En el decenio de los años 60 flotaba la sensación de que el mundo podía cambiar. Como dijo un filósofo tico: “Parecía que la revolución estaba a la vuelta de la esquina”.
Fue en agosto de 1969, en un poblado rural de Nueva York, cuando el sentimiento de cambio se encarnó y durante tres días seguidos miles y miles de jóvenes cantaron a la paz, la música y el amor.
Woodstock fue la cumbre del movimiento
El laureado director Ang Lee (Secreto en la montaña, Sensatez y sentimientos, Hulk) decidió rendirle un homenaje al festival más aclamado de la era
Lee decidió volver la cámara hacia la gente de White Lake, en Bethel (el verdadero nombre del lugar dónde se efectuaron los conciertos) y hurgar en cómo los afectó en sus vidas y en su modo de entender el mundo.
Por decirlo así, se trata del cómo se hizo el festival y el cómo se sortearon las dificultades, entre ellas la intolerancia y el miedo ante de los pobladores ante “la invasión” de miles de greñudos (y jóvenes, para mayor horror de los convencionales habitantes).
El festival, cancelado en una localidad vecina, deviene en oportunidad para evitar la pérdida del hotel de la familia, The Monaco.
Junto con el salvamento del patrimonio, también se encontrará a sí mismo, en un viaje personal (en el mismísimo sentido sesentero del término).
Como el encuentro del personaje central, otros harán lo mismo a lo largo de la cinta: los cambios personales son parábola de los cambios por los que pasa Estados Unidos en ese momento particular. Por este motivo, a pesar de que Woodstok es el telón de fondo, no ofrece una sola canción de las interpretaciones realizadas ese agosto; mas le hace un guiño al premiado documental de 1970,
La premier será hoy, a las 8 p. m., en el cine Magaly.
A partir de mañana habrá funciones regulares (consultar carteteleras) en Cinemark Escazú, CCM Paseo de las Flores, CCM San Pedro y Cinépolis Terramall.