El repique de las campanas Claudia y Rafaela, que así se llaman, se entremezcla con el escándalo típico de un centro urbano como lo es hoy San Rafael de Heredia.
Pero en 1887, cuando se colocó la primera piedra del templo católico, este cantón herediano era una villa apacible, formada por casas de adobe y teja.
En esa fecha, se empezó a construir un gigante arquitectónico en ladrillo, piedra y hierro que, 127 años después, sigue siendo un ícono tanto en San Rafael de Heredia como en el Valle Central.
El tiempo no ha transcurrido sin dejar huella, y esta monumental obra del ingeniero Lesmes Jiménez Bonnefil clama por una intervención para brillar de nuevo con su resplandor neogótico.
Un proyecto de restauración que está en trámite en el Centro de Patrimonio del Ministerio de Cultura busca atender, en una primera etapa, las necesidades más urgentes del edificio.
“Se va a sustituir toda la estructura del techo; es decir, las láminas de la cubierta porque presentan problemas de filtraciones de humedad y corrosión”, describió la arquitecta Cristina Salas, funcionaria de dicha entidad.
Según Salas, en esta primera fase también se harán trabajos en el sistema pluvial (en los bajantes, canoas y registros para captar y encauzar el agua de lluvia) y se incluyó la pintura del inmueble. Se estima que el costo de tales arreglos asciende a ¢70 millones.
“En forma paralela a la restauración, se implementará un programa de educación comunitaria para que las personas tengan claro lo que significa conservar el patrimonio”, agregó Salas.
Según la arquitecta, aún existen muchas ideas erradas sobre las declaratorias. “Se suele pensar que cuando un edificio es declarado como patrimonio, deja de pertenecer al dueño o a la comunidad, pero no es así ”, aseguró.
Un criterio similar expresó el cura párroco Édgar Muñoz: “Hay un grito unánime en la comunidad para restaurar el templo. Sin embargo, existe un malentendido porque se piensa que esa tarea le corresponde solo al Ministerio de Cultura. El Estado nos puede ayudar, pero es la comunidad la que tiene la responsabilidad histórica de conservar lo que nos heredaron los abuelos”, declaró el sacerdote.
Según opinó el padre Muñoz, la restauración del templo es una buena oportunidad para consolidar la organización comunitaria en favor de la conservación del patrimonio.
“Gracias a los esfuerzos de la comunidad, ya se han logrado restaurar 53 de los 72 vitrales que tiene este templo”, precisó. La segunda etapa se concentraría en el cielorraso y en detalles de ornamentación, como los 19 vitrales restantes y las piezas de madera.
Iglesia de todos. La vocación comunitaria de este templo se remonta a su construcción, pues logró erigirse gracias al aporte en dinero, en especie o en mano de obra de los rafaeleños.
“Muchos de los templos de Costa Rica fueron construidos gracias a la contribución de los pueblos. Cada quien aportaba algo, según sus posibilidades económicas. Las familias adineradas donaban los terrenos y, en el caso de este templo, los vitrales. Los pobres regalaban horas de trabajo. Y alguien por allá prestaba una carreta o una mula”, detalló el arquitecto e investigador Andrés Fernández.
La obra fue inaugurada en 1917, en la administración de Alfredo González Flores.