Prescindir de la palabra hablada abre la posibilidad de comunicarnos con gestos, señas u otros códigos del lenguaje no verbal. El silencio es elocuente; a veces más que un discurso argumentativo. Por eso, Devorarte al cantar de mi guitarra nos traslada a un mundo de silencios en el cual los temas principales se construyen desde el trabajo corporal de los intérpretes.
Vemos a una pareja afectiva compartir la cama, la mesa o el cuarto de baño. Al inicio, los rituales cotidianos se desarrollan en armonía. Sin embargo, algo innombrable empieza a erosionar los afectos. Una cuchara sopera –especie de talismán ominoso– se apodera del hombre. Las cenas en común se vuelven escenarios conflictivos que escalan hasta llegar al odio, la locura y el crimen.
La actuación es una síntesis de técnicas interpretativas. Daniela Quesada y Cristian López amarran recursos de la danza contemporánea, el ballet, el mimo y el teatro físico (heredero de la Commedia dell'Arte) para materializar personajes que "hablan" con cada tramo de sus cuerpos. El dominio de nociones como el equilibrio, el ritmo y el traslado del peso generan movimientos llenos de sentido.
Algunos pasajes de la obra son decididamente coreográficos. La escena del encuentro íntimo de la pareja se acerca más a una danza que a una representación figurativa o realista de ese momento amoroso. Las imágenes resultantes son potentes. Lo destacable del desempeño actoral es que los diversos lenguajes utilizados se amalgaman en un todo donde no se aprecia una suma, sino una integración.
Como contraparte de los intérpretes, la sonoridad adquiere un papel protagónico. Un cuarteto (guitarra, violín, bajo y percusión) se hace cargo de la música incidental, los efectos y las melodías que caracterizan a los personajes. Cada miembro del ensamble permanece en una esquina de la sala, mezclado con el público. Además de sus labores primordiales, los músicos también ejercen de actores secundarios.
En su diseño y ejecución, la banda sonora pasa a ser un personaje adicional: le da base rítmica a las acciones, dialoga con los acontecimientos y tiñe de humor o suspenso el desarrollo de la trama. Sin duda, la textura de la música en vivo no tiene nada que ver con su similar pregrabada. Se nota una vitalidad diferente. El vínculo antiquísimo entre música y representación está muy bien resuelto en la obra.
En términos espaciales, los cuerpos nos permiten imaginar las locaciones de la historia. A partir del uso de la mímica, “vemos” a los personajes subir o bajar gradas, desplazarse por pasillos estrechos o delimitar las habitaciones de su casa. Los pocos objetos que sí están presentes terminan de fijar un amplio universo sobre el escenario.
Este espectáculo resulta atractivo por el rigor técnico del elenco y la eficaz integración de las disciplinas artística involucradas. La anécdota de fondo es clara al plantear que la cotidianeidad puede ser enemiga de la vida en pareja. La amenazante moraleja queda flotando en el aire: a muchos de nuestros más aborrecibles enemigos, alguna vez los amamos.
FICHA ARTÍSTICA
Dirección e iluminación: Elena Arredondo
Intérpretes: Daniela Quesada, Cristian López
Asistencia de dirección, vestuario y preparador físico: Diego Rojas
Producción: El Caldero
Músicos: Jagdish Hall, Roy Begnozzi, Rodrigo Durán, Diego Ruíz
Diseño gráfico: Diego Ruíz
Fotografía: Naza Quirós
Espacio: La Casona Iluminada
Fecha: 18 de noviembre de 2016