Dos verdades en torno a las serenatas de último año de secundaria parecen irrefutables: la primera es que la actividad posee gran importancia para los colegiales pues les queda poco tiempo juntos y suelen verla como una de sus últimas fiestas de sección o de generación.
La segunda, que por haber crecido juntos y conocerse tan bien, es mayor la posibilidad de que haya presión de grupo sobre algunos jóvenes para que tomen, prueben o tengan su iniciación en experiencias hasta entonces desconocidas. En esto son más vulnerables los adolescentes con problemas de inseguridad o baja autoestima, así como quienes son muy inmaduros, sobreprotegidos o siempre buscan llamar la atención.
Expertos consultados para este artículo están de acuerdo con esas dos características de las serenatas, rasgos que diferencian dichas fiestas de las barras libres y otros eventos similares, donde también abundan los licores y suele haber personas que introducen drogas ilícitas.
“El último año de colegio es un año como de duelo para los estudiantes porque saben que ya pronto van a separarse, y eso los une más. La serenata la sienten como una fiesta de ellos y para ellos; por eso, desde los preparativos viven el evento con tanta intensidad”, razona la psicopedagoga Nelly Matamoros.
Por su parte, la psicóloga Rocío Solís, experta en niñez y adolescencia, describe las serenatas de quinto año como “un culto al licor” y una clara “homologación de las fiestas de los adultos”. Se explica mejor: “La mayoría de los jóvenes siempre han visto a sus padres tomar en las reuniones sociales, de modo que solo están reproduciendo lo que aprendieron en sus hogares”.
El razonamiento de muchos adolescentes, continúa Solís, es: “Ahora que ya crecí y puedo tomar, voy a demostrarme y a demostrarles lo que aguanto”.
La encrucijada. Justamente por la dualidad descrita, algunos padres se ven en la disyuntiva de si dejar ir a sus hijos o no a la anhelada serenata.
Aunque lo ideal sería que tales fiestas contaran con la supervisión de adultos responsables, en la realidad eso casi nunca ocurre, por lo que Solís insta a padres y madres a hablar de antemano con sus hijos para recordarles las consecuencias de tomar licor en exceso, de probar otras drogas o de tener relaciones sexuales bajo los efectos del alcohol.
Advirtió, eso sí, de que el éxito de tal conversación dependerá en gran medida de cuán fuerte sea la estructura de personalidad del joven, así como de la necesidad que este tenga de buscar la aprobación de sus compañeros.
Solís criticó lo que ella llama “el facilismo de los padres” que prefieren decirles “sí” a sus adolescentes con tal de no tener conflicto con ellos. Sugirió que, dada la importancia que reviste esta actividad para los muchachos, se les puede autorizar que vayan, pero con ciertas limitaciones, como ir a recogerlos a una hora convenida en vez de dejarlos amanecer en el lugar.
Matamoros aporta ideas similares: “Los padres deben saber la dirección exacta de la finca (donde será la serenata) y mantenerse en comunicación con su hijo por medio del celular; si no contesta tras varias llamadas, que sepa que irán por él”.
Mas no todos son del mismo criterio. El razonamiento de Ingrid, una madre que nunca dudó en darle permiso a su hija para asistir en el 2013 a las dos serenatas de su generación, fue el siguiente: “Nunca me habría atrevido a negárselo (el permiso) porque uno no puede tener a los hijos en una burbuja; ellos deben vivir su vida y aprender a discernir lo que es bueno y lo que no”, dijo, y agregó que, aunque siempre ha confiado en su hija, se aseguró de hablarle “largo y tendido” sobre los riesgos y las consecuencias de cualquier exceso.