El patio de sus casas bien podría ser el sueño del Yerberito. Sembrado por todas partes, hay romero, juanilama, saragundí, ruda, sábila, manzanilla y azul de mata.
En Poás de Alajuela, la tierra es fértil para producir en abundancia las hierbas que después estas siete mujeres convierten en 14 tipos de cremas, unguentos, geles y champús naturales.
Así, da fruto cada día la visión de las fundadoras de la Asociación de Mujeres Empresarias de Poás (AMEP) , quienes desde hace 13 años se empeñan en hacer negocios contra viento y marea.
De orquídeas a sábila
Se conocieron en 1999, cuando unos extranjeros llevaron al cantón el plan de sembrar orquídeas para vender. Entusiasmadas, iniciaron el entrenamiento con otras 17 mujeres de la comunidad. Ese primer intento falló. El alto costo de producción de las flores hizo desistir al grupo, que emprendió la búsqueda de una nueva idea para trabajar.
Las 24 señoras se reunían una vez al mes para analizar oportunidades. Con el tiempo, la mayoría de ellas renunció al sueño.
Para el 2004, solo persistían las siete que hoy forman AMEP: María Eugenia Ugalde Herrera, Ligia Murillo, Flora Isabel Murillo, Hilda Zumbado, Elizabeth Zumbado, María Eugenia Ugalde Vega y Edith Badilla.
Decidieron crear una pequeña fábrica de productos naturales para el cuidado personal y empezaron por cultivar sábila en los jardines de sus casas. Después añadirían otras hierbas.
Entonces, no faltó quien les dijera:
–¡Pero si ustedes apenas terminaron la primaria y una llegó a noveno de colegio! ¿Qué van a hacer?
–Capacitarnos.
“Hasta hoy, hemos hecho más de 20 cursos en el Instituto Nacional de Aprendizaje . También sabemos de contabilidad y de planes de negocios. Ni le enseño el cerro de otros títulos que tenemos”, dice María Eugenia Ugalde Herrera, de 50 años; la menor del grupo.
–¡Pero si ya no son unas chiquillas!, criticaron otros.
–Los años no son para irse achantando. Mientras uno tenga el chance, debe aprovecharlo, replicó en su momento Elizabeth Zumbado, de 72 años, la mayor.
–¿De dónde van a sacar la plata para tomar el curso y aprender a hacer los productos? ¿Y después, para fabricarlos?
–De rifas, y vendiendo pan, picadillos, arroz con leche y pollo en las Ferias del Agricultor de Poás y Grecia. Tocando puertas. Buscando préstamos y donaciones, propusieron todas.
“A nosotras nada nos detiene. Si nos deja el bus, vamos caminando. Si llueve, abrimos la sombrilla. Para qué ponerle tanto ‘pero’ a la vida”, opina Hilda Zumbado.
A tocar puertas
Una vez aprendidas las fórmulas, propiedades de las hierbas y secretos de elaboración, compraron dos ollas para mezclar las cremas y champús naturales. Una de las ollas ya perdió una oreja. La muestran con orgullo porque todavía la usan para derretir aceites y preservantes. Es como una pieza de museo, testigo de cómo ellas ven en las dificultades una oportunidad.
“Recuerdo que también compramos una plantilla eléctrica de dos discos; ¡se le quemó uno muy rápido! Para deshacer los ingredientes, usábamos dos jarros enlozados. Batíamos con dos cucharillas de madera y traíamos los coladores de las casas. Con todo y las penurias, el inicio fue una época muy bonita”, cuenta doña Elizabeth. {^SingleDocumentControl|(AliasPath)/2012-10-28/RevistaDominical/Articulos/RD28-POASENAS/RD28-POASENAS-web|(ClassName)gsi.gn3quote|(Transformation)gsi.gn3quote.RevistaDominicalQuoteConExpandir^} En ese entonces, trabajaron en una bodega prestada por el Ministerio de Agricultura y Ganadería. La falta de suficientes equipos hacía que solo pudieran fabricar dos litros de crema y dos de champú, que rendían para llenar ocho botellas, respectivamente.
Había que crecer y para eso tocaron muchas puertas.
Una donación del Gobierno de Canadá, otra del Ministerio de Trabajo y un premio de $1.000 por participar en un concurso de una revista centroamericana, les dio el impulso que necesitaban.
Alquilaron una casa cerca del templo católico de Poás para trabajar con mayor comodidad. Compraron otras ollas, cucharas y equipos para fabricar y envasar más productos. Además, buscaron asesoría para diseñar la imagen de su marca.
Doña María Eugenia Ugalde reconoce que un emprendedor no debe saber de todo, pero sí saber dónde pedir ayuda para avanzar .
Con una oferta un poco más amplia, comenzaron a visitar ferias para pymes, empresas e instituciones públicas a las que eran invitadas para promocionarse. La demanda aumentó y, una vez más, buscaron opciones para seguir creciendo. Un banco estatal les prestó ¢3 millones para la adquisición de una batidora profesional.
“Ya no echábamos con las cucharitas de madera. Nos sirvieron para hacer poquito, pero necesitábamos hacer más sin cansarnos tanto”, cuenta Ligia Murillo.
Actualmente, producen al mes unos 25 litros de cremas, champús, geles y unguentos, que colocan en ferias, hoteles y spas.
De las ganancias por las ventas, se reparten entre todas solo el 30%. El resto del dinero lo reinvierten y va a un fondo para hacer realidad otra ilusión: comprar un terreno y construir un laboratorio.
Un anhelo más para el futuro es exportar. Y también desean operar bajo una figura distinta a la Asociación, que les permita acceder a más opciones de financiamiento y a mejores ganancias.
Además de empresarias, las siete señoras de AMEP siguen siendo amas de casa. Así, han aprendido a tener un balance entre la empresa y sus familias, de las cuales reciben apoyo incondicional.
“Antes, mi vida era solo el hogar y la Iglesia. Sigo atendiendo a mi esposo, mi hijo y mi casa, pero mi otra felicidad es estar aquí porque me siento llena de vida”, reconoce doña Hilda, de 71 años.
A Ligia, AMEP le cambió la vida. Asegura que cada día hace algo distinto que la hace sentir realizada.
“Yo me siento útil. Les digo a las mujeres que no lo piensen, entreguen el conocimiento que tienen para provecho del país y de sí mismas. La edad no es obstáculo”, aconseja doña Flora, de 62 años.
Para ellas, la clave del éxito es saltarse los obstáculos y creer que los sueños son posibles. “Hay que sentir de corazón que las cosas que uno quiere se harán realidad; eso funciona”, asevera doña María Eugenia.