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Obispo de una pequeña y adinerada iglesia protestante, jefe de campaña de Luis Guillermo Solís y hombre poderoso en la Presidencia. Este jueves acabó el episodio político del hombre que gozaba de plena confianza y amistad del mandatario. Mientras, el báculo con que se ordenó obispo sigue guardado junto a un sanitario en la sede de la Iglesia Luterana donde también tuvo sus decractores.


Me habría gustado poder aceptar la justificación dada por La Nación en el sentido de que los injuriosos calificativos utilizados en su editorial del pasado 13 de diciembre, agraviantes en extremo para la Presidencia de la República, iban dirigidos “contra la actuación del Gobierno (…), no a una persona en particular”. No puedo hacerlo, sin embargo, porque no considero cierta ni válida tal explicación.