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Mi querida amiga Yalena de la Cruz y yo pensábamos tomarnos un café una tarde de estas en algún reducto josefino que no suscite el chismorreo de “las alegres comadres de Windsor”. Hemos debido reconsiderar este peligrosísimo gesto. Ahora resulta que ninguna pareja debe reunirse en Giacomin -¡no por lo menos para un café, quizás sí para un chocolate o una gaseosa!- a menos de que presente un acta matrimonial que acredite su condición de cónyuges, avalada por todas las autoridades eclesiásticas del país y certificada por un concilio vaticano que será creado exclusivamente para emitir tales documentos.