El último episodio de Breaking Bad (2008-2013) confirmó que nadie es más listo que Walter White (el actor Bryan Cranston): ni sus rivales, ni nosotros, los televidentes, testigos de su ingenio, así como de su debacle y su redención. Nadie saca provecho de la ciencia y la técnica como él: como cuando fue necesario deshacerse de un cadáver, explotar el antro de unos narcos o fabricar la batería de un automóvil, la química y la física vinieron en su auxilio.
La imaginación científica y técnica –un rasgo muy apreciado en el personaje Walter White– recuerda a otra figura de la televisión estadounidense, muy popular en la segunda mitad de los años 80: Angus MacGyver, el físico convertido en agente especial del gobierno norteamericano, en MacGyver (1985-1992). Como el personaje de Breaking Bad, MacGyver improvisaba armas y defensas a partir de la aplicación de sus conocimientos.
Sin embargo, el cosmos “macgyveriano” se desdibuja en Breaking Bad: subsisten la física y la química, pero no la legitimidad de las causas. En MacGyver , el agente era siempre el “bueno”, y los antagonistas, por supuesto, los “malos”.
Por el contrario, Walter es frecuentemente el antagonista de su propia historia, y el atributo de “buenos” solo puede otorgárseles a las víctimas; los otros personajes, cercanos u opuestos a White, participan y sacan provecho de los vicios de la sociedad.
La distancia axiológica que hay entre esos dos individuos tan semejantes en sus atributos, el protagonista de MacGyver y el de Breaking Bad , ilustra un cambio en las series televisivas estadounidenses de la última década. Ahora, la construcción de la intriga y de los personajes propone un universo ambiguo, de inciertos límites entre los medios y el fin, entre lo correcto y lo incorrecto.
El antihéroe, personaje característico del cine negro, demoró cincuenta años en migrar a la pantalla chica, pero es el protagonista de la que es considerada la mejor época de la ficción televisiva estadounidense. Entre otros, ejemplos de dicha trasformación son el citado Walter, y Tony en The Soprano (1999-2007), Dexter en la serie homónima (2006-2013), Nucky Thompson de Boardwalk Empire (2010-2013), así como personajes inéditos como los de House M. D. (2004-2012), Mad Men (2007-2013) y Homeland (2011-2013).
Individualismo roto. Desde sus orígenes míticos, el héroe destaca por sus cualidades extraordinarias (fuerza, inteligencia, valor), por ser un agente en la historia (alguien que marca la diferencia), y por encarnar valores conformes con la sociedad que lo genera. En el caso de la narración audiovisual del siglo XX (cine y televisión), siempre fue un personaje de psicología simple, generalmente un hombre pragmático y emprendedor, un paladín del individualismo burgués.
El paradigma comenzó a resquebrajarse con la aparición del antihéroe en la literatura y el cine negros. Este tipo de personaje se regía por valores diferentes e incluso contrarios a los que convencionalmente se consideran “correctos”: era capaz de mentir, castigar con crueldad o disparar a quemarropa. No siempre era un agente en la historia porque solía encontrarse subordinado a distintos determinismos: sociales, psicológicos o, simplemente, la mala suerte.
En el cine de Hollywood, el antihéroe adoptó principalmente dos formas: el profesional del crimen (un gánster, un detective de dudosos métodos), y el “hombre común” que se veía tentado a delinquir. En ambos casos eran versiones viciadas del “sueño americano” y de las oportunidades que ofrece el capitalismo.
Tras el ocaso del cine negro a mediados de los 50, el héroe y el antihéroe han convivido sin mezclarse, siendo el primero la norma y el segundo la excepción. Esta situación hace especial el presente de la ficción televisiva: el héroe continúa predominando, pero las mejores series son protagonizadas por antihéroes.
Los más interesantes y arquetípicos son los citados Tony Soprano y Walter White. El primero, interpretado por un soberbio James Gandolfini, es un mediano empresario cuyo negocio es el crimen; glotón y vulgar, violento y fragilísimo, está colmado de manías y contradicciones, y es neurótico sin caer en la caricatura. En cambio, Walter es el peatón de gris tránsito por la vida, que ingresa en el mundo del crimen con su familia como coartada y se siente cómodo en él.
En tanto antihéroe, Tony tiene más consistencia: en él no hay nada de ejemplar ni de extraordinario, puede ser bastante repulsivo y las tramas criminales en las que participa son casi siempre de poca monta. Por el contrario, Walter posee una inteligencia excepcional, es un padre amoroso y llega a convertirse en uno de los más importantes traficantes de los Estados Unidos.
El psicópata es otro tipo de antihéroe, también próximo al imaginario del cine negro. Aunque fue pocas veces el protagonista en el Hollywood de los años 40 y 50, este personaje comenzó a mostrar, con una mezcla de temor y de fascinación, la esfera de lo irracional. Este vínculo ambivalente es el que plantea la historia del médico forense Dexter Morgan, quien dirige sus impulsos asesinos hacia criminales que consiguieron rehuir la justicia.
Más allá de Dexter , la figura del asesino serial ha sido bastante popular en la más reciente ficción televisiva: The Following (2013), Bates Motel ( 2013), Hannibal (2013), las dos últimas a partir de los personajes de los filmes Psycho (Psicosis , 1960) y The Silence of the Lambs (El silencio de los corderos, 1991), respectivamente.
Tibia metamorfosis. La novedad, de haberla, residiría en que la narración propone al espectador la identificación con un protagonista que encarna una serie de valores e instituciones objetables.
Sin embargo, aunque son sujetos contradictorios, sociópatas o prisioneros de sus demonios, poseen algún grado de excepcionalidad: Walter White, Nucky Thompson y Dexter Morgan son especialmente astutos; ningún médico acierta un diagnóstico como Gregory House, y no hay creativo publicitario más seductor que Don Draper, de Mad Men.
Esa excepcionalidad les permite ser agentes de la historia en la que participan; finalmente, no están tan sujetos a determinismos. Sus triunfos, la forma en la que se escabullen de los problemas, son aplaudidos por los telespectadores, como hace veinte años lo era la inventiva del cándido Angus MacGyver.
Por otra parte, si bien son parte de los vicios de la sociedad, aquellos antihéroes gozan de atributos que los diferencian moralmente de los que podrían considerarse sus iguales: Tony Soprano no es homofóbico (como su antagonista en la última temporada de la serie), Nucky Thompson no es racista (en los Estados Unidos de los años 20), Dexter solo mata a asesinos, Walter White nunca deja de amar a su familia, Don Draper es un colega y competidor leal, Nicholas Brody ( Homeland ) no se siente cómodo con su rol de terrorista.
Se trata de una transgresión tímida de la figura del héroe modélico y del maniqueísmo característico de la ficción televisiva. Siempre hay rasgos que suscitan la empatía del espectador; funcionan como una coartada que permite considerarlos una suerte de “buenos” entre los “malos”.
Esa tibieza es comprensible: el ocaso del cine negro sobrevino cuando los espectadores no quisieron seguir el camino propuesto por los relatos: el cinismo absoluto, o el salto al vacío del nihilismo. Al igual que el cine, la televisión es concebida principalmente como una forma de entretenimiento, como un alivio para las más diversas penas, y la historia de un antihéroe puro, realmente trágico, es poco divertida.