Aquella mañana en la que Carmen Chaves vio como su hijo de un año perdía la vida en sus brazos, juró que si él lograba sobrevivir esa prueba, los niños de la comunidad de Esterito de Pocosol de San Carlos, llenarían en adelante sus Navidades de regocijo y ningún regalo faltaría en sus manos. Esto ocurrió el 29 de julio del 2000.
Lo que comenzó como una actividad de 30 niños, se convirtió este año en una fiesta de más de noventa sonrisas que disfrutaron entre payasos, helados, juegos y piñatas.
La celebración se realiza año tras año en diciembre, con la recolección y apoyo de personas en San José, coordinadas por Xinia Hoffmann, quien apoya la promesa de Carmen.
A caballo o haciendo caminatas de más de dos horas, los pequeños llegan a la fiesta más esperada del año. Muchos provienen de hogares que carecen de electricidad y agua potable, pero guardaron la mudada regalada el año anterior para lucirla ese día.
Accidente generoso. Hace más de una década, Carmen cumplía años y, en un descuido, no se percató de que su hijo menor, Óscar Barrantes, había resbalado en un bebedero de terneros. Diez minutos pasaron hasta que su hermana mayor lo rescató cuando él ya carecía de signos vitales.
“Cuando mi esposo lo sostuvo en sus brazos, cerró sus ojos y dijo: ‘él está muerto’, pensé que mi chiquito se había muerto mientras sentía su aliento débil”, cuenta.
La familia Barrantes Chaves inhalaba resignación y exhalaba plegarias, hasta que el sorpresivo respiro de Óscar les devolvió los pies a la tierra.
Hoy, la historia es diferente, Osquitar, como lo llama su madre, tiene 14 años de edad y es el gran protagonista de la fiesta.
Él y su madre buscan, en toda la localidad, a los niños más necesitados, que van de meses hasta 12 años, para enviar una lista a los colaboradores de San José.
Todo se planea desde setiembre. Ahora, Carmen espera seguir cumpliendo su fiel promesa, con un festejo que reúna a más niños de la comunidad, pues, según dice, esa es la única fiesta y regalo que tienen al año. Los niños no abren los regalos allí para evitar comparaciones, pero sus madres narran que al llegar a casa y verlos, muchos lloran de emoción.