El regreso a la “vida real” después del domingo utópico de la Marcha de la Diversidad se ha sentido como un triste episodio de goma moral, pero de la moral ajena. La mínima cosa fue suficiente para que algunos mancharan la actividad con su falso moralismo. La otra Costa Rica –la de “a de veras”– no pudo contenerse y dijo: “¡Ven que son unos enfermos!”.
La imagen de una joven masturbándose junto a un hombre en el pavimento, rodeados de celulares y risas, le ardió a medio país, incluso a participantes de la marcha. “Esto mancha lo bonito de la marcha”, criticaron algunos. “Después quieren que los respetemos”, escupieron los que estaban esperando una ventana para expulsar su odio.
Si el pretexto de que una mujer toque su clítoris en público es razón, según algunos, para desmeritar la lucha por la diversidad sexual, entonces también aplicaría el absurdo de decir que el catolicismo va con la pederastria, en virtud de los abusos cometidos por sacerdotes contra menores. Si el juego es sobresimplificar, nadie está a salvo.
A la par de esa calle en la que alguien se masturbó hace una semana, todos los días venden copias de diarios con las contraportadas expuestas. Siete días a la semana esos medios imprimen fotografías de mujeres semidesnudas, porque necesitan vender ejemplares.
A pocos kilómetros de ahí, un canal de televisión no ha recibido queja alguna por encorralar a una modelo tica en el extranjero, para grabarla antes de que La Sele jugara la Copa América. A nadie parece darle asco el cuerpo expuesto y vulnerable de esos humanos.
El colectivo detrás del acto de masturbación pública se llama Haus of Weisas y no es la primera vez que hace algo así. En diciembre, esa joven se montó a La Tagada y mostró el trasero, luego de que circulara en redes un video de una muchacha a la cual se le corrió el pantalón en el mentado juego mecánico.
En febrero, el colectivo también se unió al artista Habacuc para llevar la diversidad sexual a una feria sobre sexo heteronormativo. (Si usted se escandaliza con la vista de un par de labios vaginales, mejor no busque la definición de “heteronormativo” en Google.)
En el escándalo de esta semana, la crítica que se les hace es por el uso supuestamente inmoral del espacio público por medio del exhibicionismo, lo mismo que le achacan a colectivos extranjeros como Femen, que usa os senos expuestos como forma pacífica de protesta. En un país en el que los abusos sexuales son cuestionados porque “las mujeres se lo buscan” y en el que gritarle “¡ricos!” a los transexuales es un gran acto de comedia, Haus of Weisas quizá es el Femen que merecemos.
No seré ingenuo ni pretenderé que no entiendo por qué a los costarricenses les estorba tanto que una muchacha se masturbe en la calle, pero cuando yo recorro el espacio público veo tanta interacción social y comercial como sexual, goteando en todas partes, igualmente inmoral y despreciable.
Veo sexo en miradas y comentarios con los que el exhibicionismo es fútil; palabras, ojos y manos que desnudan sin consentimiento. Veo sexo en comerciantes que usan tetas y culos para mover mercadería. Cuando veo esto y miro a mi alrededor, no veo a muchas personas tan siquiera dándose cuenta.
Pero tenemos que pensar en los niños, aunque sea en los niños ajenos. “No quiero que mis hijos crean que esto es normal”, nos dicen. Traigo noticias: la masturbación existe y es normal; no es ni pecado ni enfermedad. Si todos estos preocupados padres de familia se tomasen el tiempo de explicarle a sus hijos qué es una vagina, cómo es la masturbación y por qué no es saludable practicarla sobre el asfalto, sería más productivo que ese miedo disfrazado de moralidad con el que ven el mundo.
Créanme: sus hijos van a ver peores cosas en esa misma calle que una mujer disfrutando de su vagina. En lugar de escandalizarse y gritar en Facebook, tómense el tiempo de explicarle todo a sus hijos: desde esos dedos que acarician una vulva hasta esos tipos que están a punto de pelear porque uno no vio que el semáforo ya estaba en verde.