Tokio, Japón. Dos guardas del Palacio Imperial resguardaban, de pie, la entrada por la que saldría el emperador Akihito para recibir, en uno de los jardines, a la presidenta, Laura Chinchilla.
Pese a que la temperatura rondaba los ocho grados centígrados, y a que estaban al aire libre, los guardas no se movían un milímetro. Permanecían con los brazos en sus costados, inmutables, uno a cada lado de la puerta automática, como son casi todas en Tokio.
Veinte minutos antes, anunciaron que Chinchilla llegaría a las 11:40 a. m. y el emperador saldría en ese momento a recibirla. Así fue: ni un minuto más, ni un minuto menos.
Ella bajó del auto y saludó al emperador en el castillo construido en 1868, rodeado de 2.000 pinos, símbolo de longevidad.
Así se desarrolló la visita de la mandataria al emperador, quien recibe a un máximo de dos jefes de Estado cada año.
Posteriormente, Chinchilla y su delegación asistieron al almuerzo ofrecido por el emperador Akihito en un salón rodeado de jardines, fuentes y árboles ginkgo, que en esta época del año se tornan amarillos.
En el salón del almuerzo había unos 30 meseros, los cuales se encargaron de acomodarle las sillas a cada uno de los comensales, los cuales ascendían al menos a 26.
El salón tiene una gruesa alfombra de color verde claro. Cada comensal disponía de cuatro copas, una de ellas verde.
Además, detrás del salón donde se llevaba a cabo el almuerzo, estaba instalada una orquesta para amenizarlo.
Prensa local e internacional asistió para cubrir la visita de Chinchilla al Palacio Imperial.