Dicen que el “hubiera” no existe, pero es probable que el entonces general estadounidense Dwight D. Eisenhower haya pensado muchas veces, tras liderar con éxito la monumental operación Overlord, en lo que habría pasado si el desembarco de Normandía (Francia) hubiera terminado en desastre.
Había tantas posibilidades de que esto ocurriera que el laureado militar, quien en 1953 se convertiría en presidente de los Estados Unidos, tenía preparado un breve discurso en el que anunciaba que la batalla para salvar al mundo había fracasado.
Este jueves 6 de junio se celebran los 75 años de la operación anfibia más grande de la historia: el desembarco de Normandía, que quedó para siempre en la memoria colectiva como el Día-D.
La batalla de Normandía, llamada en clave Operación Overlord, fue la operación militar anfibia y aerotransportada efectuada por los Aliados durante la Segunda Guerra Mundial, que culminó con la liberación de los territorios de la Europa occidental ocupados por la Alemania nazi.
Antes de seguir con los hechos que marcaron un antes y un después de la humanidad en el siglo pasado, se impone una ligero repaso sobre la historia que culminó con el desembarco de Normandía en el contexto de la II Guerra Mundial, conflicto militar global que se desarrolló entre 1939 y 1945. En este se vieron implicadas la mayor parte de naciones del mundo.
El llamado Eje y que luchaban contra los Aliados, estaba integrado y liderado por Alemania, apoyada por Japón e Italia, aparte de otros países menos poderosos a lo largo del planeta. El bloque de los Aliados, con Gran Bretaña y Francia al frente, recibió después el apoyo de la Unión Soviética y Estados Unidos, e igual que ocurrió con sus enemigos, otras naciones ofrecieron su adhesión casi simbólica, como ocurrió con la misma Costa Rica, que declaró la guerra contra Alemania y Japón en diciembre de 1941 y, por ende, su apoyo a los Aliados.
La batalla de Normandía fue el acontecimiento que cambió el curso de la historia del mundo, ya que el Día D está considerado como el principio del fin de la derrota de Adolfo Hitler. La reconquista de Europa, en poder del nazismo, parecía una utopía para los protagonistas de aquella época, de manera que tuvieron que jugarse el todo por el todo y así lograr el objetivo estratégico aliado más importante en esa etapa crucial del enfrentamiento planetario.
De acuerdo con notas de archivo de agencias internacionales publicadas en su momento por La Nación, ’D’ es un término generalmente utilizado por las fuerzas militares para referirse a una operación o al inicio de un ataque, sin embargo, los historiadores coinciden en que probablemente en este caso la letra D también podría significar “decisión”, en referencia al hecho de que Estados Unidos tomó la decisión de la invasión en Normandía. El día antes del ataque fue nominado ‘D-1’ y el día después ‘D+1’.
Si bien los aliados tuvieron avances como el revés sufrido por Hitler durante la extensa batalla por Stalingrado, la invasión a Italia, las operaciones en Los Balcanes y la posibilidad de abrir un segundo frente, como exigía el líder soviético Joseph Stalin, no había mayores expectativas que hicieran pensar en una victoria sobre el Tercer Reich, si acaso las conquistas en el norte de África-El Alamein o en Túnez (1942 y 1943), habían paliado un poco la desesperanza entre los Aliados.
Pero los momentos críticos se sucedían y la amenaza de un Hitler como gobernante de Europa propiciaron medidas –y riesgos– extremos. La Operación Overlord fue decidida el 6 de diciembre de 1943 entre el presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt y el primer ministro británico Winston S. Churchill. Acordaron, tras superar desencuentros políticos y estratégicos, que el comandante sería el general estadounidense Dwight David Eisenhower.
La invasión de Normandía representó el esfuerzo supremo de los Aliados, que culminaría el 2 de mayo de 1945 con la caída de Berlín y la rendición de la Alemania nazi, y para tener una idea de la magnitud de esta batalla y de acuerdo con información que data desde los diarios de la época y reseñados por agencias, el Día D las Fuerzas Aliadas utilizaron 2.395 aviones de transporte, 867 planeadores para paracaidistas, 2.219 aviones de combate, y 4.266 buques de guerra, incluidas las heroicas barcazas de desembarco.
El total general de toda la operación Overlord sumó la participación poco más de 2.876.439 hombres, ya fuera en el frente de guerra como en decenas de misiones adicionales: la más grande operación militar jamás imaginada.
Tras el acuerdo para ejecutar la arriesgada misión y después de meses de planeamiento quedaron seleccionadas cinco zonas de desembarco en las playas de la costa norte de Francia, frente al Canal de la Mancha, bautizadas Utah, Omaha, Gold, Juno y Sword. La selección del Día D e incluso la mejor hora para comenzar las hostilidades, tampoco fue fácil, ya que hasta último momento el día elegido era el 5 de junio.
