Es ingrata la faena de arriesgar palabras de cordura cuando se está en medio de la tormenta. Pasará mucho antes de ver las secuelas de la supuesta corrupción recién destapada, porque estaría incrustada en toda la gestión pública. Las metástasis de ese quiste canceroso llegan más lejos que lo que se infiere del último escándalo. Por eso, es de obligada reflexión la sucesión aún inacabada de allanamientos y capturas. No fue tanta la sorpresa que las más grandes empresas constructoras estén siendo investigadas por un aparente contubernio con responsables de la infraestructura pública. Lo sorprendente fue que los pillaran in fraganti y, todavía más insólito, que fuera una investigación del cuerpo policial, y no la prensa, la que empujó a escarbar en la pus.
Cabe felicitar al OIJ por su discreta investigación. Queda en suspenso su eficiencia judicial. Ahí, se juega la confianza en la capacidad institucional contra el caballero don dinero y la señora impunidad. No es caso de poca monta. Pero, monumental como fue, ese golpe maestro es solo un eslabón en la cadena de actos delictivos, decisiones cuestionables, compras viciadas, en una Administración Pública sabidamente enferma, pero incólume a todos los escándalos.
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Ya dos expresidentes fueron acusados penalmente. Ahí, se rompió la burbuja de inocencia que gravitaba sobre las cúpulas políticas y se cosecharon las dos victorias del PAC, con un discurso obsesivamente centrado contra la corrupción. Pero sus gestiones no lograron eficiencia legislativa, pertinencia transformadora ni contraste notorio de transparencia. Menos aún, ausencia de escándalos de corrupción. Con ellos se perdió la última tregua del desapego de la población con los partidos.
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Las elecciones llegan en el peor momento imaginable, como si fueran más de lo mismo. No lo son. Nunca lo son. ¿Tiempos de propuestas? ¡Claro que no! La retórica choca con un divorcio entre discurso electoral y acción de gobierno. Entre verborreas, más de un pueblo perdió el rumbo en la única oportunidad que tiene la democracia para reconciliarse consigo misma. Y en este trance, con pandemia y parálisis económica incluidas, aparece este duelo del imaginario colectivo sobre el que se abate la pérdida del sentido nacional de decencia pública. Es tiempo de probada rectitud para recuperar la confianza.
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La autora es catedrática de la UNED.