En los meses de setiembre y marzo del 2021 y 2022, este diario me publicó una serie de cuatro artículos sobre la influencia de los sistemas culturales en el desarrollo de las naciones.
En ellos intenté demostrar que las causas de la prosperidad, o de la miseria, se encontraban determinadas por el tipo de cultura que cada sociedad posee.
Mi análisis se centró en el índice de desarrollo del conjunto de naciones, por lo que decidí efectuar el análisis de la hipótesis esta vez sobre la base de nuestra experiencia nacional.
Para ello, me di a la tarea de buscar algún caso particular que ofreciera luz a mi tesis de que la prosperidad esencialmente depende de la clase de acervo cultural de las comunidades, y no necesariamente de los recursos materiales con que se cuente.
El ejemplo real lo encontré en un proyecto de vivienda ubicado en uno de los distritos suburbanos del cantón de Pococí que conozco, pues se desarrolló durante el período presidencial en el que fui directivo del Banco Hipotecario de la Vivienda.
Proyecto modelo
La urbanización era, originalmente, un proyecto modelo de 400 soluciones de vivienda, contaba con los servicios necesarios para brindar calidad de vida a los habitantes: agua potable, luz eléctrica, alumbrado en las calles, áreas recreativas con parques comunales, áreas de juegos infantiles y zonas verdes.
Cada casa posee paredes de concreto y no menos de dos habitaciones, así como sistema para la disposición de aguas negras hacia su propio tanque séptico. Fueron financiadas con el bono de la vivienda.
La urbanización está muy bien ubicada, pues a no más de tres kilómetros se encuentra la segunda ciudad en importancia del cantón, con acceso a los servicios urbanos indispensables para el desarrollo, como lo son escuelas, colegios, centros de salud, seguridad, comercio y transporte público.
Un proyecto modelo, cuyos estudios de factibilidad contaron incluso con una mención de aceptación de una prestigiosa entidad académica, que reconoció sus bondades desde el punto de vista técnico y como alternativa social al problema de vivienda.
El proyecto tenía todo para convertirse en un éxito social, como otras comunidades construidas por proyectos de esa naturaleza.
Choque de culturas
Pero no fue así. Décadas después de inaugurada, la urbanización es un foco de tensión urbana y graves problemas sociales, como se desprende de información proveniente de las autoridades, tanto de seguridad como municipales, que reconocen que la policía no da abasto para contener la delincuencia, la deserción estudiantil y la drogadicción.
De la misma información se desprende que la problemática social, comparada con comunidades circunvecinas, es más grave.
¿Por qué razón? Cuando el proyecto se fundó, un gran número de familias ajenas a la zona ya presentaban serios problemas de convivencia. Del dato histórico y estadístico extraje que allí fueron reubicadas unas 40 familias provenientes de un precario de la Gran Área Metropolitana (GAM).
Aquellas familias carecían de escolaridad, su nivel sociocultural se caracterizaba por una interrelación violenta. Pese a ello, fueron instaladas en aquel distrito de pobladores pertenecientes a un contexto cultural cuya naturaleza era eminentemente agrícola y que, si bien estaban acostumbrados al duro trabajo, su convivencia era pacífica o bucólica.
¿Cómo fue posible que aquella urbanización que ofrecía las condiciones materiales dadas por el Estado para el éxito social sea uno de los mayores focos de crisis e inseguridad del cantón?
El choque, o encuentro de dos realidades, implicó un trauma social que dos décadas después sigue siendo imposible de resolver.
Un caso de estudio
Si bien se les brindaron las condiciones materiales para una vivienda digna en un entorno sano, las serias carencias culturales de una buena parte del conjunto poblacional que se asentó arrastraron a casi toda la urbanización a crisis y miseria que, en palabras de las autoridades municipales, ha provocado que las casas se vendan en ¢100.000, porque ya nadie quiere vivir allí.
Queda claro que la urbanización que cito es un ejemplo en nuestra realidad doméstica, que demuestra cuán cierta es la hipótesis que pretendí demostrar en mi anterior serie de artículos, originalmente basados en la realidad planetaria y que resumo así: lo que determina la prosperidad y el desarrollo de los pueblos, no es otra cosa sino la influencia cultural existente en cada sociedad.
Esa cultura que en palabras de Mario Vargas Llosa es la vocación de bien de los pueblos, permanentemente sustentada a partir de un único trípode: la familia, la buena escolaridad y la práctica firme de la espiritualidad.
El autor es abogado constitucionalista.