Finalmente, el mal tiempo de ese principio de mes tempestuoso hizo que el general Eisenhower tomara la arriesgada decisión de lanzar la invasión el día 6, apenas pasada la medianoche.
La fecha de ataque no la conocían ni siquiera los soldados que participaron en la batalla. La hora y hasta el lugar del desembarco se mantuvieron en secreto para garantizar el éxito de la operación. En contraposición, hubo espías que le hacían llegar a Hitler informaciones erróneas y confusas, lo cual contribuyó a que los Aliados pudieran tomar desprevenidos a los nazis afincados en Normardía.
En Francia se encontraban 55 divisiones alemanas, pero, debido al secretismo de la operación, solo ocho pudieron reaccionar y llegar en el momento del ataque.
El todo por el todo
El Día D, las tropas aliadas integradas por 150.000 soldados (73.000 norteamericanos y 83.000 británicos y canadienses) desembarcaron en ese punto de la geografía francesa para combatir a los nazis, tras meses de preparación logística, una delicada labor de inteligencia para despistar a los enemigos y de un aplazamiento de un día que amenazó el éxito de la invasión.
Sin embargo, el número de quienes participaron de una u otra forma en la delicada operación militar, como lo describió el diario español ABC, en el 70 aniversario, se contaba por decenas de miles.
“Fue una maniobra que les había costado a los aliados dos largos años de minuciosas y secretas preparaciones. Dos años de nervios, tensiones e incertidumbres, de ingenio, esfuerzo, experimentación, confidencialidad y planes de engaño de amplio alcance, en el que estuvieron involucrados decenas de miles de hombres y mujeres de las profesiones más variopintas: obreros industriales, ingenieros, constructores, técnicos, espías, militares, funcionarios, profesores, miembros de la resistencia en la clandestinidad o inventores, entre otros. A estos había que sumar la participación de un centenar de empresas y organizaciones especiales, que proveyeron todo el equipamiento necesario”, relató el prestigioso medio en aquel momento.
Y es que, en lo que es una opinión unánime durante los últimos 75 años, el más mínimo fallo de coordinación habría significado una derrota de dimensiones históricas que habría concedido a Hitler la posibilidad de una victoria final en la Segunda Guerra Mundial.
“No estaba convencido de que ese fuera el único modo de ganar la guerra", declaraba Winston Churchill que, durante la noche del 6 de junio de 1944, estaba convencido de que lo despertarían de madrugada para comunicarle el desastre.
Pero, pese a los descorazonadores presagios, el desembarco fue el principio del fin de la II Guerra Mundial, el conflicto bélico más destructivo jamás visto por la humanidad, con 90 millones de muertos.
Desde 1941 las tropas rusas habían sufrio el durísimo embate alemán, a pesar de contar con apoyo estadounidense en armas y municiones.
Ese mismo año, Stalin propuso crear una operación militar para abrir un punto de lucha en el frente occidental, con el fin de propiciar la división de la fuerza alemana en dos frentes. Después de estudiar varias opciones y de muchas negociaciones, especialmente en la reunión de los tres grandes en Teherán en 1943 (Roosevelt por Estados Unidos, Churchill por Gran Bretaña y Stalin por la URSS), se decidió abrir el segundo frente en Francia, y concretamente en Normandía.
Se decidió que Inglaterra sería el centro de operaciones y entonces cientos de convoyes cruzaron el Atlántico desde Estados Unidos, provistos de toneladas de equipo y miles de soldados. Lo que se venía era, a todas luces, apocalíptico.
Y es que el grado de planificación fue milimétrico: debieron considerar cuidadosamente no solo las zonas de desembarco de las divisiones aliadas, sino que debieron contar con expertos en las fases de la luna, el clima y la evolución de las mareas, pues su flujo no se daba igual en todas las áreas y hubo que seleccionar una hora distinta para cada lugar de desembarco.
Eisenhower enfrentaba, al otro lado del Canal, al mariscal Karl von Rundstedt, quien a principios de 1942 se había hecho cargo del sector occidental del frente alemán (Francia, Bélgica y Holanda). Los errores alemanes fueron muchos, pero los historiadores coinciden en que el mayor de todos fue que Hitler se arrogó el derecho de impartir órdenes directas a los subordinados de Rundstedt, lo que creó una crisis de autoridad y disciplina.
En el ínterin, hay una historia que, a estas alturas, puede considerarse como “daños colaterales”, máxime en el contexto de la cruenta guerra, pero que no deja de reflejar la crueldad de los hechos que se sucedieron durante el tenebroso conflicto bélico.
