Los griegos definirán hoy, en las elecciones plebiscitarias, su presente y futuro económico. De predominar el “sí” a la propuesta de los acreedores, el programa por ellos formulado para rescatar a Grecia del abismo financiero y social será puesto en marcha. La victoria del “no” sería un salto al abismo sin un paracaídas. Las encuestas prevén un final ajustado entre ambas opciones. El ambiente polémico de esta semana subrayó la gravedad y urgencia de esta definición, sobre todo a la luz del cese de pagos incurrido ya con el Fondo Monetario Internacional (FMI). El primer ministro, Alexis Tsipras, entretanto emprendió una polémica campaña en favor del “no” y trajo también, en respaldo, al líder del partido Podemos de España, Pablo Iglesias.
En las elecciones parlamentarias de Grecia, llevadas a cabo el 25 de enero, el partido de izquierda Syriza, liderado por Tsipras, obtuvo 149 curules, 2 menos de lo requerido para la mayoría absoluta. La prensa internacional calificó de “radical de izquierda” al vencedor que obtuvo el 36 por ciento de los votos. Fue seguido, con solo el 6 por ciento de los sufragios, por un partido neonazi. El surtido de agrupaciones reflejó las hondas divisiones en un electorado insatisfecho con la situación incierta del país.
No hay duda de que Syriza venció gracias a la campaña desplegada por su líder, Tsipras, de corte populista. El entonces candidato prometió abolir la pobreza mediante la eliminación de las restricciones presupuestarias y que la abundancia financiera se traduciría en programas dirigidos a proporcionar felicidad a los desesperanzados griegos. Aquello, desde luego, era una fantasía. Llegado al poder, el nuevo primer ministro reincidió en sus promesas en el acto de juramentación.
La fantasía duró muy poco, conforme tocaban la puerta legiones de cobradores. El novel gobierno pronto se quedó sin respuestas y sin excusas, por lo cual debió empezar a tocar puertas también. Tsipras viajó por el continente para cortejar gobernantes, empezando por Ángela Merkel, la férrea líder de Alemania. Después de un almuerzo, lo puso en manos del todopoderoso ministro de Hacienda, Wolfgang Schauble, quien con poquísimo humor le detalló a Tsipras el abecedario de la reducción de gastos descrito en la propuesta ministerial dirigida a Grecia. En Francia no le fue mejor, ni tampoco en los dominios escandinavos. Alarmado, volvió a Grecia a pensar, junto con sus pares revolucionarios, qué hacer. La estrategia de insistir en sus pedidos no le generó mejores resultados que en los meses precedentes. Ya a las alturas de junio cundió el pánico, conforme se perfilaban pagos multimillonarios, en especial al FMI.
Muy a pesar de Tsipras, arrancaron las constantes discusiones con los mayores Gobiernos europeos, el Banco Central Europeo y el FMI. De por medio ha estado refinanciar la deuda griega ($ 330.000 millones) y cuando más estrujado se sintió Tsipras, se sacó de la manga el plebiscito que hoy tiene lugar.
La popularidad de Tsipras y su gobierno ha caído. De ganar el “no” a la propuesta de los acreedores, se corre el riesgo de generar la salida griega de la zona del euro con todas sus consecuencias negativas.
La salida de Grecia, sin embargo, no le conviene a Merkel ni a sus colegas, pues nadie estaría dispuesto a cargar con la responsabilidad de desarmar la difícilmente obtenida armazón del euro. Por esta razón, y las inquietudes del mando europeo, es muy posible que, independientemente del resultado de hoy, las conversaciones se prorroguen. Alguna salida le encontrarán a este rompecabezas. ¿Cuál será entonces el desenlace económico de esta tragedia política? Este complejo ángulo será el tema de un próximo editorial.