Salvador Ramos, con 18 años recién cumplidos, entró disparando a una escuela primaria de la pequeña comunidad de Uvalde, Texas, ciudad que no sale del trauma ante el terror vivido el pasado 24 de mayo, ante la masacre de 19 niños y dos maestras.
Solo nueve días antes, el 15 de mayo, Payton Gendron, declarado supremacista de la misma edad, 18 años, creyente en la teoría conspirativa del gran reemplazo, según la cual los blancos están siendo sustituidos por población de otras etnias, aniquiló a 10 personas, en su mayoría afrodescendientes, en un supermercado de Búfalo, Nueva York, guiado por “motivaciones racistas”.
A diferencia de Ramos, quien falleció abatido por la policía, Gendron fue detenido y está en la cárcel, acusado de homicidio en primer grado (con premeditación y alevosía), que le costaría varias condenas de cadena perpetua, pues en Nueva York no existe la pena de muerte.
Conforme han pasado los días, trascienden más y más detalles sobre las vidas de estos dos postadolescentes, quienes “celebraron” su mayoría de edad ejecutando los mortíferos ataques que tienen a Estados Unidos y buena parte del mundo sumidos en el horror y la indignación.
Payton
El hijo mayor de una pareja de ingenieros civiles y con dos hermanos menores, Payton Gendron vivía en Conklin, una tranquila localidad de cinco mil habitantes cercana a Pensilvania.
Sus excompañeros de escuela y colegio lo califican, como mucho, de “raro”, pero la mayoría coincide en que era amable, callado, muy inteligente académicamente y que siempre pensaron que su mutismo se debía a su timidez.
Tenía, aseguran hoy, una doble cara. El supremacista que llevó su misión a extremos como el de transmitir en vivo la masacre, realizó tareas escolares en grupos que incluían hispanos y afroamericanos y, según recuerdan sus excompañeros, lo hizo con toda normalidad, sin externar jamás alguna señal de racismo.
Antes de proseguir con su vida pasada, la que cambió radicalmente el pasado 17 de mayo, es menester recopilar detalles que han ido trascendiendo en los últimos días sobre Payton quien, según aseguran sus familiares, habría usado muchísimo tiempo libre durante la pandemia para documentarse sobre teorías conspiratorias y supremacía blanca, pues por el encierro a raíz de la covid-19, “se la pasaba muy aburrido”, de acuerdo con una reconstrucción de la cadena NBC.
Días antes de la masacre, el tirador investigó qué barrios tenían más población afroamericana antes del perpetrar el ataque. Según información recopilada por CNN, El País de España y el portal Infobae, Gendron, quien subió a su carro y manejó durante tres horas hasta llegar a Buffalo, seleccionó ese barrio de la ciudad por estar habitado mayoritariamente por población afroamericana. De sus 13 víctimas –entre muertos y heridos– 11 eran personas de color.
Tras el tiroteo, en el que acabó también con la vida de un oficial de seguridad del supermercado, se entregó voluntariamente a la policía, luego de haberse puesto un rifle en el cuello al verse cercado, pero fue convencido por las autoridades de que lo dejara caer.
El New York Times afirmó que en el primer interrogatorio el joven se declaró “no culpable” y aceptó un abogado de oficio, al asegurar que no puede costearse uno privado para su defensa.
La fiscal general de Nueva York, Letitia James, describió el ataque como “terrorismo doméstico, simple y llanamente” y dijo que el tirador sería procesado “con todo el peso de la ley.”
Los agentes federales entrevistaron a los padres del atacante y cumplieron múltiples órdenes de registro, mientras que las autoridades federales trabajaban intensamente para confirmar la autenticidad de un manifiesto de 180 páginas que se publicó en Internet, en el que se detallaba el plan y se identificaba a Payton Gendron por su nombre como el atacante.
En otra investigación paralela se descubrió que Gendron había visitado repetidamente sitios web que propugnaban ideologías de supremacía blanca y teorías de conspiración basadas en la raza y que había investigado extensamente los tiroteos de la mezquita del 2019 en Christchurch (Nueva Zelanda), y el del hombre que mató a decenas de jóvenes en un campamento de verano en Noruega en el 2011, dijeron fuentes oficiales. Tal como ocurrió en esa matanza, el crimen de Gendron fue transmitido en vivo por redes sociales.
