“No meta la narizota donde no debe... Mejor vaya a jugar bridge o canasta para que pase el rato. No soporto que una persona que dice ser como yo, seguidora del Muhammad Ali del fútbol tico (o sea, el más grande), el glorioso Deportivo Saprissa, defienda a un liguista de porra que me llama ‘lila ardido y bocón’”.
Esa es una de las decenas de “opiniones” que se desataron a raíz de mi última columna, en la que pregunté si de verdad Alajuelense había agotado los currículos de directores técnicos nacionales antes de contratar al colombiano Hernán Torres, a quien, por cierto, le deseo buen suceso como estratega manudo.
Al autor de semejante exabrupto lo puede identificar usted con solo acceder vía Internet a mi columna del sábado 6 de junio. Yo no tendría reparo en publicar su nombre, pero me abstengo, simplemente para no contaminar este espacio, para mí sagrado, que comparto con colegas de sólido prestigio, en el que escribo humildemente mis puntos de vista, una óptica particular que, por supuesto, está sujeta al escrutinio de los lectores, a quienes me debo y a quienes también les asiste el derecho de disentir.
Celebro y suelo poner en práctica el debate frontal, respetuoso, como una de las vías directas a la verdad en cualquier asunto.
No obstante, la violencia y virulencia de las llamadas redes sociales, salvo excepciones, constituyen un atentado contra el principio de la real –y bien entendida– libertad de expresión.
El insulto del primer párrafo lo vomitó el sujeto en mención a una dama, tan saprissista como él, pero que tuvo la osadía de cuestionar sus “ideas”. Mi posición favorable a la oportunidad que merecen entrenadores nacionales en un equipo como la Liga, en vez de suscitar una discusión sana, provocó en cascada epítetos y descalificaciones contra el suscrito y los técnicos nacionales. Luego, el tema de fondo quedó atrás y lo que siguió líneas abajo fue un pugilato, tan absurdo como estéril, entre los internautas.
¡Qué lástima!, con lo edificante que resulta externar opiniones y debatir directamente en las redes sociales. No se vale que estas útiles herramientas tecnológicas se conviertan en el recurso de aquellos que no saben cómo expresarse, sin verter en cada letra el veneno del que se alimentan.