La obra de Rafael Sanzio La escuela de Atenas reúne a grandes pensadores y hombres de ciencia del mundo clásico. Quienes la hemos observado hemos notado en el plano central a Platón apuntando con el dedo índice hacia el cielo y Aristóteles dirigiendo la palma de la mano derecha hacia la tierra.
Se dice que debaten sobre la verdad: un diálogo entre el idealismo y el realismo. Estos dos grandes filósofos protagonizan la escena, son el punto de fuga de la composición artística.
Aparecen, asimismo, personajes históricos del ámbito de la filosofía, la matemática, científicos, artistas y políticos: Heráclito, Diógenes, Epicuro, Pitágoras, Hipatia de Alejandría, Sócrates, Jenofonte, Alejandro Magno, Homero, entre otros. Todos encarnan un mismo principio: su aporte al pensamiento. El artista refleja el humanismo antropocéntrico propio del Renacimiento italiano: el hombre como medida y centro de todas las cosas.
El historiador y crítico del arte italiano Giulio Carlo Argan se enfoca en los personajes y la arquitectura que simboliza la construcción del pensamiento humano. Señala algo que llamó mi atención: la sabiduría de los pensadores de la Antigüedad se ha visto «renacida» a través del pensamiento cristiano.
¿Qué pudo aportar la visión cristiana a estos grandes intelectuales y científicos? ¿Qué diálogo establecería con el idealismo dualista y el realismo natural? ¿Qué nueva visión es capaz de renovar la sabiduría?
Quizás una nueva visión del hombre. Un ser no solo pensado, sino querido. Un ser único e irrepetible. No una idea, sino una realidad, y quizás una de las más radicales: es un ser ético porque es libre. Esa nueva visión del hombre es la persona humana compuesta de un cuerpo y un alma, de espíritu y materia. Es tiempo y es capaz de transformarlo. Es capaz de conocer, amar, crear y trascender. El sello del artista, su creador, es su dignidad, fundamento de su identidad.
Una sociedad cansada y muchas veces despersonalizada renace, recupera el rumbo, el sentido y la fuerza. Continúa dialogando con la grandeza cultural del pasado grecorromano, con los valores y las prácticas clásicas.
Dialoga con la mirada cristiana que tuvo mucho que ver con la cultura de Occidente y redescubre su identidad para dar respuesta a los retos y dilemas actuales. Contemplando el horizonte, parece que se unen el cielo y el mar. En ese punto tan atrayente convergen muchas perspectivas y existe un gran anhelo de unidad, de verdad. Unidad que no es uniformidad, es libertad.
Todos aportamos a ese gran anhelo, a ese gran sueño. Ese punto de fuga puede ser la eternidad. Un nuevo y esperanzador punto de partida. Una tercera dimensión en la gran obra de arte que es nuestra vida.
La autora es administradora de negocios.