Es decir, el joven asesino habría armado una suerte de rompecabezas con distintos “protocolos” de asesinatos en masa en los últimos años.
Como es lógico, la historia de cada víctima es dramáticamente dolorosa. Por ejemplo, entre los fallecido está Ruth Whitfield, de 86 años, madre del comisario de bomberos jubilado de Buffalo, Garnell Whitfield. El alcalde de Buffalo, Byron Brown, dijo a los asistentes a la iglesia que vio al ex funcionario de bomberos en el lugar del tiroteo buscando a su madre. “Mi madre acababa de ir a ver a mi padre, como hace todos los días, a la residencia de ancianos y se detuvo en el Tops para comprar comestibles. Y nadie ha sabido nada de ella”, dijo entonces Whitfield al alcalde. Más tarde se confirmó que era una víctima.
Por otra parte, la red social Twitch dijo en un comunicado que terminó la transmisión de Gendron “menos de dos minutos después de que comenzara la violencia.” La gobernadora de Nueva York, Kathy Hochul, oriunda de Buffalo, pidió a la industria tecnológica que se responsabilice de su papel en la propagación del discurso de odio en una entrevista con la cadena ABC.
LEA MÁS: ¿Quién era Salvador Ramos, el sospechoso del tiroteo en Texas?
“Los directores generales de esas empresas tienen que rendir cuentas y asegurarnos a todos que están tomando todas las medidas humanamente posibles para poder controlar esta información. La forma en que estas ideas depravadas están fermentando en las redes sociales se está extendiendo como un virus ahora”, dijo, añadiendo que la falta de supervisión podría llevar a otros a emular al tirador.
Tremenda ironía si se toma en cuenta que apenas unos días después, otra masacre sacudiría, una vez más, a los Estados Unidos, esta vez en Texas.
El tiroteo masivo ha agitado aún más a una nación sacudida por las tensiones raciales, la violencia con armas de fuego y una oleada de crímenes de odio. El ataque de Buffalo se produjo apenas un mes después de que un tiroteo en el metro de Brooklyn causara 10 heridos y poco más de un año después de que 10 personas murieran en un tiroteo en un supermercado de Colorado.
El tiroteo en Buffalo evocó el recuerdo de algunos de los peores ataques racistas de la historia reciente de Estados Unidos, como la matanza en el 2015 de un joven blanco contra nueve fieles en una iglesia negra en Carolina del Sur, y el ataque del 2019 de un hombre blanco en Texas que se cobró 23 vidas, la mayoría de ellas hispanas.
LEA MÁS: Abuela del tirador de primaria en Texas intentó detenerlo estando herida de bala
Una vida tranquila
En esta diminuta ciudad de 5.000 habitantes, justo al lado de la frontera entre Pennsylvania y el sur de Nueva York, algunos de los que conocieron o se encontraron con Gendron recientemente eran propietarios de casas de empeño y tiendas que vendían monedas y armas. Varias de esas visitas se describen en los registros de chat de una cuenta de la red social Discord con el mismo alias que el utilizado por el sospechoso, según información recopilada por NBC.
“Siempre era ‘sí, señor; no, señor; sí, señora; no, señora’”, dijo el propietario de uno de esos negocios; contó que Gendron era siempre “muy educado” y “tranquilo” cuando entraba en la tienda.
En The Coin Shop de Johnson City, a 20 minutos de Conklin, Gendron era un cliente habitual que se pasaba horas y horas examinando monedas inglesas antiguas, según Larry Gondek, numismático de la tienda, quien lo atendió las siete u ocho veces que pasó por allí.
No percibió nada alarmante hasta que preguntó por las cámaras de seguridad de la tienda en su última visita, hace unos meses.
Gendron consultó cuántas cámaras había dentro y fuera de la tienda y dónde estaban colocadas, explicó Gondek. Cuando le preguntó por qué quería saberlo, el sospechoso le dijo que era porque quería sentirse seguro en la tienda, añadió. Esa respuesta no le sentó bien a Gondek, que pensó en informar a la policía pero finalmente cambió de opinión, pues en ese momento razonó que Gendron “era solo un niño”.