En agosto de 1942, se realizó un ejercicio de prueba de desembarco en Dieppe, al norte de Francia. Oficialmente se comunicó que se intentaría instalar una zona de ataque para iniciar el segundo frente solicitado por los rusos. Extraoficialmente, era un medio para probar el sistema defensivo alemán: el muro del Atlántico. Los soldados que participaron fueron sacrificados para medir el tiempo de reacción alemán.
Ya con el Día D en marcha, la batalla que se inició el 6 de junio, se extendió por toda la Francia ocupada. Mientras Hitler reemplazaba comandantes por sospechas de traición, al 16 de agosto las Fuerzas Aliadas habían logrado establecerse en las áreas ocupadas por los nazis en Francia.
El 25 de agosto, la segunda división francesa, al mando del general Philippe Leclere, entraba victoriosa a París. La batalla de Normandía había llegado a su fin y el poder de Hitler se derrumbaba definitivamente, gracias al éxito de la Operación Overlord.
En mayo de 1945, Adolfo Hitler estaría muerto y la guerra en Europa, terminada, gracias al día más largo de hace 75 años.
Un engaño magistral
En el artículo Día D, una hazaña de engaño, publicado este martes por Euronews, el historiador militar Paul Reed vuelve sobre un tema que parece inagotable y que probablemente se recordará por estas fechas durante muchos años ya, pues lo que estaba en juego era nada menos que el destino del planeta en el epílogo de la mortífera II Guerra Mundial, con el planeta agonizante ante tanta destrucción y con Adolfo Hitler como una gigantesca amenaza de bomba expansiva hacia el resto del mundo.
Según Reed, lo que ocurrió en aquel ya lejando junio de 1944 fue “una hazaña de engaño sin igual: “La planificación del Día D fue inmensa. Se operó en casi todos los niveles. El subterfugio, que confundía a los alemanes sobre el lugar y el momento en que tendría lugar, formaba parte de la estrategia, hasta el punto de que crearon todo un ejército ficticio, un ejército fantasma. Queríamos (las fuerzas aliadas) que pensaran que iba a ser en el norte de Francia, cerca de Calais, la ruta más corta y situaron su material y sus tropas allí.”
Los astros parecen haberse alineado con la minuciosa estrategia de los aliados: en la madrugada del desembarco, había una portentosa luna llena que contribuyó con la visibilidad de los militares; las fuerzas de Hitler sabían que las tropas aliadas atacarían, pero no sabían con precisión cuándo ni dónde... y en el momento del ataque el líder nazi estaba durmiendo.
De hecho, durante las primeras horas de la invasión, cuando los comandantes alemanes solicitaban desesperadamente permiso para atacar con tanques, se les decía que Hitler estaba durmiendo. Por lo mismo, el primer día del ataque sólo una división de tanques germanos participó en la contraofensiva.
Y otra más: el mariscal Erwin Rommel, máximo responsable de las defensas alemanas en el norte de Francia, no se encontraba en la zona el Día D porque estaba con permiso en su casa de Herlingen (oeste de Múnich), celebrando el cumpleaños 50 de su esposa, Lucía. Al igual que Hitler y Rommel, las cúpulas del nazismo estaban totalmente desorientadas sobre el sitio del desembarco, al punto de que Rommel creía que la operación se daría en la zona de Calais y que se produciría el 20 de junio. Así, viajó a su país justo dos días antes de la operación Normandía, no sin antes pasar a París a comprar un par de zapatos para su esposa, como regalo de cumpleaños.
Así que Rommel también dormía aquella mañana y solo pudo ser localizado a eso de las 10 a. m.
Los aliados iniciaron el desembarco de un ejército de más de 150.000 soldados sobre las playas de Normandía.
La supremacía aérea anglo-norteamericana fue clave para entender el éxito de la operación. Los aviones aliados destrozaron la mayor parte de los puentes sobre los ríos Sena y Loira, impidiendo que los alemanes pudieran enviar refuerzos a Normandía.
A ello se unió la dificultad de los alemanes en cubrir una costa de 4800 kilómetros de longitud entre la frontera española y Holanda y las continuas desavenencias y contradicciones en el mando militar nazi sobre dónde tendría lugar el desembarco y cómo se le debía hacer frente. Los nazis hicieron aguas y, con París liberado, las fuerzas aliadas avanzaron hacia Alemania y ahí se unieron a las fuerzas soviéticas, que se acercaban desde el este.
La suerte estaba echada.
El trágico rostro de la victoria
Pasaron décadas después del fin de la Segunda Guerra Mundial y, ya en retrospectiva, historiadores y escritores empezaron a diseccionar la otra parte de la historia.
