Convivimos con el presentimiento diario de la inminencia de lo fatal. Se resquebrajan los cimientos de los entendimientos democráticos de Occidente, y, sin embargo, la vida sigue. Lo impensable llegó, esta vez, a Israel. El silencio que predomina en Costa Rica puede ser el mismo que nos toque sufrir cuando esas tormentas autoritarias o fundamentalistas abran nuestras puertas. ¡Cuidado! Israel nos enseña que esos males no tienen vacuna.
Desde la formación del Estado de Israel, sus segmentos poblacionales no eran homogéneos. Algunos profesaban formas de fundamentalismo religioso y, para evitar rupturas peligrosas en tierra hostil, Ben Gurión, fundador de Israel, evadió definiciones pétreas en una carta magna. Desde entonces, Israel vive sin constitución, albergando estamentos sociales de perspectivas contrastadas. Uno, de proveniencia sobre todo occidental, con anclaje civil y democrático. Otro, de tradición más oriental, profesa imaginarios colectivos ceñidos a la religión judía. El inicial dominio demográfico aplastante de las corrientes civiles mantuvo las expresiones religiosas con poco peso político. Eso fue cambiando.
Con más hijos por familia, la migración masiva de judíos de Rusia y Europa oriental reforzó aún más la corriente religiosa, tras la caída del muro de Berlín. Así crecieron exponencialmente los partidos confesionales y ahora forman coalición con el gobierno, con Netanyahu a la cabeza. Regido Israel solo por “leyes básicas”, alterables por mayoría simple de 61 votos, no tener constitución revela el peligro de un sesgo fundamentalista, cuando el gobierno tiene 64.
Ante el apremio de un giro antidemocrático, estallaron protestas masivas de israelíes contra israelíes, con visiones contrapuestas sobre el carácter secular o confesional del Estado judío. La demografía juega contra lo laico. Una encuesta del 2022 mostró que solo un 26 % de los judíos israelíes prefieren un Estado democrático a uno judío.
El mundo occidental se alarma. Unos temen la pérdida de un socio estratégico, mientras otros se inquietan por el avance del autoritarismo religioso. Hay mucho en juego y Netanyahu apuesta fuerte, sobre todo, cuando para él se juega también evadir la cárcel. En un Israel dividido y con enemigos siempre al acecho, todo se confabula para desenlaces fatales al borde del abismo.
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