Redacción
Una de las grandes ambiciones de cineastas de todas las épocas ha sido confrontar Don Quijote de la Mancha. La compleja y divertida fantasía que elaboró Miguel de Cervantes parece inabarcable en la pantalla, pero eso no ha detenido a directores que pretendieron hacer cine de esta magia.
Este sábado 18 de junio, a la 1 p. m., se proyectará por primera vez en Costa Rica, en el ciclo Club Magaly, Don Quijote (1957), de Grigori Kózintsev. El Cine Magaly se ubica en barrio La California, en San José. El valor del boleto es de ¢2.500 y de ¢2.000 para estudiantes y ciudadanos de oro; habrá un foro posterior a cargo de William Venegas. Kózintsev dirigió dos grandes obras después de Don Quijote: Hamlet (1964) y Rey Lear (1971).
En 1957, Kózintsev –injustamente poco mencionado– se embarcó a comprimir la primera novela moderna en un filme de dos horas. Para entonces, había adaptado otros textos literarios, como El capote (1926), de Nikolái Gogol, y había deslumbrado con ambiciosas obras como La nueva Babilonia (1929), sobre la Comuna de París, con música de Shostakovich. Don Quijote sería su mayor obra hasta ese momento.
La película, producida por Lenfilm en la región de Crimea, fue la primera película soviética filmada tanto en Cinemascope como en color. La protagonizó Nikolái Cherkásov, a quien los más cinéfilos pueden reconocer de dos monstruosas películas de Serguéi Eisenstein: Alexánder Nevski (1938) y las dos partes de Iván, el Terrible (1947). Es decir: estamos ante una superproducción de la época.
LEA MÁS: Cervantes, el inventor de la risa, por Alí Víquez
Pero ese es el reto de adaptar El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. La grandeza de sus escenas más fantásticas ha estampado imágenes indelebles en la mente occidental, pero es una historia muy personal. A la vez que abarca paisajes inmensos, detalla con lupa personajes, costumbres y sensaciones de pueblos minúsculos. ¿Cómo, entonces, llevarla al cine? ¿Como un tapiz histórico inmenso, un drama de cámara o una comedia delirante?
En el centro de Don Quijote hay una historia cercana al corazón del arte ruso: el descenso de un héroe a la locura. El personaje de Don Quijote aparece ambivalente, como bien sabemos, un ser atrapado por sus fantasmas, pero entretenido con ellos, un personaje extraordinario, pero reducido por sus evidentes limitaciones. La gloria y el delirio se tocan en sus extremos.
Para plantear visualmente esta inmensidad, Kózintsev recurre a la versión cinematográfica de G.W. Pabst (de 1933) y las ilustraciones de Honoré Daumier. Moralmente, como ha señalado Antonio Martínez, acerca a Don Quijote a Cristo, como un soñador que quiere llevar la verdad y la bondad a las masas. La locura del caballero andante es creer que otro mundo es posible –en parte, por eso la censura no tocó mucho el guion ni el filme terminado–.
El Quijote de Kózintsev, con las acciones de la novela comprimidas y reordenadas, es un protorrevolucionario que trata de mostrar al mundo que no puede seguir funcionando por la injusticia, la ambición ni la opresión. Ante el imponente paisaje de Crimea, su sueño se convierte en locura.
Sin embargo, también Kózintsev fue derrotado. En las notas de producción de Hamlet (1963), su mayor logro, escribió sobre Don Quijote: "En la pantalla no ha salido ni una milésima parte de lo que había soñado". Lo mismo le ocurrió a Orson Welles, quien desde 1955 y hasta su muerte, en 1985, intentó darle forma a su sueño. El guion llegaba a mil páginas, se filmó de muchas formas, se probaron docenas de conceptos. No hubo manera.
LEA MÁS: Miguel de Cervantes: El caballero de las armas y las letras en la lengua española