Un día se cansó. Se hartó de ser Lolita o Conchita, la india descalza, de trenzas y mirada clavada en el piso. Peleó y obtuvo el papel de Anita, en West Side Story , para convertirse en la única actriz hispana en ganar el Grand Slam de los premios: un Óscar, un Grammy, un Tony y dos Emmy.
Agréguele a eso sus calentones con Marlon Brando, varios lances fallidos con Elvis Presley, unos revolcones con Anthony Quinn y Dennis Hooper, para dar fe de la intensa carrera de Rosita Dolores Alverio.
Con ese nombre jamás habría pasado de Juncos, el pueblito de Puerto Rico donde nació el 11 diciembre de 1931, hija de Rosa María –una costurera– y Francisco José, agricultor.
A los cinco años, la madre se la llevó al Bronx, Nueva York, y atrás quedó su hermanito Francisco, a quien nunca más volvió a ver.
En las calles del Bronx aprendió el lenguaje afilado de las pandillas y por el inglés olvidó su acento portorriqueño; dejó de ser Rosita Dolores y buscó otro con más pimienta: Rita Moreno.
Puede ser que lo tomara prestado de la Hayworth, ya que el tío de ella –Paco Cansino– fue su profesor de baile.
La nueva Rita debutó a los nueve años con Paco en un club neoyorquino; las luces y los aplausos marcaron su destino y a los 13 años se animó con una obra musical en Broadway. Tres años después, con su mami y un hermanastro, se fueron a Hollywood, donde los sueños terminan en pesadillas.
Todo eso lo cuenta en sus memorias, Life Without Makeup , un libro que compila las peripecias que afrontó para subir la cuesta del éxito, superar los estereotipos de latina sin olvidar sus raíces y –según ella– sin pagar el derecho de pernada, exigido para estar en las marquesinas.
Los molinos del celuloide trituran fino y despacio. Rita usó tintes para blanquearse la piel, sus diálogos eran monosílabos, cada papel estaba ajustado al de mujer sumisa y complaciente.
En la adolescencia, un cazatalentos la violó y huyó de una fiesta de actores para evadir el acoso del anfitrión.
A los 17 años, Louis B. Mayer la bautizó como la Elizabeth Taylor latina y le ofreció un contrato; actuó –de segundona– en muchas cintas, entre ellas Cantando bajo la lluvia y El Rey y yo .
“Hollywood estaba lleno de prejuicios. Los latinos tenían la puerta cerrada y los roles que me daban eran de indias, polinesias o árabes. Mujeres que no hablaban inglés y que llevaban ropa escotada”, explicó Rita a la cadena BBC Mundo.
Además de cantar y bailar, tenía talento de sobra como actriz, y el director Robert Wise le confió el papel de Anita en West Side Story, una versión musical de Romeo y Julieta , del escritor William Shakespeare.
La cinta fue un éxito taquillero, ganó 10 premios de la Academia y Rita creyó que, al fin, le llegarían mejores interpretaciones, hasta que despertó del sueño.
De nuevo al charco. Se hartó de lo mismo y retomó su carrera en el teatro y la televisión, pero el veneno de Hollywood hizo efecto en su vida personal.
Mantuvo una relación enfermiza con Marlon Brando, con quien vivió un tórrido romance de ocho años, plagado de peleas, celos, infidelidades, un aborto y un intento de suicidio.
Noches blancas
Cuando conoció a Brando, en el foro del filme Désiree , quedó como una cucaracha en bisagra. Eso fue como un huracán, una obsesión y una adicción como la cocaína, aseguró la actriz.
“Era una relación embriagadora. Le encantaban las mujeres y yo quería que fuera fiel, pero eso era imposible. Había tantas en su vida”.
A la megaestrella le fascinaban las hembras exóticas y Rita lo puso de vuelta y media; eso no le bajó los decibeles sexuales a Brando que nunca se casó con Rita, pero si lo hizo con Anna Kashfi y Movita Castañeda, y tuvo varios hijos con ellas.
Estuvo enganchada ocho años con el actor, y para tratar de recuperarlo intentó darle celos con Anthony Quinn, Dennis Hopper y el Rey del Rock: Elvis Presley.
Nada funcionó. Quinn era un agresor y Presley sentía más pasión por comer hamburguesas y llenarse de calmantes que por los arrumacos de la actriz Rita Moreno.
“Siempre acabábamos en mi sala de estar con una pelea entre su pelvis y sus pantalones tensos. Podía sentirle contra mi cuerpo… Esperaba su siguiente movimiento… Pero nunca llegaba”.
Nada que ver con Brando, que era un animal. Regresó a sus brazos y quedó embarazada, pero el actor la obligó a un aborto.
Tras otra ruptura decidió engullir un frasco de somníferos, pero el ayudante de Marlon la salvó.
“Era una niña pequeña y enferma en una relación obsesiva. Los dos estábamos obsesionados con el otro. Marlon era mi droga. Yo estaba enganchada a él y fue muy difícil superar eso”.
Volvieron a verse en La noche del día siguiente y ahí, al filmar una escena, se dieron de manazos, arañazos y trompadas. Quedó tan real que fue incluida en la versión final, pero todo acabó entre ellos.
Cuando Brando murió en el 2004, el único recuerdo que conservó de su carrera fue una vieja foto de él mientras besaba a Rita Moreno en el rodaje de aquella película.
Con el tiempo, el galán irresistible se volvió un obeso, adicto a los helados. Tenía la panza tan voluminosa que ella no podía ni darle un beso en la mejilla.
Al cabo de los años, Rita aún añora su voz, sus caricias, la intensidad de su amor. Y aunque no llora, todavía se acuerda.