Con justa razón se piensa en Ciudadano Kane cuando el nombre de Orson Welles se pronuncia. Esa relación predecible e inmediata –aunque pocos pueden darse el lujo de tener una de las mejores películas de la historia en su filmografía– puede insinuar que no hay más por recavar en la jugosa filmografía del autor estadounidense.
Aunque otros de sus títulos se han elevado y apreciado con el paso de los años (como El proceso y Sed de mal), Welles hizo un cine tan vigente que aún 33 años después de su muerte sigue latiendo, en todo el sentido de la palabra.
La irrepetible mano de Welles resucita en esta ocasión con Al otro lado del viento, filme esperadísimo y que Netflix se dio el lujo de estrenar el viernes 2 de noviembre en su plataforma digital.
Como si hubiese sido pensada para estrenarse después de un caos inigualable, Al otro lado del viento nos habla del mismo Welles, su cine y su entorno como pocos. La historia se repite después de tantos años y es necesario reconocerla.
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Testamento fílmico
Ya muchos críticos de cine han usado la frase perfecta para calificar este póstumo filme de Welles que, ya de por sí, es difícil de encajar en etiquetas.
“Cine dentro del cine” ha sido la premisa popularizada para determinar esta cinta que de ser etiquetada como “autobiográfica” molestaría al propio Welles en su tumba.
El estreno de Netflix es una suerte de falso documental en el que se atestigua el proceso de filmación de Al otro lado del viento, película dirigida por un tal Jake Hannaford (personaje encarnado a la perfección por John Huston) que se somete a una pesadilla kafkiana en la que no logra terminar el rodaje que ocurre, casualmente, en el último día de su vida.
Como si se tratara de un sentido meta, Hannaford –al igual que Welles– enfrenta acusaciones durante el rodaje, es presionado por una crítica de cine y ve expuesta su vida íntima ante el lente público, pues las cámaras están presentes en cada segundo de metraje.
Los paralelismos entre Welles y Hannaford se acentúan cuando se conoce el pasado de ambos directores antes de Al otro lado del viento: el filme significa un regreso a la industria después de un exilio.
Este reencuentro con el aparato industrial cinematográfico no podría ser más amargo: se muestra un Hollywood decadente, frenético y poco estilizado, casi claustrofóbico.
La vida de Welles fuera del filme ayuda a comprender este espectro, pues el estadounidense ya no era el joven veinteañero que se había llenado de aplausos con Ciudadano Kane.
Para los 70, Welles tenía 55 años y era considerado como un artista intratable cuyas pretensiones lo habían llevado al fracaso de algunas películas.
El estadounidense, a causa de su mala racha, se había autoexiliado en los años 60. Para finales de esta década, se despegaría la ola del Nuevo Hollywood, corriente que se extendió durante casi 20 años con la magistral batuta de directores como Francis Ford Coppola, Martin Scorsese, Brian De Palma y Steven Spielberg.
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El regreso de Welles en medio de esta nueva ola significaría una sacudida en la mesa, el director no quería ser considerado como una estatua viviente, un simple mito... Finalmente, el cineasta tenía razón, pues aún podía ofrecer mucho.
El estadounidense filmó el proceso de hacer una película como una contrarrespuesta a estos cineastas. Incluso, como una especie de parodia, el Al otro lado del viento dirigido por Hannaford pareciera ser una referencia a Zabriskie Point, cinta del contemporáneo italiano Michelangelo Antonioni.
Welles alcanzó a rodar más de cien horas de imágenes en color y blanco y negro, capturadas en 35 y 16 milímetros, las cuales dejaron al proyecto listo en un “96%”, como el mismo director refería.
El rodaje fue accidentado e intermitente durante seis años, y las grabaciones acabaron en 1978, aunque el metraje nunca se pudo editar. En 1985, Welles moriría, dejando el mito de la película dispersado en toda clase de rumores.
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Se dice que los negativos quedaron guardados en una caja fuerte en París, que Beatrice Welles no quería concesionar la película, que Oja Kodar –actriz del filme y compañera sentimental de Welles– se había dejado parte del metraje e incluso que la viuda de uno de los productores emprendió una batalla que incluyó al Sha de Irán.
Aunque se desconocen los detalles, Netflix logró poner de acuerdo a todas las partes involucradas y en el pasado Festival de Venecia se estrenó el filme que no ha parado de recibir buenas críticas, en buena parte por el gran trabajo de supervisión del productor Frank Marshall y el editor Bob Murawski (quien ganó el Óscar en el 2011 por The Hurt Locker).
Este mismo viernes, la plataforma también estrenó Me amarán cuando esté muerto, documental que reúne las voces que acompañaron a Welles durante el rodaje de Al otro lado del viento y que se amalgama a la perfección con la producción póstuma.
Casi medio siglo después, Al otro lado del viento termina su ciclo para empezar otro: el de un hito fílmico que se concreta con la ironía de no distribuirse en salas de cine.