Dichosos somos quienes vivimos en la misma época que Mikael Åkerfeldt. El líder de la banda sueca Opeth es genio y figura para su generación, al ser artífice de sonidos emblemáticos que no han cesado de evolucionar durante tres décadas de carrera. Un día es death metal, pero al siguiente se le añade jazz. En otro momento es progresivo de los años 70 seguido de jazz.
Opeth ha transitado así a lo largo de su existencia; su tour actual honra esa versatilidad creativa.
La agrupación pospuso su concierto originalmente pactado para el 2021, cuando vendrían a promocionar su último lanzamiento, In Cauda Venenum (2019). Sin embargo, la gira que sí los trajo tiene una intención muy diferente. Su repertorio resumió los 13 títulos de su discografía, incluyendo un tema por álbum. No fue un “grandes éxitos”, sino un “grandes creaciones”.
Si lo dicho en concierto es cierto, Costa Rica es el público más audaz y bullicioso que la banda tiene por estos lares. No sería de extrañar, pues la audiencia coreó desde las líricas guturales hasta el más mínimo asomo de melodía instrumental que fuera replicable con la voz.
El concierto comenzó con los dos compases engañosos de Ghost of Perdition, que se escuchan suaves y reflexivos para darle paso a un golpe intenso de voz agresiva y un doble bombo intimidante.
Desde el inicio era claro que el sonido y volumen sería gratificante. Nunca llegó a decibeles incómodos, mientras que, más bien, contó con una mezcla que permitió apreciar la labor de cada miembro del quinteto.
La misma suerte había tenido la banda Persefone, de Andorra, invitada para esta gira de los suecos. Por cerca de una hora el grupo hizo en tarima cuando le entró en gana. Su oferta enérgica, se caracteriza por mezclar el death metal con el progresivo técnico, con dos guitarras protagonistas que son fuego sobre un campo minado. Su primera visita a Costa Rica no pasará desapercibida.
En el caso de Opeth es la tercera vez que tocan acá, pero la primera en que vienen con el baterista Waltteri Väyrynen (Paradise Lost, Bloodbath). Su trabajo fue sólido de inicio a fin, por ejemplo para el tema Demon of the Fall, de la etapa más brutal del grupo, o en Harvest, donde más bien tomó las escobillas para una ejecución más suave, casi jazzística.
La libertad creativa de la composición de Åkerfeldt se percibe en la variación que hay entre un tema y otro, pero también dentro de cada canción. Los casi 20 minutos de Black Rose Immortal son una muestra de los temas con estructuras inesperadas y de la facilidad con las que los músicos transicionan entre pasajes acústicos con aires misteriosos para saltar a otros momentos más violentos.
El uruguayo Martín Méndez –maestro del bajo– responde con creatividad en cada momento; da gusto ver cómo se desplazan sus dedos por el diapasón y escuchar sus líneas con atención. Lo mismo sucede con el guitarrista Fredrik Akesson, quien se encarga de gran parte de los arpegios clave para ambientar cada canción, pero también listo para hacer duplas en armonías, voces secundarias y alternar solos, como en Burden. En el caso del tecladista Joakim Svalberg, su trabajo se aprecia más en las canciones de los últimos siete discos, pues para el material previo su aporte es accesorio.
Se agradecieron las intervenciones hilarantes de Åkerfeldt, que lo acercaron al público y la selección de la noche, que se cerró con Sorceress y Deliverance (ambos correspondientes a los discos homónimos). La última de estas piezas concluye con un patrón rítmico repitente que termina en brusco, como con la posibilidad de que siga al más después. Ese mismo deseo de que no se acabe ahí queda cuando Opeth se despide: que no sea la última. Ese es el anhelo.
El concierto
- Artista: Opeth
- Artista invitado: Persefone
- Fecha: 18 de febrero
- Lugar: Club Peppers
- Organización: Blackline Productions