Las penurias de los pueblos suelen desembocar en encrucijadas. Los caminos se bifurcan entonces y las incertidumbres se agolpan en posiciones contrapuestas. Esta vez le tocó a Chile. El balotaje del domingo 19 fue uno de esos momentos. Pero las angustias desatendidas buscaron una salida democrática.
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Desde la caída de Pinochet, en 1990, el pueblo chileno pasó, una y otra vez, por un mismo guion: de la indiferencia al enfrentamiento callejero, de ahí a la reforma cosmética y, por tanto, de vuelta a la calle. Y tanto dio al cántaro el agua de ese círculo vicioso que la paz social se rompió, en el 2019. “No supimos escuchar”, dijo el presidente Piñera, ante las protestas. Ahora todos confiesan esa deuda de sordera, sin garantía de solución si se regresa a más de lo mismo. Algo tenía que cambiar porque la democracia lleva ya 30 años de estar en deuda.
Chile tuvo que asumir respuestas estructurales. Una convención constituyente, primero; una elección presidencial, después. Barrido el centro, fueron a segunda vuelta polos diametralmente divergentes. El pasado insatisfactorio, representado por un Kast pinochetista, se enfrentó a la interrogante de Boric, de futuro incierto. Kast era el statu quo defendiendo sus fueros, la riqueza focalizada enfrentada a la inequidad generalizada. Pero también llegó a las urnas la necesidad de tranquilidad amenazada por las reyertas. Boric era la alternativa democrática a la contestación callejera, así viniera con las incógnitas y peligros de todo proceso de cambio.
El civilismo chileno que derrotó a Pinochet apoyó incondicionalmente a Boric y, al hacerlo, lo revistió de realismo moderado. En la segunda vuelta, era menos radical, anclado ya en lo posible y lo gradual, única forma de que los cambios calen. Y, como era de esperarse, triunfó en las urnas con el mayor respaldo electoral de toda la historia de Chile.
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La constitución necesitará ratificarse en plebiscito. La victoria de Boric lo facilitará. Luego vendrán los tormentos de su implementación. Preñada de transformaciones urgentes, Chile rompió aguas con la elección de Boric y los nacimientos llegan con dolorosas y largas horas de parto. Esto va para largo. Pasado el Rubicón, César tenía mucho camino antes de Roma. La alegría apenas se anuncia, pero es ya un respiro de alivio.
La autora es catedrática de la UNED.