Carlos Cortés carloscortes@racsa.co.cr
Con aire conspirador, Daniel Mordzinski, uno de los fotógrafos más famosos de la actualidad, conduce al escritor francés Patrick Deville y a Berna González Harbour, editora de Babelia , el suplemento cultural del diario español El País, hasta la inmensa maqueta del viejo Managua. La ciudad anterior al terremoto devastador de 1972 renace, en un modelo a escala, al borde del espejo gris del lago Xolotlán.
Deville, una celebridad internacional después de sus últimas novelas, no se inmuta al ser fotografiado frente a la antigua catedral, reproducida en sus mínimos detalles como una casa de muñecas. El sol abrasador lo obliga a buscar refugio en una cafetería cercana, donde González Harbour lo entrevista sobre su descomunal proyecto narrativo, en una conversación que discurre en dos idiomas y múltiples interrupciones y perspectivas: 12 novelas, de las que ha publicado cinco, que descifran y zigzaguean en líneas diagonales, vidas paralelas y epopeyas al revés el mundo moderno, a partir de 1860. El planeta atravesado por destinos cruzados que se intersecan en un punto: Centroamérica, ya que el ciclo de Deville nació con su novela Pura vida. Vida y muerte de William Walker, en 2004. Esa es la mejor imagen del encuentro literario Centroamérica Cuenta, que desde hace tres años organiza Sergio Ramírez en Managua: poner a Centroamérica en el centro del universo literario de hoy.
La reunión termina con otras fotografías frente al lago. Unos pescadores sonríen “bajo el nicaragüense sol de encendidos oros” –Rubén Darío surge a cada instante como un dios tutelar– y enseñan divertidos los frutos de la jornada. Una ristra de pescados, que forman un arco en sus manos húmedas, surge del agua como una aparición. El momento es hipnótico. Mordzinski lo inmortaliza.
La figura de Deville se recorta contra la luz resplandeciente que proviene del lago, junto a una pareja de enamorados que sigue besándose sin percatarse de nada.
La entrevista, que se verá reflejada en las páginas de Babelia, es resultado del intenso tráfico de sensaciones, emociones y mucha, mucha literatura, que provoca Centroamérica Cuenta y que este año congregó a 70 escritores del istmo, México, Colombia, Puerto Rico, España, Francia, Alemania, Italia y Holanda durante seis días y seis noches.
La convocatoria y la programación, que incluyó foros, seminarios, conferencias, cursos, espectáculos y presentaciones de libros, triplicaron las del año pasado y hablan de la ambición dariana –cosmopolita– de un encuentro que se ha convertido en “un festival de calidad mundial”, como exclamó, sorprendida, Berna González Harbour.
Una literatura en busca de sí misma. Durante una semana, los escritores conviven con editores, traductores, periodistas, libreros y críticos, se reencuentran a sí mismos –no hay otro lugar para hacerlo y reconocerse como centroamericanos– y buscan ansiosamente una realidad fugaz que se escapa del espejo de las palabras: istmo.
En ningún otro lugar de la región es posible lograr este espacio de interacción donde todo se mezcla. Escritores jóvenes y consolidados, latinoamericanos y europeos, autores conocidos y emergentes. Ficciones que abandonan la búsqueda de la identidad nacional para incursionar en los problemas derivados de la convivencia, que van de la narrativa urbana a la intimidad, en Centroamérica, en un amplio espectro de voces, según el crítico alemán Werner Mackenbach.
Centroamérica Cuenta es la parte visible de la creciente notoriedad de la novela regional en el mundo iberoamericano, cuya narrativa contemporánea se aparta de los estereotipos al uso durante la guerra civil y la posguerra. El título del encuentro alude a este carácter doble: al acto de narrar en una región de poetas, por un lado, y al peso específico de la novela regional en el contexto de la literatura actual.
Ramírez insiste en que “Centroamérica es la única región, en Latinoamérica, que reclama una identidad propia” y que lucha por romper un paradójico círculo de aislamiento. A pesar de ser una de las zonas más marginadas del Tercer Mundo, el istmo siempre ha sido parte de la geopolítica mundial, ya sea como patio trasero de los Estados Unidos o escenario de la última gran insurrección del siglo XX –la “revolución traicionada”, como la llama Ernesto Cardenal, refiriéndose a la sandinista–.
Es la frontera norte del realismo mágico, con Miguel Ángel Asturias, y conecta con el universo multiforme, multicultural y multilingüe del Caribe, de donde surge la mitología de tres premios Nobel de Literatura más: Gabriel García Márquez, Derek Walcott y V. S. Naipaul.
Palabras en libertad. Para Sergio Ramírez, “la literatura dinamita las fronteras. La palabra es multiplicadora de libertad. Abre espacios de cuestionamientos, abre preguntas. Es una escuela de libertad, de pluralidad”.
El encuentro de este año, bajo el lema “Palabras en libertad”, estuvo dedicado al semanario satírico francés Charlie Hebdo, a conjurar el atentado terrorista del pasado 7 de enero, en el que murieron 12 personas; pero Nicaragua no puede escapar de la política. El gobierno de Daniel Ortega contribuyó al festival prohibiéndole la entrada al caricatu-rista francés Jul , invitado al homenaje.
Desde la primera edición del festival, el sandinismo en el poder ha intentado impedir que Centroamérica Cuenta se consolide y que Managua se transforme, durante una semana, en “la capital de la literatura en español”, como pretende Ramírez.
Este año fueron invitados 16 escritores centroamericanos, entre ellos los costarricenses Alfonso Chase, Anacristina Rossi, Warren Ulloa, Carla Pravisani y quien escribe, quienes conformamos la delegación regional más numerosa, aparte de la nicaragüense.
El poder de convocatoria de Sergio Ramírez –“usted manda” le dice la puertorriqueña Mayra Santos-Febres– hizo que acudieran a su llamado transatlántico el cantautor y poeta español Luis Eduardo Aute y el alemán Hans Christoph Buch, miembro del Grupo 47 de Günter Grass.
También estuvieron presentes tres premios Alfaguara de Novela –José Ovejero, Juan Gabriel Vásquez y Xavier Velasco–, el mexicano Julián Herbert y el colombiano Héctor Abad Faciolince –clásicos de la narrativa de la memoria–, y casi 50 escritores y críticos más.