Estamos en un momento de transición vital para la forma como está organizado el transporte individual y la industria automotriz. La transformación es mucho más grande y sus consecuencias se extienden a buena parte de la organización social contemporánea en el planeta.
Se desarrollan, simultáneamente, varias situaciones que cambiarán el paradigma de lo que hoy es el automóvil, su funcionamiento y como nos movilizamos. La consolidación de los carros eléctricos como una alternativa, el desarrollo acelerado de los vehículos autónomos, sumado a las carreteras y ciudades inteligentes, la Internet de las cosas y la computación cuántica son las manifestaciones más evidentes.
El reto, en Costa Rica, es cómo nos preparamos para el cambio. Hace unos meses cuestioné en estas páginas si el país estaba preparado para los autos eléctricos y recibí una avalancha de insultos y reclamos de quienes los apoyan, calificándome de acólito de las empresas distribuidoras de carros tradicionales. ¡Nada más lejano a la verdad!
Lo que no recibí fue respuesta de las autoridades nacionales sobre los preparativos del Estado para la transición. Será interesante saber qué tienen que decir sobre vehículos autónomos e interconectividad.
Los autos eléctricos autónomos vendrán, en su gran mayoría, de los fabricantes tradicionales, que, por cierto, están en una frenética carrera por ofrecer modelos híbridos (para la transición) y totalmente eléctricos para enfrentar el cambio que ya se inició.
Evolución. Es la ley de la evolución. El que se adapta sobrevive, el que no, será historia. Es un asunto que sobrepasa, en mucho, nuestro mercado local. Es una transformación planetaria, y aquí es donde entra el cambio de paradigma. Es un replanteamiento que trasciende la industria automotriz.
¿De qué hablo? Cuando empresas como Google (Waymo) o Apple (proyecto Titán) invierten cantidades gigantescas de dinero en investigación y desarrollo en esta materia, y se roban los mejores ingenieros de las transnacionales de autos, es porque algo grande pasa. Y lo que sucede es que los vehículos dejarán de ser manejados por humanos y lo harán computadoras, que a su vez compartirán datos con otros carros para hacer redes de información que permitirán un movimiento controlado del tráfico.
Esto sucederá en ciudades inteligentes donde las carreteras se conectarán con los carros y los edificios para saber el destino de cada quien y para organizar los flujos. Los autos podrán alimentarse de manera inductiva de electricidad en las vías. Adiós a las electrolineras.
¿Fantasía? Para nada. Ya en el 2014 la Sociedad de Ingenieros de Automoción desarrolló un protocolo de seis niveles de autonomía de carros: 0 es el que solo avisa sobre un peligro, pero no hace nada para evitarlo; y 5, en donde quien sube es solo un pasajero en un taxi robótico.
El año pasado, el protocolo fue actualizado y reclasificado bajo el código J3016-201609. La Administración Nacional de Seguridad del Tráfico en las Carreteras de EE. UU. tomó como propio este estándar para prepararse ante lo que viene. Eso nos dice mucho sobre la seriedad del tema.
Ejemplos. La serie S de Mercedes Benz y la serie 7 de BMW son autos de nivel 2, capaces de acelerar, frenar y mover la manivela sin intervención humana. El Audi A8 alcanzó este año el nivel 3 y es capaz de todo lo anterior, además de que el conductor puede quitar su vista de la carretera y el carro efectuará las acciones evasivas de emergencia sin su intervención. Él, sin ayuda humana, es capaz de conducirse por sí solo hasta los 60 km/h. Los tres se ofrecen como híbridos en este momento.
La georreferenciación, carreteras inteligentes, carga inductiva, interconectividad, redes de información y la computación cuántica, entre otras tecnologías, ya existen. Ahora viene la integración, cuando el todo pasa a ser mucho más que la suma de las partes.
Los vehículos no solo serán eléctricos, se complementarán con los celulares (cada vez más nuestra identificación electrónica). Es algo que avanza a toda velocidad hacia un futuro que se fragua solo unos segundos delante de nosotros. Como el final de la novela de García Márquez Cien años de soledad, pero en tiempo real, interconectados y con realidad aumentada.
El autor es periodista.