Hace 10 años, el diario español La Vanguardia reseñaba: “Han tenido que pasar 65 años para que la batalla de Normandía, y el infierno sufrido por la población civil francesa en el verano de 1944, empiece a salir del pozo de desmemoria en que la había dejado la narración oficial. Todo el mundo conoce la formidable operación militar del 6 de junio de 1944, el día D, el desembarco e invasión por los ejércitos aliados de la Francia ocupada por la Alemania nazi. Todo el mundo tiene presente, con idéntica viveza, la casi festiva liberación de París el 25 de agosto. Pero todo el horror que se vivió en Normandía durante casi tres meses ha quedado prácticamente sepultado en el olvido. También en Francia. Los últimos trabajos de historiadores como el británico Antony Beevor o el francés Olivier Wieviorka han contribuido a levantar el velo que cubría la batalla y el dolor de los liberados. ‘La de Normandía ha sido una batalla olvidada, borrada. Hasta hace muy poco, ha sido en Francia casi un tema tabú’, constata Stéphane Grimaldi, director del Memorial de Caen. Principal museo de Francia dedicado a la Segunda Guerra Mundial, el Memorial es la perfecta muestra de ello. Apenas hay en él una referencia a las víctimas civiles. Y eso que Caen fue destruida casi en un 80% por los bombardeos aliados, causando entre 2.000 y 3.000 muertos”.
El fundador del centro, el exalcalde Jean Marie Girault fue testigo de primera mano de la tragedia. “Es muy difícil asumir ser bombardeado por tus liberadores, es de una ambigüedad terrible”, propone Grimaldi a modo de primera explicación, antes de añadir otra consideración política: a su juicio, uno de los requisitos imprescindibles para conseguir que Francia se colara entre las potencias vencedoras, pese a la colaboración del régimen de Vichy con Hitler –el gran logro de De Gaulle–, era “borrar que los aliados habían destruido Normandía”.
En su obra El día D y la batalla de Normandía, Antony Beevor relata, con escalofriante detalle, la ferocidad y la violencia de los combates que siguieron al desembarco, que compara con los del frente del Este. En apenas tres meses, entre heridos y muertos, norteamericanos, británicos y canadienses perdieron 220.000 soldados y los alemanes, 240.000; sin contar los enormes traumas psicológicos que la batalla causó entre las tropas. Los franceses no sufrieron menos castigo.
Durante la batalla de Normandía hubo 20.000 muertos entre la población civil –sólo en el día perecieron 3.000–, a los que cabe añadir los 15.000 que murieron en los bombardeos preparatorios durante los cinco meses previos al desembarco. A juicio de Beevor, que no duda en calificar lo sufrido por los normandos de “terrible martirio”, la fría –aunque correcta– reacción de la población al recibir a los liberadores puede considerarse de una “indulgencia extrema”. Los aliados fueron fríamente conscientes de su actuación. Como explica Beevor, ante la petición de Churchill de minimizar las bajas colaterales, Roosevelt le contestó: “Es lamentable que la operación implique pérdidas civiles, pero no tengo ninguna intención de imponer a la acción militar la más mínima restricción que pueda entorpecer el éxito de Overlord o de acrecentar los riesgos de pérdidas para la fuerza de invasión aliada”.
Por su parte, este mismo miércoles el diario El País, de España, aborda el tema de la invisibilización de las víctimas civiles en Normandía y alrededores. Citando al historiador militar Stephen A. Bourque, autor de Beyond the beach. The allied war against France (Más allá de la playa. La guerra aliada contra Francia), publicado en el 2018, ese medio resalta que a partir de enero de 1944, la guerra aérea arrasó con ciudades francesas como Saint-Lô y mató a unos 60.000 civiles. "Creo que fue un crimen de guerra bombardear estas ciudades más allá de las playas”, sostiene el autor.
Y también explica por qué, a pesar de todo, los sobrevivientes de Nombardía y alrededores tienden, tantos años después, a justificar lo ocurrido. El País aborda la historia de Léopolda Beuzelin, quien tenía 12 años el 6 de junio de 1944. Vivía en Saint-Lô con sus tres hermanos y su madre. Su padre había muerto al inicios de la guerra. Explica que aquel día empezaban a cenar en familia cuando escucharon el rugido de los aviones y vieron como se acercaban. “No tuvimos tiempo de tomarnos la sopa”, dice. El recuerdo de aquellos días y meses es una sucesión de situaciones extremas que la inmunizó el resto de su existencia ante los contratiempos mínimos de la vida cotidiana y que quizá explique su buen humor y su energía a los 86 años.
Ella y su hermano se perdieron durante un tiempo, los dieron por muertos, pasaron jornadas seguidas sin comer, se escondieron en el campo y, tras la liberación y su temprano matrimonio, a los 16 años, vivió con su marido diez años en una barraca de madera.
No reprocha nada a los aliados que destruyeron la ciudad y mataron a unos 300 vecinos. “Para nosotros fueron salvadores”, dice. “Piense que los americanos, que no nos conocían, vinieron a morir en nuestras playas para liberarnos de los nazis…”.