¿Pueden dos personas, siendo tan distintas, complementarse en lugar de caer en el desencuentro? Después de lo que el Teatro Nacional vivió el viernes pasado con Thilbault Cauvin (Francia) y Andrew York (EE. UU.) no queda otra respuesta posible que “sí”.
El que fue el tercer concierto del XVII Festival Internacional de Guitarra de Costa Rica 2010 escribió un pasaje que, para quienes asistieron, no se borrará jamás.
Aquella noche fue ir de extremo a extremo. Es que lo histriónico y lo más vanguardista en la ejecución del instrumento –con la picardía propia de quien tiene 26 años–, lo puso Thilbault Cauvin. Y la pericia de la experiencia de quien carga dos premios Grammy y posee el don de crear hilvanando emociones fue tarea de Andrew York.
Tan distintos son estos intérpretes y aun así lograron el mismo efecto: que el teatro les aplaudiera a rabiar, que la audiencia les rogara: “¡Una más!”
Misma sangre. Thilbault Cauvin entró raudo y veloz al escenario para abrir el concierto. Y ni lerdo ni perezoso el público le dio la bienvenida con aplausos.
Habló el francés en un español, contrario a lo que él cree, bastante fluido, y comenzó su participación aquel virtuoso de técnica particular de la mano de Astor Piazzola al interpretar dos movimientos de El Ángel: Milonga del ángel y Muerte del ángel. Su velocidad y su concentración –parecía estar solo en su mundo personal– le valieron una lluvia de aplausos.
Abordó Night and Day, de Roland Dyens; la emotiva Farewell, de Sergio Assad. Tocó los límites de la música de Medio Oriente con Koyunbaba, de Carlo Dominicone.
Brilló con una obra escrita para él por su padre, el compositor Philippe Cauvin, Rocktypocovin, que tiene la estructura y los elementos indicados para que haga gala de su gusto amplio por los variados géneros musicales. ¡Qué bien lo conoce su propio padre!
Al clamor de los aplausos tuvo que regresar y se fue de la misma forma que entró: ovacionado.
La magia de York. Andrew York, al igual que Thilbault Cauvin, se dirigió al público en español. Y así, tejiendo un ambiente fraternal, fue explicando la procedencia de lo que él mismo compuso y esa noche ejecutó. Fue entonces fácil entender que el amor, la amistad, la naturaleza y los paisajes nutren lo que sale de su cabeza y pasa por sus dedos.
Numen fue lo primero que tocó y luego siguió Albacyn, inspirada en un lugar de España.
Three Memories no podía tener el nombre mejor puesto: tres recuerdos de York. King Lorvin –un juego de palabras con el nombre de un amigo–, Avenue of the Giants –para esos gigantes del organismo vegetal casi extintos que son los árboles secoyas– y Call –otro recuerdo del estar en España.
Women Harmony resultó emotiva y, a un tema más, York se despedía provocando una marea de aplausos, que, como suele suceder con la marea, lo trajo de vuelta.