En el origen del arte escénico habita la ritualidad. La comunión de intérpretes y público –alrededor de un acto de representación– tiene la capacidad de materializar pensamientos y emociones. Durante un breve lapso, oficiantes y creyentes se asocian para darle vida a esa especie de Golem –el espectáculo– que luego deberá ser conjurado por la risa o por el piadoso temor de la catarsis.
The Goodbye Project es un ritual restaurador de la armonía perdida por culpa de los adioses. A medio camino entre el lamento, la confesión y la ironía cuatro mujeres se abren para mostrarnos lo que sobrevive de ellas cuando la ausencia embiste.
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Bienvenidos a nuestra despedida, nos dicen. La paradoja se establece como mecanismo rector y avisa que la obra intentará reconciliar lo irreconciliable.
La propuesta avanza a partir de fragmentos –de diversas fuentes– unidos más por el tema que por la anécdota. Comparecen textos de Botho Strauss ( El tiempo y el cuarto ), Anton Chéjov (L as tres hermanas ) y Heiner Müller (Pieza del corazón ). A todos estos subyace la idea del amor como un sentimiento agonizante y siempre a punto de diluirse.
Además, hay referencias a los poemas de Rumi y a los Fragmentos de un discurso amoroso de Roland Barthes. Resulta interesante notar cómo los autores citados son hombres. Me aventuro a señalar que por esta misma razón –nada casual– cada segmento está intervenido por resoluciones escénicas o escritos originales de las creadoras, lo cual termina instaurando un diálogo –en efecto– irreconciliable.
Mientras ellos hablan de amores, ellas juegan a desarmarlos. Si ellos se marchan, ellas se quedan. Pero ese permanecer no es pasivo y, mucho menos, autoindulgente. Por el contrario, supone la tarea de atravesar un duelo que restituye todo lo que estaba impregnado de alguien más.
Y en el caso de The Goodbye Project esa movilidad nos llevó a participar en un rito colectivo que abarca la segunda mitad de la función. Al azar, brevísimas notas escritas por los espectadores se juntan para construir frases de despedida.
Escuchamos –en la voz de las actrices– lo que nos hubiera gustado hacer o decir a nuestros ausentes.
De manera simultánea a esa exhumación de sentimientos, un entierro en miniatura tiene lugar en medio del círculo en el que nos han colocado. Una de las intérpretes ejecuta una delicada coreografía en la que acaba regurgitando un adorno en forma de corazón.
Las notas arden en una diminuta pira funeraria. Viejas cartas y fotos son cedidas al público como herencia. En manos de estos improvisados albaceas se resguardan los testimonios de un pasado sin el cual no podría explicarse el presente.
El ritual escénico finaliza. El Golem fue conjurado. Logramos reírnos de quienes partieron y, también, de nosotros mismos. ¡Qué ingenuos al pensar que el amor podría ser eterno! Aunque es casi imposible reconciliar lo irreconciliable, este espectáculo lo logró: despedirse no es morir, sino caminar hacia un nuevo encuentro.
En la paradoja del adiós lo nuevo se asoma y nos guiña un ojo.
El alivio de olvidar vendrá después.
Ficha artística
Dirección: David Korish y Roxana Ávila
Elenco y (creación): Andrea Gómez, Mariela Richmond Roxana Ávila, Valentina Marenco, (David Korish)
Investigación: Anabelle Contreras
Iluminación: Roxana Ávila y Rafa Ávalos
Vestuario: Michelle Canales
Espacio: Salón del Teatro Abya Yala
Función: 11 de diciembre, 2015