LEA MÁS: La matanza racista de Buffalo fue meticulosamente preparada
Un mejor amigo... latino
Quienes conocían al sospechoso en su vida personal también están reexaminando todas y cada una de las interacciones con él, siempre según NBC.
Uno de los casos más llamativos es el de Matthew Casado, de 19 años, quien declaró que él y el tirador se conocían desde la infancia, y que fueron mejores amigos durante gran parte de sus vidas.
Perdieron el contacto cuando se acercaba la graduación de la escuela secundaria Susquehanna Valley, dijo Casado, pero Gendron le habló después de la graduación “porque se sentía solo y quería estar rodeado de gente”.
“Hasta el día del ataque lo conocía como una persona amable y nunca supe que era racista, siendo yo hispano nunca había sabido que fuera racista. Ahora parece que llevaba una doble vida porque no sé cómo alguien puede ser amigo de una raza que odia”, dijo Casado.
Lo cierto es que Gendron ya había dado señales sobre sus intenciones. El año pasado, la policía del estado de Nueva York lo investigó después de que este amenazara en junio con querer llevar a cabo un tiroteo mientras era un estudiante de secundaria, dijo un alto funcionario de la policía. En ese momento el sospechoso era menor de edad, agregó. Fue llevado a un hospital para una evaluación de salud mental, y no fue acusado de delitos.
Jennifer (quien prefirió omitir su apellido), una residente de Conklin que tenía hijos en esa escuela cuando se produjo la amenaza, dijo que nunca se informó a los padres del incidente y que solo se enteraron tras la tragedia de Buffalo.
“¿Cómo han podido ocultarnos esto durante todo este tiempo? La seguridad de nuestros hijos estaba potencialmente amenazada y lo escondieron bajo la alfombra. La escuela debería habérnoslo dicho. Confiamos en ellos”, condenó. “Si lo hubiéramos sabido, tal vez nuestra comunidad podría haber intervenido para ayudar a la familia”, enfatizó.
Jennifer dijo que conocía al sospechoso y a su familia. Sus hijos, más cercanos a él, lo describieron como “un poco raro” y “diferente”, aseguró. “No hablaba mucho. Era muy callado y nunca interactuaba mucho”, dijo.
Kaden Levene, de 19 años, estaba en el último año de la secundaria cuando Gendron estaba en el primer año, pero los dos compartían muchas de las mismas clases, dijo.
“Era uno de los chicos más inteligentes, y como que se mantenía al margen y estaba muy fuera del radar”, agregó. Dijo que el sospechoso tenía unos pocos amigos y no socializaba mucho.
Levene lo describió como un poco “torpe socialmente” y dijo que hacía “bromas raras” sobre los videojuegos, pero aseguró que nunca se sintió contrariado por el comportamiento de Gendron, y que siempre lo atribuyó a su timidez.
Pero ahora, al procesar más el tiempo que pasó con Gendron, Levene dijo que hay un recuerdo que sobresale. Levene, que es blanco, recuerda un proyecto de grupo en el que se le asignó trabajar con Gendron y un estudiante negro. Dijo que los tres trabajaron bien, y no lo pensó dos veces hasta ahora.
“Ahora sigo pensando en eso”, dijo. “Actuó totalmente bien y se sintió cómodo, pero tal vez lo tenía todo bajo la piel”, concluyó.
Lo cierto es que Gendron ya había mostrado comportamientos extraños. Durante una semana, apareció en el instituto con un traje de protección de materiales radioactivos. En clase de política, cuando tuvo que elegir un sistema de gobierno de su gusto, describió uno de estilo totalitario, hitleriano.
Cuando lo pusieron en tratamiento tras su amenaza de disparar a sus compañeros durante la graduación, tras la revisión mental asistió a unas sesiones de terapia y eso fue todo.
La denuncia tampoco le impidió comprar, algunos meses después, varias armas de gran calibre de forma legal. Esas que utilizó para atacar un supermercado en un barrio negro de la segunda mayor ciudad del estado de Nueva York.
