Las primeras reacciones de algún público fue la de “no me dio miedo”. Estoy hablando de la película costarricense
Un día le pregunté a un amigo que por qué le gustaba tanto el chile picante. Me dijo: “porque enchila”. Pues bien, visto así,
Esa percepción del sonido empeora cuando uno siente que la música sin fuerza de Carlos Castro va por un lado y la expresión visual del filme va por otro: nunca se articulan, al punto que terminé extrañando lo que me resulta efectista en el cine de terror de Hollywood: ya sea el
Lo peor, lo peor, fue cuando expusieron el tono sublime del
Los desnudos sobreabundan y de manera totalmente gratuita. Por ejemplo, la mentada escena donde una de las brujas seduce a un joven para luego matarlo, esa secuencia se me hizo eterna, mientras la actriz y el actor se quedan sin saber qué rostro mostrar. ¡Fatal!
Cuando una bruja adulta se prende del pecho de su madre bruja, la escena me resultó hartamente cómica, pero me contuve cuando me acordé que estaba ante una película de “terror”.
En todo caso, dichas escenas se matizan con un mal manejo de la luz en la fotografía (excepto en secuencias exteriores). Si el filme quería algunos tonos o rasgos surrealistas, pues a mí que me pique un chancho y me pateé una gallina, pero nunca la textura visual oscura es de buena calidad.
Ya que hablamos de una de las actrices, lo cierto es que la dirección de actores goza de una inhabilidad total: ningún actor ni ninguna actriz actúan bien y, de verdad, casi por acto de bondad con él, si se pudiera, le habría dicho a Gustavo Rojas: “Salí de ahí, hombre, que estás a punto del ridículo, ese guion no es para usted”.
Digo guion porque así se llama formalmente, pero se trata de un libreto sin mayor coherencia interna, que no estructura para nada bien un lenguaje imaginario a partir de dos distintos textos literarios:
Me cuesta un poco entender el deseo del cine costarricense por buscar géneros que nos llegan a montones y en diferentes calidades desde Hollywood. La cinematografía latinoamericana ha tenido su propio estilo y su propia temática que la identifica; ¿por qué abandonarla para ir tras un cine ajeno, necio afán por cubrirlo todo sin tener la experiencia, la logística ni la maña para dar ese paso? Entonces que los responsables acepten los cuestionamientos.
No niego el derecho a que se quieran aventuras exploratorias con el cine; pero si, por ello, tenemos un cine sin identidad, es hora de remojarnos y de ver qué es mejor, si copiar el cine ajeno globalizado o enriquecer el cine propio latinoamericano. Desde esa perspectiva, prefiero una película como
Con dos directores, esta vez no se cumple aquello de que “a dos puyas no hay toro bravo”.
Ni siquiera con la mano –por ahí– de alguien talentoso como Óscar Castillo, se ha podido tener un resultado energético.