaba a la espera de ser explotada y con una población ensalzada por su supuesta “blanquitud”.
Con orgullo se destacaban los buenos comentarios publicados en la prensa estadounidense sobre Costa Rica como un país que “prometía”. Dicha imagen se fortaleció por la expansión de la fotografía y la publicación de los libros de viajeros y naturalistas aficionados al “exótico trópico”.
Para el 3 de octubre de 1886, les esperaba a los expositores otro acto oficial en el edificio del Congreso: la entrega de los premios y las menciones honoríficas a los participantes en la exposición; la mayoría se llevó a su casa algún reconocimiento.
Parte de los bienes exhibidos pasaron a integrar las colecciones del Museo Nacional, y hoy todavía pueden verse algunos en exposición. Sin embargo, en aquella época los bienes precolombinos eran vistos como exóticas antigüedades que no eran reivindicadas como parte de un continuum histórico del componente indígena en la historia de Costa Rica.
Hubiera sido interesante saber qué impresión se se llevaron los miles de costarricenses que visitaron esa Primera Exposición Nacional. ¿Cuánto se impregnaron de los aires de progreso y modernidad a los que aspiraba el liberalismo del momento?
La autora es historiadora y trabaja en el Museo Nacional de Costa Rica gabilucvi@gmail.com