Entorno conservador
Conklin, la localidad en la que se crió el asesino múltiple, es un entorno rural, tranquilo y seguro, con gente de clase media, en su gran mayoría blancos, de voto ‘trumpista’ y costumbres tradicionales, que viven en casas unifamiliares con jardines cuidados. La “América” convencional, que llaman.
Gendron vivía con sus padres, Paul y Pamela, ambos ingenieros civiles, y dos hermanos pequeños. El atacante se había matriculado en cursos de ingeniería de la universidad estatal local. Nada era en especial sobresaliente de la familia Gendron.
En él ya mencionado manifiesto de 180 páginas, el asesino se mostraba sin ambages como un joven radicalizado hasta el extremo, consumido por la ideología racista del supremacismo blanco. Ahí mismo detalló cómo sería el ataque y en qué lo justificaba. Aseguró que se radicalizó por internet, en foros como 4chan, el mismo que diseminó las teorías conspiradoras de QAnon que han ganado peso en sectores del partido republicano. Fue durante la pandemia. Estaba “aburrido”, escribió.
En el manifiesto describía con todo detalle qué haría ese día –incluso el bocadillo que desayunaría– y a qué hora ejecutaría el ataque. Lo preveía a las 4 de la tarde, pero se adelantó en una hora. Mató a diez personas e hirió a otras tres. Diez de las víctimas eran negras. Su plan incluía proseguir la matanza en las inmediaciones del supermercado pero se entregó a la policía en la puerta del establecimiento.
Salvador
La masacre protagonizada por Salvador Ramos (toda una ironía que el asesino múltiple se llamara Salvador), el autor del tiroteo en Texas que acabó con la vida de 19 niños y dos maestras en un escuela, antes de ser abatido por la policía, recién acababa de cumplir 18 años.
El hecho ocurrió en Estados Unidos pero definitivamente tiene millones de almas en carne viva: todas las vidas valen igual, pero el calibre de sadismo al masacrar a niños inocentes ha abierto una herida imposible de sanar y un debate, cada vez más fuerte, sobre el uso indiscriminado de armas leales la poderosa nación.
Apenas una semana después el tiroteo en Buffalo por cuenta de Payton Genron, Salvador Ramos se hizo tenebrosamente famoso al protagonizar la masacre en la que él mismo perdió la vida.
Juzgarlo y odiarlo es fácil, pero en los últimos días se han decantado noticias sobre la infancia y adolescencia que vivió, o mejor dicho sufrió, Salvador Raimondo Ramos y que podrían haber influido a la hora de construir un personaje tan siniestro.
Salvador fue estudiante del mismo colegio al que atentó, el centro Robb Elementary School de Ugalde, en Texas. Antes de continuar es imperativo destacar que este hecho ha superado a otras masacres estudiantiles tan recordadas como Columbine (1999) y Parkland (2018), siendo uno de los tiroteos más mortales en la historia de Estados Unidos.
La policía envió a todos los medios la fotografía de un joven con cabello castaño que llegaba hasta los hombros, con un rostro pálido y apenas expresión. Pese a tener ascendencia latina, Salvador era ciudadano estadounidense.
La compañía Meta (Facebook) eliminó su cuenta, pero en las redes sociales se le asocia con una cuenta en concreto que contenía varias fotos: dos autorretratos en blanco y negro donde sale con una chaqueta, encapuchado, con el cabello hasta la nuca y otra foto de un cargador de rifles.
En la cuenta de Instagram, Ramos habría publicado, según informó la cadena CNN, una foto de sus dos rifles AR-15 tres días antes del tiroteo.
La misma CNN reveló que Salvador Ramos trabajaba en Wendy’s, conocido restaurante de comida rápida, cinco días a la semana, en un turno de 11 de la mañana hasta las 4 o 5 de la tarde. El gerente del local declaró al citado medio que Salvador era “un tipo tranquilo, que no decía mucho. No socializaba con los otros empleados”.
Otro testimonio para esclarecer la figura de Ramos proviene de un excompañero de clase, quien afirmó que el tirador le envió un mensaje de texto con fotos de un arma y una bolsa llena de municiones.
