¿Han experimentado ustedes, durante la audición de una ópera, que el ánimo se inflama de marcialidad con la archifamosa cabaletta de Il Trovatore , denominada Di quella pira , mientras el tenor profiere una buena cantidad de dos de pecho con la amenazante espada levantada? ¿Han sentido tal vez estrujarse sus almas con los acordes iniciales de la canción de Ossián –comúnmente conocida como “relato de Werther”– que se inicia con las mágicas palabras “Pourquoi me reveiller”? (¿Por qué me despiertas?). ¿Han acaso ingresado en un éxtasis de voluptuosidad al escuchar a Dalilah entonar a su amado el dulce y adormecedor Mon coeur s’ouvre a ta voix ? (Mi corazón se abre a tu voz).
Pues bien, no hay duda de que la naturaleza de la música que inflama el espíritu, deprime el ánimo, genera profunda melancolía o incita a yacer en la sensualidad, proviene de un carácter musical que cada compositor ha impreso en su creación con maestría u originalidad. La música es un ente vivo que transmite pasión, ira, deseo carnal, impulso bélico, éxtasis religioso o amor no correspondido, con imparcial eficacia.
En la consolidación de un canon estético relativo a la música, fueron tal vez Arthur Schopenhauer (filósofo alemán nacido en Gdansk) y el danés Søren Kierkegaard quienes se preocuparon en mayor grado por establecer la influencia de la tonalidad en el ánimo y el comportamiento del ser humano.
De forma conjunta, podemos hablar de un neoplatonismo (generado a partir del Timeo y de La república ), que continúa manteniendo un fuerte atractivo entre quienes creen que la música, culta o popular, ejerce influencia sobre el alma del hombre común.
El sentido de la tonalidad. ¿Qué es una tonalidad? Empecemos por decir que, en la escala natural de los sonidos, el hombre occidental reconoce siete notas principales, además de las alteraciones que estas presentan bajo la denominación de sostenidos y bemoles . Son las tradicionales ut (do), re, mi, fa, sol, la y si.
A su vez, tales nombres provienen del famoso himno a san Juan Bautista Ut queant laxis , del monje benedictino Pavlus Diaconus Cassinensis –o simplemente Pablo el Diácono–, quien vivió en Montecassino durante el siglo VIII de nuestra era.
Como fuere, con el paso de los tiempos se consolidó la notación occidental propuesta por el también benedictino monje Guido d’Arezzo, notación creada con las primeras sílabas de aquel himno. Dicha propuesta alcanzó total universalidad a partir del siglo XI de nuestra era, salvo los intentos de la convencionalidad inglesa o norteamericana, que denominan las tonalidades con letras del alfabeto.
En consecuencia, las tonalidades son conocidas de conformidad con la nota llamada tónica , que viene a ser la base del edificio armónico, expresado originalmente en una tríada (tres notas). Alrededor de la tónica se genera una tendencia gravitatoria, que hace que el oído tienda naturalmente a buscarla en aras del reposo.
La escala correspondiente a cada tono determinará la distribución de los intervalos en su interior. De tal manera, la tríada nos indicará un modo mayor cuando, entre el primero y tercer grados de esa tríada, se genera un intervalo de tercera mayor, que equivale a dos tonos completos o cuatro semitonos. Lo llamaremos “menor” cuando tal intervalo corresponda a una tercera menor, equivalente a tres semitonos.
Metafísica de la música. Al epilogar su obra Die Welt als Wille und Vorstellung (traducida como El mundo como voluntad y representación ), Arthur Schopenhauer aborda el tema de la metafísica de la música. Lo hace ex profeso para aclarar que la composición musical posee características disímiles del resto de las artes. Dice el filósofo:
“Como la música no presenta, al igual que todas las otras artes, las ideas o niveles de objetivación de la voluntad, sino que presenta de forma inmediata a la voluntad misma, esto explica que incida inmediatamente sobre la voluntad; esto es, sobre los sentimientos, pasiones y afectos de quien la escucha, de suerte que los intensifica o transforma súbitamente”.
De forma anterior a Schopenhauer, el compositor y teórico alemán Johann Mattheson había ya establecido un resumen de las tonalidades utilizadas en su época. Veamos algunos ejemplos: la tonalidad de do mayor –en la que está escrita precisamente Di quella pira – se presenta, ante quien la escucha, con carácter rudo y audaz, pero no es impropio para expresar la alegría y dar rienda suelta a la felicidad. Por el contrario, la tonalidad de do menor (cuya tríada se integra con el tercer grado alterado, o sea con un mi bemol) es extremadamente dulce y a la vez de un rango de tristeza asociable con la melancolía.
Re mayor es apropiada para expresar situaciones felices o bélicas pues es una tonalidad esencialmente noble; por el contrario, el re menor incita a la devoción y a la paz del espíritu. Igualmente se asocia mi menor con ensimismamiento, profundidad del pensamiento, desolación y tristeza, mas con alguna esperanza de consuelo.
Un mundo mágico. Curiosamente, la romanza de Werther ( Pourquoi me reveiller ?) aparece escrita en la inefable tonalidad de fa sostenido menor, a la que Mattheson asocia una gran tristeza, identificable con languidez casi mortal. Aquí se hace imperativo recordar que, poco después de su interpretación en la ópera homónima de Massenet, Werther pondrá fin a sus penas mediante el suicidio.
Al propio tiempo, Mattheson mancomuna la mayor con brillantez (la tonalidad posee tres sostenidos en su armadura) y la declara particularmente adaptable a la música para violín. La tonalidad menor responde a una escala sin alteraciones, salvo la sensible. Mattheson la denomina lastimera, llena de dignidad y de resignación que incitaría al sueño, acaso como refugio contra el dolor humano.
Mattheson relaciona la tonalidad siguiente –el si bemol mayor (la clásica y original del Ave Maria de Schubert)– con suntuosidad y majestuosidad.
Camille Saint-Säens, el irreverente autor de Samson et Dalila , acaso pretendió en su ópera representar metafóricamente a la serpiente que, sinuosa y pérfidamente, envuelve a su víctima. Lo hace mediante la tonalidad de re bemol mayor, en la que Dalila entona el aria Mon coeur s’ouvre a ta voix , sobre una estructura de prolongados cromatismos descendentes que, de forma claramente deliberada, logran el efecto de conducirnos hacia la sensualidad más acentuada.
La tonalidad escogida por Saint-Säens posee un raro poder afrodisíaco, que inclina al oyente hacia el insondable universo de la voluptuosidad; de tan sutil manera, al volver a la tónica, el compositor francés ha logrado recrear la apasionada ambientación inter coitus que ha subyugado a Sansón y que lo llevará a revelar el secreto de su fuerza a la astuta dama filistea.
En futuras ediciones continuaremos ejemplarizando los ignotos efectos de las tonalidades en la psiquis humana: Don Giovanni , el disoluto mito mozartiano; Turandot , la princesa de hielo; Madama Butterfly , la enamorada niña japonesa; Rodolfo , el poeta decimonónico, y muchos otros personajes reclaman una relación intertextual con el mágico mundo de las tonalidades musicales. ¿No lo creen ustedes?