La noticia nos sorprendió poco antes de la medianoche del 31 de diciembre de 1974. Las ondas hertzianas de la radiodifusión cruzaron la inmensidad de las selvas del Amazonas y las luces y las bombetas propias del cambio de año sirvieron de marco esplendoroso a la extraordinaria noticia: Rafael Ángel Pérez Córdoba había ganado la carrera de San Silvestre en Sao Paulo, Brasil.
Hay que situarse en la Costa Rica del año 1975, época en la que únicamente la radio ofrecía la inmediatez, pues la televisión no estaba tan desarrollada y los periódicos se leían cada mañana, luego de que el repartidor deslizaba el ejemplar debajo de las puertas o el pregonero lo ofrecía en las aceras, en un país poco acostumbrado a las hazañas deportivas, salvo las que nos empezaban a ofrecer la niña María del Milagro París en la natación y los pies alados del atleta de Ciudad Colón a través de calles polvorientas, llanos y hondonadas, donde el humilde y espigado muchacho se entrenaba con vocación y entrega.
Fue una celebración nacional la noticia del gran triunfo del fondista costarricense, quien se forjaba desde entonces en los campos humano, deportivo y profesional. Conservo en mis archivos una fotografía de Rafael Ángel Pérez uniformado de guardia civil, en un apretón de manos con Walter Elizondo en el Estadio Nacional. Walter era la máxima figura de nuestro fútbol y el joven Pérez descollaba en el atletismo. El ojo oportuno de algún fotógrafo de prensa eternizó el encuentro casual de ambos, hoy glorias indiscutibles y dignos ocupantes del pedestal que lucen en la Galería Costarricense del Deporte.
Siempre admiré sus posiciones firmes, la claridad de su pensamiento y los valores que encarnó en vida. Don Rafael Ángel fue un deportista ejemplar. Para alcanzar las glorias de San Silvestre, Coamo y otras, tuvo que superarse no sólo a sí mismo en lo referente a las extenuantes jornadas de preparación y a las escasas posibilidades de practicar profesionalmente el atletismo. También le tocó bregar muchas veces contra la incomprensión, la falta de apoyo oficial y contra los molinos de viento que obstaculizaron en distintos momentos el afán de trascender de este Quijote del asfalto. Descanse en paz, don Rafael Ángel. Gracias por su legado.