Solo la democracia cura una democracia enferma. Pero para grandes daños no hay remedio indoloro. En Chile, las difíciles contorsiones de la evolución democrática tienen una dura prueba este domingo. Otrora, una feroz dictadura de 17 años creó un apetito voraz por la vida republicana. En 1988, con la consigna “La alegría ya viene”, el pueblo chileno dijo no a Pinochet. Pero el tirano dejó una impronta siniestra: una constitución a su medida y una institucionalidad liberal extrema. De lucro y en manos privadas, quedaron los servicios públicos, desde salud hasta educación y pensiones. Con esa camisa de fuerza, los partidos debían cumplir la promesa democrática. Difícil misión. Con desigualdad de ingresos y crueles niveles de pobreza, esa democracia nació lisiada. La alegría nunca llegó.
Pero Pinochet también dejó otro, aún más nefasto, legado: el terror a su retorno. Por eso, tal vez, además de ceguera, los partidos fueron más que prudentes en preservar la carta magna impuesta. Si 40 años de éxito económico cegaron al mundo del infierno social de Chile, no así a los chilenos. Los estallidos estudiantiles del 2006 y el 2011 advertían de que el modelo tenía cimientos falseados. Tibios cambios mostraron que los partidos no habían entendido eso. En el 2019, la caldera estalló. En la calle se reclamó otra constitución y la constituyente castigó a los partidos, que solo tienen un tercio de los delegados. El resto es pura ciudadanía sin partido. Un ejercicio constituyente al margen de la institucionalidad partidaria es una gran incógnita.
En este contexto, llegaron las elecciones presidenciales. La primera ronda vuelve a repudiar a los partidos. Sus ganadores tuvieron que inventarse partidos nuevos y se colocaron en los extremos. Kast, a la derecha, pinochetista de convicción, y Boric, a la izquierda, dirigente estudiantil desde el 2011. Chile quedó entre la espada y la pared: o un retorno a la institucionalidad pinochetista o un incierto salto a un cambio social, entre esperanzas y temores.
En la disyuntiva, los viejos partidos que derrotaron a Pinochet toman decidido bando por Boric. Los antiguos soportes de la dictadura se decantan por Kast. No podía ser de otra manera. Kast representa un pasado ya probado insostenible. Boric es una opción peligrosa, pero necesaria.
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