El estribillo más dañino para la cultura costarricense es “Si no le gusta, cambie de canal”. No existe justificación más perezosa ni excusa menos productiva que “gustos son gustos”. Sin embargo, como ha sido por décadas, ese es el estilo nacional: así se recibe la crítica entre nosotros.
En Costa Rica, contrario a lo que nos gusta decir, necesitamos más críticos. Solo dos o tres medios publican críticas (serias) regularmente, aunque aún no de todo tipo de arte y cultura. No fomentamos con suficiente fuerza una conversación productiva y vital.
En el 2015, las opiniones pululan en todas las pantallas que nos rodean y que llevamos con nosotros. Cualquiera comparte su opinión con efusividad, insistentemente y, a veces, con estridencia. Todos podemos opinar, por suerte, pero, ¿basta con eso?
Intercambiar opiniones superficiales puede ser divertido y, a ratos, revelador. Otras veces, distrae de las discusiones más válidas: qué es, qué nos dice, qué ilumina, a quiénes sirve.
Todo es susceptible a la crítica (tanto Tu cara me suena como la ópera) y nos urge que sea más y mejor. El programa de canto cerró su primera temporada esta semana. ¿Qué nos dice sobre cómo valoramos a nuestros artistas? ¿Por qué y cómo hacer un reality show tras tantos años? ¿Se produjo con un nivel técnico adecuado? Tantas preguntas deberían ser materia de análisis, como con cualquier programa.
La parálisis crítica tica ha hecho que creamos que porque una cinta entretiene es buena, o que si muchos leen tal libro, este educa o ayuda. Una crítica sí es una opinión, como otras, pero fundamentada, educada y productiva. El crítico no está “en el Olimpo”, para usar un cliché de otra época. Al contrario, su conocimiento informa y sugiere nuevas formas de entender algo.
“Bueno, ¿cuántas películas ha hecho este criticucho?” es una opinión que nos daña. Contrario a lo que cree quien la escribe, reduce el tamaño de nuestro arte. Si a cualquier crítica respondemos “pobrecito”, “al menos él sí hace algo” o “es muy fácil criticar”, la obra, la cinta y el libro nunca saldrán de esa cama comodísima donde la dejan dormirse los aplausos complacientes.
Si es atractiva, demostrará un agudo conocimiento de la materia. Si solamente vomita palabras grandes y referencias lejanas para la mayoría de lectores, invitará a pasar de página. Solo servirá para masajear al ego.
Una buena crítica educa y entretiene; se trata de lo que el público puede encontrar en un producto cultural u obra de arte, no sobre lo que el crítico sabe y repite. No nos dice, como en un Hi-C, el “valor nutricional” de Fast and Furious 7 , pero sí qué podemos entender a través ella si le prestamos más atención –y cómo falló–.