“Me enviaba mensajes aquí y allá y hace cuatro días me envió una foto del AR que estaba usando... y una mochila llena de 5.56 cartuchos, probablemente como siete cargadores. Yo estaba como ‘hermano, ¿por qué tienes esto?’ y él dijo: ‘No te preocupes por eso’”, dijo el compañero. “Me veo muy diferente ahora. No me reconocerías”, fue otro de los mensajes que recibió el estudiante por parte de Salvador.
Este mismo compañero de clase afirmó que otros chicos se burlaban de Salvador por la ropa que usaba y la situación económica de su familia, un aspecto que hizo que el tirador apareciera cada vez menos por clase: “Él no iba a la escuela... y simplemente abandonó lentamente”.
Cuando se produjo el ataque en el Robb Elementary School, se filtraron en redes sociales y foros unas conversaciones en las que, presuntamente, Salvador Ramos le enviaba fotografías y mensajes a una adolescente de Los Ángeles con la intención de compartir “un pequeño secreto”. “Estoy a punto de” (I’m about to) también se puede leer en la conversación.
Una semana después de la masacre del 24 de mayo, se reveló que los padres y la abuela del tirador, Salvador Ramos, tenían antecedentes penales.
Según el New York Post, los registros judiciales del condado de Uvalde muestran que su abuela Celia “Sally” Martínez González fue acusada de un delito menor en 1993. Ella recibió un disparo en la cara parte de Ramos antes de que el joven llevara cabo el tiroteo en la escuela primaria. En un principio se le dio por fallecida, pero la señora sobrevivió, pese a que ahora tendrá que someterse a delicadas cirugías en su rostro.
Mientras tanto, su madre, Adriana Martínez, supuestamente ganaba 500 dólares al mes en su trabajo en un restaurante, pero fue acusada de emitir un cheque sin fondos en el 2003. Desde un principio, cuando trascendió la masacre, se dijo que Salvador había tenido una infancia precaria, prácticamente en abandono por cuenta de la supuesta drogadicción de su madre.
La mujer se declaró culpable en el 2005 de cometer fraude y fue puesta en libertad condicional, además de recibir una multa de 250 dólares. Un par de años después, fue acusada de agredir a un familiar.
En cuanto al padre de Ramos, supuestamente se resistió al arresto en el 2000. Después de ser sentenciado a seis meses en la cárcel, fue acusado de asalto agravado con un arma mortal en el 2011. Fue sentenciado a un mes de cárcel.
En los últimos días los padres de Ramos han dado la cara. El papá, Salvador Ramos (se llama igual que su hijo) declaró a The Daily Beast que jamás imaginó que su hijo hiciera algo así y que su principal víctima debía haber sido él (el padre).
“Debería haberme matado, ya sabes, en lugar de hacerle algo así a alguien. Era una persona tranquila, encerrada en sí misma. No molestaba a nadie. La gente siempre lo molestaba”, dijo el progenitor en una entrevista con CNN.
Según la Oficina de Alcohol, Tabaco, Armas de fuego y Explosivos (ATF), organización encargada de controlar la venta de armas en Estados Unidos, Salvador Ramos compró legalmente dos rifles AR en una armería en dos fechas distintas: el 17 y 20 de mayo del 2022. Además, el 18 de mayo del 2022 el tirador compró, supuestamente, 375 cartuchos de munición 5.56. La ley estatal de armas establece que los habitantes de Texas deben tener 21 años para portar armas, pero a los jóvenes de 18 a 20 años se les permite usarlas si están protegidos por ciertas órdenes de protección.
Tras la matanza que protagonizó Salvador Ramos, ya son 222 los tiroteos masivos que ha habido en Estados Unidos en lo que va del 2022, según la CNN. Se considera masivo cuando se hiere a cuatro o más personas sin contar al ejecutor del mismo.
¿Qué sigue ahora? Imposible enarbolar cualquier hipótesis. La discusión sobre el derecho a portar armas y la venta de rifles de asalto en Estados Unidos sigue encarnizada, a favor y en contra.
Entretanto, con la sensación de un puñetazo en el estómago, millones de ciudadanos siguen de cerca los tenebrosos acontecimientos con la fe de que nunca les toque lidiar con una barbarie como las mencionadas. Pero, hay que decirlo: todo está en manos del azar y claro, de las laxas leyes que permiten que casi cualquier persona se arme de un variado y potente arsenal en Estados Unidos.