Este Saprissa de la gesta ante el Olimpia se me pareció al grupo histórico con el que me identifiqué en la infancia, la divisa que me enseñó a amar y a vivir el fútbol como instrumento de lucha y motor en la adversidad. Me hizo recordar al presidente morado que una vez, en plena crisis de resultados, declaró su consigna: “No se repartan nada, mientras el Saprissa esté vivo”. Don Jorge Guillén Chaves no era un gurú, genio ni adivinador. Era un guayacán, un dirigente honesto, valiente y noble de corazón que insufló en la feligresía morada que los pronósticos fatalistas se fulminan en la gramilla con sangre, sudor, clase, actitud y coraje.
Los más viejos del barrio sentimos gravitar el prodigio de sus palabras cuando Olimpia de Honduras empataba parcialmente a un gol, anotación que servía en bandeja a los catrachos el pase a la final de la liga Concacaf, y el “apague y vámonos” para los locales. Sin embargo, por encima de las evidentes limitaciones de un elenco tibaseño que no acaba de forjarse, afloró la casta, justo cuando tenía que emerger. Fue entonces que el Saprissa escribió otra gran lección del fútbol, espejo y cátedra de estirpe y convicción para luchar sin denuedo contra el cronómetro, las sombras de duda y las aves de mal agüero.
Por esas y otras razones, el 4 a 3 global de Saprissa contra Olimpia va más allá de las cifras y la estadística. Simplemente evidenció, en instantes trepidantes y cruciales, que las historias de 90 minutos, igual que en las buenas películas, aportan puntos de giro que desbordan la letra de los libretos y los trazos teóricos de pizarrón. Porque, al fin de cuentas, lo que prevalece y trasciende es el afán indeclinable de quienes saben responder en las llamadas situaciones-límite. No alimento fanatismo ni banderías en esta columna, sí un legítimo orgullo costarricense que, por encima de morados, rojinegros, rojiamarillos o azules, grita y celebra por todo lo alto nuestras hazañas deportivas.
Si la pelota no se mancha, como diría Maradona, la camiseta se suda. Esa es la lección; ese es el mensaje, la plena vigencia de una pasión que seguirá viviendo mientras en su eterno ir y venir, el pequeño planeta de gajos nos sacuda el alma y humedezca nuestras pupilas.