Dos años después de su espléndido debut en Costa Rica, el público, que no esperaba menos en la segunda visita de Joshua Bell al país, vió y escuchó colmadas sus aspiraciones con una versión sobria pero maravillosamente expresiva del Concierto en sol menor de Max Bruch. Es sorprendente el control absoluto que Bell logra de la sonoridad de su famoso Stradivarius de 1713, del que obtiene un tono calido de gran plasticidad e indudable belleza. Sin embargo, lo más sorprendente, tal vez, es la autenticidad personal de su interpretación, no ya “del Bruch” sino de su propio Bruch.
A todo esto contribuyó significativamente un acompañamiento sobresaliente de la Orquesta Filamónica Joven de Colombia. La batuta cuidadosa del venezolano Rafael Payare logró situar la orquesta en un plano secundario cuando corresponde a simples acompañamientos armónicos, y destacar solos y contracantos, así como soltar al vuelo los apasionados tutti melódicos, cuando la partitura lo propone.
Convincente también, me pareció la lectura de Íntima (1947) de Alfonso Mejía, aunque, si bien correctamente orquestada, se trata de una obra sinfónica menor: apenas un traslado de músicas de salón al concepto del Poema Sinfónico, a partir de un programa de corte esotérico.
En donde sí se lucieron en todas su capacidades orquesta y director fue en la última obra del programa, la imponente Décima Sinfonía del ruso Dmitri Shostakovich. Obra controversial, estrenada el año de la muerte de Stalin, ha sido interpretada como una especie de manifiesto contra el dictador. Hay quienes aseguran incluso que un motivo del primer movimiento, que se repite insistentemente como una idée fixe, imita la entonación particular de Stalin en sus discursos en ruso, que no era su lengua natal.
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Un lamento
A pesar de la excelente interpretación de la obra, lamento, sin embargo, que Payare se haya dejado vencer por el timbre lugubre de la introducción del primer movimiento haciendo predominar tempos estáticos, donde a mi juicio habria sido preferible darle énfasis al carácter agitado y ciertamente más dinámico de la música de Shostakovich
Leyendas e interpretaciones políticas aparte, en esta obra, como en muchas otras de los compositores rusos de la época, hay presentes dos estados de ánimo profundamente contrastantes, que con frecuencia se identifican con el mal y el bien. En este caso presentes, quizás, en el segundo movimiento con su despiadada brutalidad militar y en el tercero, en un tempo bondadoso de vals lento, ciertamente un poco temeroso, en donde también ocupa un lugar predominante un solo de corno francés que representaría una especie de llamado a la paz, el cual no parece obtener respuesta hasta el tiempo siguiente.
Es en el final donde a modo de síntesis todas las contradicciones se resuelven en un ambiente festivo y jocoso con coloridas referencias al folclore ruso, los juglares medievales y el epigrama con las notas musicales DSCH, que representa las iniciales del compositor.
En conclusión una excelente interpretación de un gran solista y una joven orquesta latinoamericana, que nos deja el sinsabor de una pregunta: ¿porqué no podemos tener en nuestro país algo así, si nuestra Sinfónica Juvenil tiene casi cincuenta años de fundada y cuenta con suficiente talento y buen nivel de formación de sus miembros? La respuesta tal vez tenga que ver con el grave error de entregarle la batuta de nuestras orquestas más importantes, las de los jóvenes, a directores sin talento o escasa formación o en el peor de los casos a quién no está interesado en lograr verdaderos objetivos artísticos.
Ficha técnica
- Lugar: Teatro Melico Salazar
- Fecha: Domingo, 8 de julio del 2018
- Orquesta Filarmónica Joven de Colombia
- Director: Rafael Payaré
- Solista: Joshua Bell, violín
- Obras: Adolfo Mejía, Max Bruch y Dmitri Shostakovich