Jeannette Campos jeancampos2001@yahoo.com
Este es un libro de poemas íntimos, con los cuales el poeta-filósofo Mario Salas nos transporta a un ámbito reflexivo, poético y no exento de soledad. Es el rostro de un hombre que mira pasar el mundo por el marco de una ventana y describe sus vivencias desde un apartamento deshabitado.
Con la mirada puesta en lo que hay detrás del marco de esa ventana cómplice y compañera, el poeta nos revela las experiencias de su vida cotidiana con la sensibilidad de un niño nostálgico que recuerda a los seres queridos que se fueron, como se puede leer en su reminiscencia a Ata, a su padre y a John Lennon. Para Ata, su abuela amada, escribe:
“en algún rincón del cielo / coses los vestidos de los ángeles / remiendas sus alas / zurces sus calcetines / En la noche a veces / escucho un rumor entre las nubes / Y sé que es tu máquina de coser en alguna lejana estrella / Quizás junto a Orión”.
Sin embargo, no es tan sólo un libro de un niño nostálgico; es también el referente de una época que marcó un sueño fugaz, que renovó la esperanza planetaria y dejó en el poeta la añoranza por un mundo mejor, como en “Carta a las gentes del mañana” en el que Mario Salas parece dialogar con el poeta griego Constantino Kavafis y dice:
“Cuando lleguen los días en que las manos / toquen las estrellas / Cuando sea más suave el pulso de las horas / Y la guerra no profane / con su sombra el aire / Cuando herida la muerte / Se bata en retirada / Piensen en nosotros / los antiguos bárbaros”.
Aunque el poemario lleva por título Un adiós para John Lennon , el libro no es tan sólo un homenaje al inolvidable creador de Imagine , es más bien una manera de llamar la atención acerca de esa época irrepetible y que marcó profundamente al yo lírico de estos textos.
Inspirado en un gran compositor que se inmortalizó como un lúcido hermano mayor del autor y que prevalece en la conciencia de una época, el yo poético pregunta entonces:
“¿Qué nueva revelación nos preparabas / tras las lunas de cristal en tus anteojos / cuando una bala nos privó de tu voz? / Ahora que ya las canas vetean mis sienes / y una huraña desconfianza asoma a veces por mis ojos”.
Es pues un homenaje a sus muertos queridos, una reflexión sobre la vida y la muerte; sobre la muerte de una utopía, de un sueño y sobre la vida misma del poeta.
De tal manera, el poeta que sucumbió al filósofo guardaba en sus adentros la otra cara de la filosofía. Miembro del Taller de Poesía de los Lunes, Mario Salas esbozaba sus primeros poemas en aquellas épocas en las que la noche era todavía larga y poética, compartiendo entre amigos los caminos de la palabra. Fueron tiempos en los que no había tanta prisa, época de la llamada “generación del desencanto” que se funde y dialoga con la “generación perdida”, la “generación dispersa”.
La juventud sacaba provecho de su creatividad, de su espíritu bohemio, de sus luchas, cuestionadora en su búsqueda de la libertad y que a la vez se cargaba con imágenes creadoras.
No es casual que el filósofo, educador y poeta se haya visto atraído por el pensamiento de Wittgenstein ya que su relación y su interés por la palabra lo ligan irremediablemente a la famosa frase del filósofo austriaco: “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”.
El mismo Salas, creador de este poemario, ha advertido anteriormente que, si repasamos la historia de ambas actividades, la literatura y la filosofía, notaremos que los límites que hay entre ambas muchas veces se desdibujan hasta volverse irreconocibles.
La relación entre la filosofía y la literatura es una interpretación del mundo, es divagar en los pensamientos y trazar límites entre lo posible y lo imposible, entre lo real y lo imaginario, entre el recuerdo y la memoria, como lo evidencia ciertamente el yo lírico en este poemario.
Finalmente, el rostro de ese hombre desprendido del mundo, navega ahora sin memoria, no añora más los rostros que ayer tuvo, y sonríe como un anciano que olvida el escozor del deseo porque mira el cielo como mira el mar y nos invita además a mirar cómo brillan las luciérnagas y cómo se apagan en la noche pues “desde lo alto las miran eternas las estrellas”.