Algunos, regresaron completos. Otros sin piernas. Y uno más, parapléjico. Aún así, desbordan optimismo en su arribo inicial a una patria que no los vio nacer pero que convenientemente los adoptó para que defendieran la bandera estadounidense en los hostiles confines de Iraq y Afganistán.
Hoy están de vuelta en casa… porque ahora es su casa: los que no tenían papeles ahora son ciudadanos estadounidenses y, además, veteranos de guerra. Sus vidas, sus recuerdos, sus pesadillas y su reinvención en sociedad, tras todo lo que vieron e hicieron durante la guerra, siendo apenas unos veinteañeros, son el objeto de seguimiento de este espectacular documental de NatGeo, Temple de acero , que ofrece una visión única, hasta ahora no abordada, sobre los jóvenes veteranos de guerra latinos.
El programa se adentra en lo más íntimo de cada uno de ellos. Así descubriremos que los llevó a enrolarse, sus expectativas antes de ir al frente de batalla, su vida en la guerra. También, sus anhelos y esperanzas al volver a su hogar y enfrentar una nueva vida.
Los episodios abarcan tres aspectos destacables de la vida de un veterano: el regreso al hogar, el reencuentro con los seres queridos y el papel que estos juegan en la reinserción a la sociedad; el desarrollo profesional que las Fuerzas Armadas ofrecen a los latinos que se enrolan; y los beneficios y soporte que otorgan a aquellos soldados que sufrieron algún tipo de herida en el campo de batalla, física o psicológica
Estas historias de lucha y superación convierten a los protagonistas en verdaderos modelos, capaces de inspirar a todos aquellos que atraviesan dificultades y que día a día pelean sus propias guerras para tener una vida mejor, aún lejos de los campos de combate.
Regreso a casa
Así se titula el primer capítulo, que recrea en primera instancia los momentos en que Jesús Bocanegra, Marcela Jasso, María Salomé Loredo Cruz y Raquel Mangone ponen sus pies nuevamente en Estados Unidos tras vivir en combate retos y experiencias difíciles de superar.
A pesar de que los fantasmas de la guerra aún no desaparecieron por completo de sus vidas, al regresar los cuatro lograron establecer un vínculo más sólido con sus familias, en la cuales encontraron el apoyo y la fuerza necesarias para sobreponerse, seguir adelante y consolidar el sueño americano: conseguir una educación excepcional y obtener los trabajos soñados.
Otra de las muchachas, María Canales una joven hondureña de apenas 22 años, explica emocionada ante las cámaras, en un español bastante pobre, pues fue criada como ilegal en Nueva York desde muy pequeña: “Mi regreso de ese año en Iraq fue el mejor día de mi vida; a pesar de que puedes estar irritable todo el tiempo cuando vienes de un ambiente en que estás alerta siempre, mi papá y mi mamá me hicieron sentir que mis reacciones eran normales, pero lo normal es que seas diferente cuando regresas de la guerra”.
Pero por supuesto, esa es la fachada de la reacción inicial. Los mismos promos de Nat Geo muestran a un joven centroamericano (no especifican de qué país), mientras este intenta luchar contra el llanto al recordar todo lo que vivió. “Ellos hicieron suyas las luchas de su nueva patria, y conversaron con el horror en su nuevo idioma”, dice una voz en off , mientras el joven se enjuta las lágrimas y dice con consternación: “lo que vi creo que nunca se me va a olvidar”.
Dura realidad
Si bien María Canales guarda intacta su juventud, su belleza y su físico, no todos los demás corrieron con la misma suerte. Matías Ferreira es un joven argentino, considerado como un ejemplo de vida para otros veteranos y personas que conviven con amputaciones en su cuerpo. Él perdió sus piernas, de la rodilla hacia abajo, y ahora, antes de contar sus vivencias en Iraq, se solaza mostrando sus nuevas prótesis, que son imitaciones casi perfectas de pies humanos. “¡Hasta vellos tienen, y puedo mover los dedos!”, dice el flamante veterano de guerra con una felicidad casi infantil.
Otra que habla sonriente, tras volver a Estados Unidos, es María Salomé Loredo, sargento de los Marines que estuvo asignada en la cruenta Afganistán. “Cuando llegó la hora de regresar me invadió una vorágine de emociones, especialmente me emocionaban las cosas más sencillas: ver a mi familia, hablar por teléfono, manejar, ir al cine, ver televisión, las cosas pequeñas es lo que uno espera hacer al regreso”, dice exultante.
Según datos ofrecidos por Nat Geo, unos 8 mil inmigrantes no ciudadanos, se suman a las fuerzas armadas cada año, y más de 157 mil hispanos, hombres y mujeres, se encuentran activos en el servicio de las fuerzas armadas estadounidenses; representan el 11.4 % de estas. Cuando los soldados llegan a sus bases, deben aprender tácticas vitales para operar en zona de guerra. Una vez en el campo de batalla deben intentar controlar sus emociones y mantenerse alertas para cualquier ataque o acción de rescate.
Algunos de los militares que aparecen en la serie de NatGeo se unieron a las fuerzas armadas para servir a su país; otros lo hicieron siguiendo una tradición familiar. Como sea, sus testimonios de vida y guerra los convierten en personas muy particulares, con luchas muy diferentes. La primera de ellas, sin duda, aprender a vivir con sus cruentos recuerdos…